De: Gasofa; La Lica y otras Tamarindeadas…


El año pasado, cuando recién se regó la bola con la noticia de que la película guatemalteca Gasolina, había ganado un importante premio en el festival de cine de San Sebastián, en cuanto se enteraron los organizadores del Festival de Cine Latino de Chicago, se dieron a la tarea de talonearla, para traerla a escena, pero nones, por alguna razón no se pudo hacer el trance en esa oportunidad.

Y éste año, nos encontramos con la novedad, de que sí: sí desfilaría la muchachona.
Pues los que nos enteramos antes de que se anunciara por medio del festival, nos dedicamos a regar la voz, a pasar el norte, a dar el pitazo, a albocar la noticia a fin de que la comuna se enterara y asistiera a la presentación. Pero el ranaso me lo llevé, cuando vi a unos pocos pelos chapines, haciendo cola para entrar a la sala del cine.
Un amigo me hizo la campaña de irme a traer a la casa y darme jalón, fue una aventura perforar las autopistas, calles y avenidas de la Ciudad de los Vientos, todo con tal de poder asistir a ver la lica, primero que el tráfico era insoportable, (a la otra me llevo la yegua que tengo “estacionada” en la casa; con todo y bozal).

Lo primero que hicimos fue ir a comprar las entradas, y en lo que me quedé abriendo la boca choteando, mi amigo se las peló, al rato venía con sus once ovejas: me llamó con el típico shit, shit, él es un empedernido mujeriego de esos que se creen ser: de los amantes a la antigua… (Yo diría que ya está jubilado en esos trotes, pero tampoco me quiero remetir a las pruebas) la cosa es que mientras esperábamos para entrar, le ha echado el ojo a una güira brasileña, de las muchas que habían colaborando con oficios varios en el festival, pues el cusco me llamó, (para darme carita con su verbo multilingüe, de Guate., tenía que ser) para que lo escuchara hablar en portugués con la muchacha. Tomé el tiempo; un minuto y la patoja lo noqueó y ganó la pelea por nocao. Terminaron la conversación farfullando una jerga mitad inglés y mitad español. Me asaltaron unas ganas enormes de reír. Pero temí no tener jalón pa´l regreso…

Mientras hacíamos la cola, fila, mi amigo me hablaba de las distintas aventuras vividas al lado de mujeres en sus interminables viajes a Brasil. Allá a lo lejos lo escuchaba, su voz se extraviaba entre el bullicio de las conversaciones triviales que moraban en ese recinto. Me reculé sobre la pared, y empecé a volar lente, a todo aquel espécimen que iba llegando a aparcarse, observé a varios con su estilo de actores de cine norteamericano, ropa con marca y de marca, mientras las muchachas se creían ser Julia Roberts , (pero yo les hallé como tirando a odaliscas) . Es que de verdad los chapines somos tan sin miramientos, que já, cualquier aire nos avienta, cualquier bebida nos marea, y cualquier mierda se nos pega. Por más ropa de brillantes que utilicemos, no podemos esconder el quetzal. No se nos cae la cinturita de gallina, no se nos componen las piernas de alicate, no se nos asienta el quispin del pelo, no se nos cambia de color la piel. Por mucho inglés que hablemos (vamos arando dijo la mosca) el castellano lo mamanos en la leche materna y no lo podemos esconder.

A todo esto abrieron las puertas y logramos encontrar buenas butacas, sillas, estacas, (no, estacas, no perdón; me estoy proyectando diría una amiga que trabaja en el Federico Mora) cuando ya todos estábamos en capilla ardiente, pereciendo en la pepena de ver hoy sí por fin la lica, alguien de las voluntarias pasó al frente a preguntar, ¿cuántos hay de Guate?, ¡Ay Dios! Apenitas conté 16. ¡Me embistieron las ganas de llorar!, el resto era de gringolandia, amarillaba aquella sala.
De las muchas organizaciones guatemaltecas que realizan eventos para recaudar fondos y llevar ayuda a Guate., no vi la loza de un solo pelón de esos truhanes que en su mayoría solo se sopletean el dinero de la gente. Esa parca escena me recordó el día en que vino Arjona de concierto, era una algarabía todo aquello, el teatro topado a reventar, cuando apareció el contador de historias (tan guapote) el escenario se vistió de gala, saludó a la concurrencia , de Argentina y Venezuela era la mayoría osea que si volteabas a tu lado derecho, te encontrabas con un “pelotudo” (¡Qué lujo!) a tu izquierda con un “pana”, (malaya) cuando le tocó el turno a chapinladia, aquel hombronazo emocionado gritó: ¿En dónde están mis paisanos? Ni la gran chucha, pena me da recordar la escena, ¡Bah! El pushito de pelones que gritamos. Me sortearon las ganas de meterme la loza entre el… sí allí cabal, entre el gerundiano, de la pura vergüenza. Aunque no creo que hubiera podido, salvo si me convertía en ese instante en una contorsionista. Pero después dejé de preguntarme: ¿De qué lado masca la iguana?, (pero no la azul) y me discutí el concierto al lado de mi “pelotudo y mi pana”.


