Recuerdo patente el día en que llegó a Ciudad Peronia, fue el día en que se terminó de construir la capilla católica –en la vueltona de la calle río Suchiate- comenzaba la década de los noventa. Atrás de ésta al pie de El Pinón construyó su champita de nailon, telas y pedazos de madera que no pasaba de cuatro por cuatro metros, ahí vivía con sus dos crías un cipote de aproximadamente seis años y una ishta de cuatro.
Era viudo contaban en las conversaciones de mercado y en las pláticas después de misa en el puesto de la nía que vendía atol y chuchitos. Un hombre callado, tímido, que heredó el silencio a sus crías. Fuera de la champa tenía su hornilla de tres piedras y una parrilla que consistía en cinco fierros amarrados con alambre , los chiriviscos para cocinar los iban a traer al barranco que colinda con la aldea El Calvario lavaba en una laja que cargó sobre hombros desde la cuesta del Club ahí la encontró en el río de aguas negras. No tenía agua potable la jalaba de una manguera del chorro de la iglesia o la acarreaba en tinaja desde la bomba de agua.
Utilizaban el inodoro de la iglesia o iban a los barrancos. Él no invadió ningún terreno en La Cuchilla, El Gran Mirador o en El Asentamiento. No sé por qué pero prefirió vivir atrás de la capilla en su chocita en un espacio ajeno que le pertenecía a Dios –decían las vecinas-.
En los inviernos el torrencial barrió con su choza en muchas ocasiones no obstante la volvían a construir de pedazos de madera y retazos de nailon que encontraban en el basurero del mercado. Lo recuerdo alto con su espalda cansada, blanco, canche de ojos color cielo desnudo de verano, sus dos crías: de ojos verdes color hoja de palo de aguacate e incontables pecas en sus rostros, sus expresiones faciales siempre expresaron tranquilidad –extrañamente-.
Entonces El Zapatero junto a sus crías recorría las calles de la Ciudad Peronia de mi infancia y gritaba: ¡se arreglan zapatos, se afilan cuchillos! Cargaba a mecapal su caja de herramientas, el niño las anilinas y la piedra de afilar, la ñina las pastas, el cepillo y los trapos para lustrar. Caminaban cuadra por cuadra, bajo el sol del medio día o bajo una lluvia torrencial. Con sus ropitas remendadas pero limpias, con sus zapatos siempre lustrados. ¡Se arreglan zapatos, se afilan cuchillos! Nunca dejó a sus crías en manos de nadie para irse a trabajar a la ciudad, decía que su deber como padre era estar junto a ellos por si en algún instante lo necesitaban, nunca lo vi anhelar nada material, más que el techo y la comida para sus crías. Innumerables ocasiones se fue a dormir sin probar bocado durante el día, se lo dio a sus crías. Un hombronazo hermoso, galán, fornido, e incomprensiblemente transparente.
No recuerdo cuántas ocasiones les ofrecimos comida y nunca la aceptaron porque decía con su frente en alto y con su humildad invadiendo su rostro que: “mi deber es enseñarles a mis hijos a buscarse la comida y a no estirar la mano solo para recibirla, tienen que aprender a ganarse con el sudor de su frente cada bocado para que les sea digno el sustento”. Siempre fue esa su respuesta y siempre nos dejó sin habla.
Entonces lo honrábamos más porque buscábamos ollas despeltradas para que las arreglara, cuchillos sin afilar y amellábamos los machetes adrede para que los compusiera, también juntábamos las botellas de vidrio que después él vendía en La Terminal. Eran esos tiempos en que Ciudad Peronia tenía calles de talpetate y las mañanas y tardes eran invadidas por vendedores de escobas y compradores de botellas, papel periódico y plástico que llegaban del altiplano.
Recuerdo a los tres recolectando basura en las calles aledañas a la La Surtidora e irla a verter al basurero del mercado, cobraban veinticinco len por costal. Con el tiempo compró una su parihuela que les facilitó el trabajo.
Sus niños entraron a la escuela y entonces deambulaba solitario, ensimismado, extrañando aquellas dos partes de su ser. Por las tardes la luz volvía a su mirada pues eran tres nuevamente: inseparables. Con una mirada que cruzaran sabían perfectamente de lo que estaban hablando sin necesidad de anunciación. Eran tres almas compactas en una sola.
