Que ahí andaba el Eufrasio chenco.

Ahí anda la robala de gran  onza choteando al  cuerudo ese  pashtudo,  el tacuacín  buculudo que en atrapar moscas se le va la vida,  se lo quiere llevar pa`l fogón como si no fuera ya suficiente calentura  andar de cusca con el hijo de la panda del molino, el molino  de la vueltona que está ahí por donde vive la mujer del  ananado que hace las herraduras pa las bestias, ése es otro viejo cucurucho que anda queriendo pescocear patojas, como si todavía le sirviera el pellejo que le anda colgando entre las piernas como que es moco de chompipe.…

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Obero.

 Historias de un silbato. I. Con este relato yo inicio la serie » Historias de un silbato» , donde escribiré de mi experiencia dentro y fuera del terreno de juego. Ya era hora… Ese día cuando llegué al pueblo de Obero, -en las cercanías del Puerto de San José- salió a encontrarme un puño de patojas, era la feria del lugar y yo iba a dirigir dos encuentros amistosos como parte de las actividades del festejo, uno de hombres y otro de mujeres. Los dos compañeros asistentes ya estaban ahí, uno vivía en el pueblo y el otro en Escuintla,…

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Yo, árbitra de fútbol en gringolandia.

Para la primavera del 2004 yo tenía seis meses de haber llegado a Estados Unidos recién hacía unos días que había encontrado trabajo en casa de una familia coreana, cuidaba a los tres hijos del matrimonio era un trabajo de seis horas diarias tres días a la semana. Llegué a este país en noviembre cuando comenzaba a nevar, me encontré con un paisaje desolado; los árboles sin una sola hoja, el cielo cenizo y los días que terminaban a las tres de la tarde hora en que la noche se apoderaba de la urbe con su oscurana, lóbrego ése es…

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Egoísta sin culpa.

En la casa cuando nos daba por reírnos por cualquier tontera y estaba mi mamá presente nos decía: “cállense muchá porque Dios las va a castigar y algo les puede pasar por estarse riendo”, con esto aplacábamos la alegría y nos silenciaba la cordura. Así crecí, sintiendo culpa por todo hasta por lo que me causaba una fugas felicidad. Me sucedía cuando salía a dirigir juegos de fútbol a los departamentos que la mitad del pago me lo gastaba en frutas y comida que llevaba a la casa porque no cabía en mi cabeza comerme una naranja y que en…

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Enredaderas de güisquil.

Me he quedado unos minutos embelesada observando los güisquiles espinudos en una de las estanterías de verduras del supermercado mexicano que está en mi pueblo rentado, mis nostalgias de aldea aparecen como si las hubiera llamado con urgencia de agonía en diáspora, el sitio de “La Señora de las dalias” aparece entre la niebla del tiempo, con sus enredaderas de güisquil guindando entre las ramas de los palos de níspero, jocote, guayabo rojo, naranjos, cepas de guineo majunche y subiendo entre los troncos rollizos de los encinos. Las de ayote despeñándose en el zanjón del barranco que colinda con la…

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Caudal.

Qué haré en el silencio Qué hará la poesía que nace para ti Hacia dónde irán los versos Si eres la vena, el umbral y la revelación. Acaso esconder las odas Imaginarlas dormidas a deshoras No pensarlas, no sentirlas, no vivirlas No pensarte, no sentirte, no vivirte. Escapar. Nuevamente renunciar. Zurcir la vena y obligarla a otro caudal Fingir que todo es normal Ser oscura y aparentar luminosidad Negarme a observarte, a acariciarte A imaginarte, numen A sentirte, aire A escribirte, poesía. Qué hago con el silencio Si es tan necio y estéril Me consume, me conmueve Se apropia de…

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Historial de las orejas de burro.

Cuando sentí el profesor ya me llevaba levantada de las patillas camino a la dirección del colegio, bajamos las gradas de las cancha de baloncesto, pasamos el corredor, tocó la puerta de la dirección y le dijo a la directora: le traigo a la reclusa. Pase adelante dijo ella , ya sabe qué hacer. Agarré las orejas de burro, me las puse en la cabeza, volteé la espalda y me pasé el resto del recreo de pie viendo hacia la pared. Esa fue una de las tantas ocasiones en que mi profesor me llevó a la dirección, fue así en…

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