Pero no vaya a ser que vengan los Tigres del Norte porque los primeros que rompen filas son los guatemaltecos, ¡qué calamidad!, y, para mi dolor los de oriente son los primeros, tan sin identidad que los confundís con mexicanos. Porque te cuento que aquí, aparte de hacerte los quites con el inglés, te toca sopletearte los modismos mexicanos, ¡mi sombrero!, si no estás bien parado te botan, (sino te das cuenta, te traen de vuelta montado en la periguela…) porque dejás de ser serote, para convertirte en güey, dejás de ser culero, para convertirte en pendejo, dejás de ser hermana para ser manita, dejás de ser amiga para ser manta, dejás de comer tu almuerzo para ir a lonchar, dejás de devolver la llamada , para llamar pa´tras, ( ¡debajo!), dejás de tomar la Famosa para atipujarte la Corona (¡Papo!) dejás de decir gracias para decir ándale, llamás para Guatemala y salís con el : ¿Oh sí?, el está bueno por el ¡Okay!.

En fin cada quien con sus fumadas interpretaciones del castellano. Por cierto tengo una amiga muy cercana, que es guatemalteca, pero cuando escucha la tonada de: México lindo y querido.. esa mujer se transforma, y la canta a todo pulmón, hasta llora esa hija perdida de la Llorona, yo me imagino que la han de haber procreado en una de las fincas de José Alfredo Jiménez, porque le decís que te cante Luna se Xelajú y no se la sabe la ingrata…

Ya que ando cerca en el tema de la identidad aprovecho el aventón y te cuento, el año pasado conocí a una patoja guatemalteca que había venido a pasar sus vacaciones de fin de año a Chicago, típica niña de clase media (media rascuache) pero que se creen de la alta, es decir; de la ramificación del árbol genealógico, cronológico, y neurológico de los Castillo y derivados… pues la cosa es que se deleitaba con las canciones en inglés, levitaba ella; declamando la letra con tal pasión que te imaginabas que de Guate, sólo el color tenía, la cosa es que le pregunté (ya yo ardida de verla en ese trance): ¿Vos ya leíste el libro: El Señor Presidente? Y me contestó asustada: ¿Quién lo escribió?, me sobrevino una gana enorme de darle con un palo en medio de los dos ojos, ¡para que se avivara! Le respondí con otra pregunta; ¿En qué universidad estudiás?, ella: Inflamó el choreque para responder; tengo beca en la Del Valle. Pensé: ¡ya decía yo que de la San Carlos no podías ser…!
Es que gente descolgada se la encuentra uno en todos lados.
Bueno; volvamos a la Gasofa que a propósito: ¿qué cara está verdad? Empezó por fin la aclamada Gasolina, no voy a criticar la cinta, filme, libreto y nada de esas pasadas porque no tengo la menor idea, hay mara que ha estudiado para esos menesteres: para pelar. A
l César lo que es del César… y a mi déjenme ver la lica.

