Mundo de vanaglorias

Vivimos en un mundo de vanaglorias, donde se premia lo más ruin, a quien traiciona, a quien no tiene escrúpulos, a quien pisotea con tal de lograr objetivos propios. En un mundo de farsas, donde lo único real es la burla. Ése es el mundo que creamos y alimentamos todos los días con nuestras acciones o pasividades; dependen éstas de lo que nos convenga según sean los vientos que soplen hacia nuestra burbuja de indiferencia  y egolatría. 

Un mundo de irrespeto al otro y a todo ser viviente. Somos sociedades de individuos desechables y peleles. Individuos que han perdido toda integridad, que la han vendido a cambio de lo efímero que dura lo que una patada en el culo. Estamos hechos de autodestrucción, una humanidad que día a día se empeña en  su lucha por desaparecer; no sin antes llevarse todo a su paso, todo lo que no le pertenece  pero que se lo ha apropiado descaradamente creyéndose autosuficiente y dueño, peor que eso: ¡patrón!

Y bajo esa premisa muchos  andamos por la vida creyendo que otros nos deben pleitesía y que se deben arrastrar ante nosotros para darles lo que por derecho les corresponde pero que necesitamos que se humillen para que nos vean hacia arriba, en esa altura de donde cualquiera con una brisa puede caer hasta el culo del guindo. 

Y pensamos ingenuamente que nos hace un apellido, un título, un puesto de trabajo, una marca de ropa o  una loción. Y cuando en realidad lo  que nos hace, lo que nos crea, lo que nos convierte en seres humanos es nuestra capacidad para sentir el dolor del otro, para ver con los ojos del otro, ponernos en los zapatos del otro. Nos convierten en seres humanos nuestras acciones ante la injusticia, ante la burla, ante la deslealtad y la opresión.  Ante la avaricia de unos pocos que  creyéndose patrones y caporales quedados en La Patria del Criollo  pisotean los derechos de miles. 

Nos creemos los seres evolucionados del universo y al contrario; somos el retroceso constante y la pérdida, adrede. Creemos que lastimando a otros estaremos a salvo, que el dolor de otros nunca nos tocará, que la sed de otros nunca la tendremos   y que nuestras deslealtades, nuestras traiciones, nuestras egolatrías serán suficientes para no caer nunca en el fondo de ese abismo al que tanto miedo le tenemos: el de la pobreza y miseria a la que hemos obligado a vivir a miles.  

En el culo del abismo ya estamos como humanidad y si no tenemos la capacidad de reaccionar y pensar en colectivo, dándole contenido a nuestra existencia y unificando criterios, propuestas, acciones; acabaremos por la autodestrucción definitiva. Y no habrán títulos, ni lociones, ni puestos de trabajo, ni ínfula alguna que pueda rescatarnos. 

Es común que veamos las faltas de los otros y que cobardes nos escondamos de las nuestras, deberíamos tal vez empezar por nosotros mismos con ese ejercicio tan simple de vernos frente al espejo y conversar con  nuestra memoria individual y colectiva acerca de esa humanidad que se cree autosuficiente cuando ni siquiera puede respirar por sí misma.  

Ojalá que algún día aprendamos a vernos sin vestiduras y aprendamos de nuestra fragilidad e inconsistencia y, que no sea tarde en esta marcha sin retorno que hemos emprendido con nuestro mundo de vanaglorias.

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Ilka Oliva Corado @ilkaolivacorado

20 de febrero de 2019

2 comentarios

  1. Pingback: Un monde de gloriole — Ilka Oliva CORADO – Le Monde

  2. Apreciada Ilka, siempre es un gozo para mi espíritu leerte. Agradezco la libertad y el furor de tu pluma, poblada de verdades que muy pocos se atreven a expresar, pero que son necesarias de exponer en los tiempos que corren.

    Un abrazo afectuoso

    Raquel B.

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