Arte

La serie Autorretratos, que son los abstractos, es como mi poesía en la escritura, es mi expresión más pura en la pintura. Es la necesidad de ser sin tiempo, sin límites y al compás de mi respiración. Solo en los abstractos soy completamente libre, desparecen los pensamientos y el sentimiento extiende sus alas y vuela en el horizonte. Un halo entonces acampa como chipi chipi y mi espíritu florece.

Anoche estaba por acostarme a dormir a las diez, que parezco gallina que a la hora de la oración va a su tapesco, y fue un chispazo, un fulgor, un suspiro que me llenó de energía y me hizo dar la vuelta, agarrar el lienzo y comenzar a pintarlo. A la una de la madrugada y minutos pensé que lo había terminado, me acosté a dormir. Pero hoy a las seis de la mañana cuando desperté y lo tenía justo frente a mi cama supe que estaba a medias.

Me levanté, me cepillé, preparé mi café y retomé la espátula. Abrí la ventana y respiré profundo admirando la belleza de un nuevo día. Me senté frente al lienzo que llevaba conversando conmigo desde la noche anterior, lo observé detenidamente y comencé de nuevo, entonces sentí el aroma de las dalias y los gladiolos, de los rosales y de las hojas de palo de limón. La tierra del patio recién regada. La luz de día de las diez de la mañana en Ciudad Peronia llenó de rocío mi espíritu floreciente. Volví a caminar por los senderos de la aldea como en los años de mi infancia. Solo en ese momento logré terminarlo. Con la espátula en la mano me acerqué a la ventana nuevamente para deleitarme con la niebla de este amanecer de los últimos del invierno estadounidense.

De la serie Autorretratos. Título: Luz de día.

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