Aparecieron los tres protagonistas, güiros clavijudos, con su sonoro léxico mundano, tontolino, chispudo, fresco, y, fluido: el afincado modismo chapín. Para quienes crecimos en los arrabales ese idioma en clave fue nuestro sustento diario: al saber que aquellos estaban preparando viaje pa´l puerto me trocearon las hormonas, y dije: yo también me voy, ¡jaleas pa´l puerto! ¡Sale viaje pa´l puerto!, ¡vonós al puerto! Mi amigo me hizo señas de querer colarse, pero mi respuesta lacónica lo fulminó en la butaca: ¡no llevo cocos al puerto!
Así es que el engrase consistía en capearme del cine para irme de pinta, convertirme sin más recursos que mi imaginación en: maga, alquimista o trancera para poder lograr a como diera lugar así de aferrada: meterme al baúl de su carro antes de que ellos echaran color del cambalache. Pero el más maleado de los tres gasofos (el que andaba con su capa color azul), me echó color primero, y en lo que a uno la tía le daba clases de defensa personal, y el otro se cantineaba a la patoja, el más brincón se ha salido de la pantalla, poniéndome el dedo (no te digo en dónde) perdón, quise decir señalándome con un dedo, me sentenció: ¡no llevamos cocos al puerto!.
La pena me azoró mientras mi amigo; se atoraba de la risa.
Pero como buena chapina, la necedad es mi apellido, así es que antes de que me zampara mi patín me tiré solita un clavado a modo de caer aunque sea de panzazo en el capó del carro. Pero creo que tomé mucho mosh porque agarré aviada y me pasé de la parada, fue trancazo el que me metí porque no caí allí sino que fui a dar el porrazo en otras latitudes no di de bruces, al contrario el aterrizaje forzado se realizó a culumbrón y caí como olote sobre un hormiguero, asustada más por la ubicación que por la picazón desperté dándome cuenta de que me encontraba reculada diecisiete años atrás. Sumergida dentro de una burbuja mágica, respirando sin respirar, viendo sin mirar y soñando a volver a jugar.

¡Juelagrán! Caí a una época en que los novios eran aún de manita sudada, que los prenses eran los que te dabas con las puertas cuando alguien las cerraba y te mascaba los dedos, que los toques eran bailes organizados en las calles con un equipo de sonido y casetes que la comuna prestaba, era la época en que ni idea de lo que era el coeficiente intelectual, regía tus acciones la fiebre hormonal, porque las neuronas no se habían terminado de criar, era la época en que ni rosca de sacar la raíz cuadrada del triángulo de la hipotenusa (¿o era cuadrado?) Ni por donde pasó de bajarte los chupones con hielo, porque los de nosotros eran esos que comprabas en la abarrotería de a cinco len, ni pura estaca de jugar a la botella y prenda, porque la botella era la que le ibas a comprar a tu Tata los domingos, (venadril) y la prenda era la que te tocaba lavar después de las chamuscas. Cuando decir: ¡tu madre! Era declarar la guerra a la cuadra de contiguo (y conmiguo también). Cuando las tardes de juego de capirucho, pulsos y camorras eran insoslayables. En fin caí de jeta, en otra película: la mía.
Mientras aquellos tres gasofos defendían al que había embarazado a la hermana del maleado yo me hice la bestia y me escapé de nuevo a la cuadra del Río Éufrates. Allí volé lente, y observé a la ishta prieta jugando cincos, qué dolor cuando hacían levantazón, era de no reponerme durante una semana, me sentía viuda, todos los cincos se los había llevado algún nieto perdido de los cuatreros que asaltaban los buses cerca del amatón, observé detenidamente cuando ella compró con sus ahorros una mona (un trompo grande hecho del árbol de guayabo) que pintó con esmalte para uñas, la dejó vestida de seda… pero al primer intento quedó presa dentro del círculo y como en el juego de los calazos no hay contemplaciones, muy mona pero le zamparon su calazo y me la partieron en dos. Falleció instantáneamente; al entierro asistieron todos los de la cuadra.

Me quité el color negro después del entierro y partí ya en pantaloneta y pititanga lista para irme al puerto, pero aquellos gasofos puñeteros todavía seguían en las clases de defensa personal, (iba para largo) decidí pegarme el regresón y sentarme a vitrinear a los brincones de la calle Éufrates. Esa güira era la única flor del campo metida entre puros garañones, robustos, brutos, brincones y papayones, pero allí andaba la cabra también; en manada salían, a pulso se ganó el puesto en el equipo de balompié, se sorteó a los trancazos con todos contando al entrenador, se internó de tal manera que los patojos la acogieron con mesura (dije: acogieron conste) hasta llegar al colmo de que el equipo no aceptaba ningún reto si la prieta no estaba presente. Todos llevaron durante años en sus mejillas y narices una marca de alguno de los puños de la flor del campo, pero como todo (a cada coche le llega su sábado, a la cabra le llegó su domingo) hubo uno de los más robustos que emigró durante dos años, regresó una tarde de agosto, y le dijo a la prieta: ahora sí, aquí está tu papaíto vení zampáme la trompada. Já, contestó la frágil flor del campo. Ni dos veces y la aún doncella (malaya) sintió recorrer por sus venas, nervios, músculos y tendones, aquello que ya no logró fungir como sinapsis y mucho menos pudo arquearse con el reflejo, (perdón quise decir; realizar el arco reflejo), porque del aire le llegó el primer chicotazo de azote hormonal, a destajo se le dejó ir encima al valiente retador, (que más tarde sería cargado en hombros por sus palúdicos compañeros). Aquella escena parecía el amanse de una potra desbocada aunque el bozal lo tuviera puesto el osado desbravador. Esa tarde las apuestas se doblaron, se cansaron y se sentaron; aquello iba para largo. Con ligereza de coyota nocturna, le ensartó las garras, pero no contaba con que el patojo había tomado Incaparina, y en la misma quedó tumbada de espaldas en la calle y él como buen jinete cabalgó sobre sus ancas ; los patojos despertaron del fulgor en que los había tenido apercollados aquella inusual pelea, y en un santiamén la codicia irrumpió en sus sholas piojosas porque triplicaron las apuestas, (que consistían en: cincos de gotitas, chiripas y tiras) esa tarde ella en lugar de un mameyazo, recibió el primero y más largo beso de su vida; que duró dos minutos y nueve segundos, (Coca cronometró el tiempo) el cual convirtió a “Chejas” en su domador y gran amigo. No le arrebató el trono, se lo cedió por ser la única valiente y frágil flor que corcoveaba a galope junto a ese grupo de aventureros.