Un día sin más ni más desaparecieron cuando la maquinaria llegó a botar El Pinón y se construyó la iglesia enorme que delegó la capilla a una condición de bodega de biblias y candelabros. Junto a ellos también se esfumó la alegría de los seminaristas que cantaban en las tardes trovas con sus charangos y guitarras, también dejó el vacío de la ausencia del padre Pedro y la del hermano Fidel.
Ya no serían las tardes de los jueves de proyectar películas gratuitas en la pared de atrás de la capilla, ni de rondas, ni de tentas, ni de dinámicas rompe hielo en los grupos juveniles, ni de charlas de carismáticos y rebeldes. Tampoco se vería a doña Lucy organizar junto a mi Tatoj y Nanoj las actividades para Semana Santa. Con la construcción de la iglesia se rompió una atmosfera de encantamiento. Nunca más vi sentarse a mi Tatoj en la mesa de pino de la cocina y sumergirse en su mundo de manualidades en el que respiraban guirnaldas, palomas, crisantemos, pascuas, lirios, cartuchos y gladiolos todos hechos en papel crepe.
Desde que la maquinaria llegó a invadir el patio de la capilla y a derribar El Pinón dejamos de jugar con las semillas y correr con algarabía en las orillas del filón. El paisaje desapareció y fue cercano por un enorme paredón de bloques, alambre y chayes. Se lo tragó la casa parroquial con sus ladrillos finos y barnizados.
Ese día vimos a la maquinaria derribar la choza de El Zapatero, lágrimas calientes rodaron por nuestras mejillas y un nudo en la garganta se anidó que hasta el sol de hoy por más agua que tome no logro disolver. Con la llegada de la maquinaria emigraron las palomas de castilla y los cenzontles. La raíz de El Pinón la quemaron durante un día y una noche, el güiralito le hicimos velación llorando sentados en la orilla de la loma, hasta que la vimos esparcirse en el viento convertida en cenizas. Algo dentro de nosotros también murió.
En días de lluvia y niebla –como hoy- mis delirios se profundizan y mi embeleso se larga lejos de mí, entonces solo me abrazan las reminiscencias de aquellos años cuando niña yo fui. De cuando en cuando escucho como el sonido de las gotas de lluvia chocando contra las hojas de los arces, el eco de la voz de El Zapatero anunciando, ¡se arreglan zapatos, se afilan cuchillos! Se aglomeran los espíritus, las formas, las siluetas, el sonido de los charangos, las tardes empolvadas y las noches frescas… Me percato entonces de que día a día mi locura se emancipa.
Por esas moles de Tatas que son también Nanas, por ellos y por la hermosura de la honra.
A: El Zapatero y sus crías donde quiera que estén.
Ilka.
Junio 06 de 2013.
Tabucolandia.
IIKA QUE HERMOSO ESCRIBES, ME TRANSPORTAS A ESA REALIDAD QUE VIVIMOS DIARIAMENTE LOS CHAPINES, ESTA ES NUESTRA REALIDAD, UNA AMIGA ME REENVIA TUS REFLEXIONES, ERES MAS QUE PERIODISTA, PUES COLOCAS TUS SENTIMIENTOS EN UNA FORMA MARAVILLOSA. MUCHAS BENDICIONES, Y QUISIERA SUSCRIBIRME A TU BLOG PARA QUE SIEMPRE PUEDA YO RECIBIR TUS REFLEXIONES. VIOLETA DE ZAMORA GUATEMALA. MI CORREO ES…BENDICIONES
Mucho gusto Violeta. Ya apunté su correo electrónico en los enlaces del blog así es que le llegará una notificación del blog a su correo electrónico que usted debe de aceptar o rechazar. Le envío un fuerte abrazo y gracias por sus palabras.
Ilka linda: Te admiro. Admiro tu arte. Te voy a cansar de decírtelo, pero correré el riesgo. Besos chapines con sabor a nostalgia, Chente.
Mi amorsote usted a mí no me aburre, ya sabés que sos Tatascan en mi corazón. Besos chapines desde Chicago. Abrazos querido.
Qué lindo escribes, Ilka. Y eso que mis ojos no admiran cualesquiera escrituras.
Luis Estrada Ronquillo.
Muchas gracias Luis. Le envío un fuerte abrazo.
historia bella que hace brotar agua de mis ojos.
Abrazos Lucy, gracias por escribir. LLore que la vida con todo y con tanto inspira.