De los aguaceros de mayo y el sopor de la melancolía.
La tarde del «sábado chiquito» como llamaban al día viernes en Guatemala, Martina salió de su trabajo, a miles de kilómetros de distancia del país tercermundista (como lo llamaban los extranjeros pero para ella era esa joya invaluable que añoraba volver a ver). Había partido 16 años atrás en un día soleado de octubre, como todo aquel que emigra: pensando regresar en dos años, porque decían, los que iban de visita: “en el norte la paga era buena”. Ir a fajarse durante un par de años se levantaba cabeza y regresar con algo de que disponer. Pero entre tanto tushte…