Con el prense aún caliente tatuado en el choreque, me levanté, me sacudí el polvo y me fui en carrera ya con la pititanga masticada, a talonear a los que llevaban la gasofa para irme de incógnita al puerto, mi amigo que observaba la lica desde el otro lado de la pantalla me volvió a pedir de favor, pero le rematé; ¡ya le dije que no llevo cocos al puerto y déjeme de jorobar la existencia!, pero aquellos tres zopencos habían hecho parada en la casa del “embarazador” para conseguir comida, mientras que lo sentenciaba su mamá y se la hacía cansada, yo me metí dentro del baúl. Y así sentí nuevamente acariciar mis posaderas con una carretera lisa de la autopista que te conduce al Puerto de San José. Roncando iba cuando me sacudió un cuentazo en la cabeza. Me asomé, con la loza hinchada por el porrazo, a ver que aquellos habían atropellado a una persona. Ni dos veces y me las pelé, no vaya a ser pensé: en Guate., mientras se averigua te llevan jalada y a parar al Santa Teresita y salir etiquetada: ¡No gracias!

Así es que mientras le prendían fuego al ya tísico, preferí irme con l
os de mi cuadra que tenían listo el viaje: a barranquear. ¡Jule canela! ¡Vonós! Regresé con el morral lleno de jocotes, nísperos, nances, y chineando un manojo de verdolaga cruzada con bledo. Llena de mozote en la pititanga pero contenta, las piernas rayadas por el zacate, al verme mi mamá en esos trotes me ha acaparado y me dejó pinta (una severenda tunda) de los chicotazos que me propinó por haberme ido sin haberle pedido permiso. (Pensé: vaya que no sabe que me voy pa´l puerto).
Fue en ese instante en que escuché el eco sonoro de las golondrinas; la hora de la despachada estaba ya llegando. Entonces abracé a mis amigos de la inolvidable Calle Éufrates y me despedí de ellos en el tiempo, los dejé allá, niños, robustos, con ilusiones, con sueños, con planes. Y agarré viaje nuevamente para irme de colada pa´l puerto. Cuando aquellos tres zopencos gafosos ya habían arrancado motor para retomar el viaje, logré meterme nuevamente al pedalazo en el baúl. Esa mañana mientras dos de ellos dormían y uno se petateaba con un ataque de asma yo aproveché para caminar sobre la arena gris, húmeda bañada con tísicas conchas en la orilla del mar, como en antaño me trepé al viejo, cansado y jorobado muelle: amigo de increíbles nostalgias, los pescadores me saludaron como en otros tantos miércoles en que nos bebimos juntos los atardeceres que se desboronaban ante la inmensidad del mar. Observé el horizonte poblado de golondrinas y gaviotas, que esa tarde cantarían para mí: Noches de Escuintla. Mientras; una suave brisa del mar se dejó venir acariciando mis labios con su sabor salado: desperté. Me encontraba diecisiete años después, sentada en una butaca al otro lado del tapanco, con las luces del cine encendidas; no era un lunes caluroso de abril sino las diez con cuarenta y cinco minutos de un Monday en una noche fría de un April. Y estaba de nuevo, yo; la mujer: respirando mí realidad.

Ilka Oliva.
Jueves (día de paches).
23 de abril de 2009.
Estados Unidos.

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