Oda de Redención.

Ella, encendió el candilón una noche cualquiera. ¿Acaso conoce el poder de las tempestades?
Ella, ¿cómo se llama? Ni siquiera se presentó. Llegó con el viento que arrastra las hojas, encendió el candilón y se marchó. ¿En dónde encontrarla? ¿Salir a buscarla en el escaño solitario? ¿En medio del océano? ¿Al borde del acantilado? En dónde podrá estar. ¿Caminando en la ribera? Ella, encendió el candilón y se marchó. Sigilosa y escultural. Como un fantasma, como una fantasía de litoral, rompiendo las olas.
¿En dónde encontrarla? ¿En la sombra de un muro? ¿En la tiniebla de un callejón? Tal vez en el umbral de esa pocilga o en la grieta del portillo donde mueren los anhelos. ¿En el cobertizo de la buhardilla? ¿En dónde podrá estar?
¿En la esquina donde deambulan abandonados los espejismos? ¿En la neblina del habano gastado? ¿En el último trago de cerveza? Llegó, encendió el candilón y se marchó, como con la brisa y dejó reposado su encanto de utopía.
¿Invocarla para que aparezca crepuscular en el estero? ¿Pensarla para que se manifieste inherencia? ¿Acariciarla en la fascinación para que se desnude luna llena? ¿Cómo contemplarla? Si llegó, encendió el candilón y se marchó. No me dio tiempo de advertirla.
¿Salir a buscarla entre el páramo y el otero? ¿En los botones de los crisantemos? ¿En la lluvia transitoria ? ¿En la ferrovía abandonada? En dónde, si no dejó rastro, si no dejó más que su esencia para que este lóbrego suspiro no agonizara en soledad.
Ella, llegó intuitiva, cautivadora, delicada y espléndida como las musas de solera.
Cómo encontrarla si solamente fue un sueño de un suspiro suicida antes de morir. Cómo decirle que su destello y su donaire dieron plenitud a la cantera donde nace el amor de las alegorías. Ella, llegó fecunda, encendió el candilón y se marchó. Y yo la busco, inconcluso suspiro trovador para admirarla Oda de Redención.
 
Ilka Oliva Corado.
Noviembre 01 de 2014.
Estados Unidos.