«Las manos de mi madre
llegan al patio desde temprano
todo se vuelve fiesta
cuando ellas vuelan
junto a otros pájaros
junto a los pájaros
que aman la vida
y la construyen con los trabajos
arde la leña, harina y barro
lo cotidiano
se vuelve mágico.” Las Manos de mi Madre. Peteco Carbajal y Jacinto Piedra.
Me sucede todo el tiempo cuando la llamo por teléfono esos interminables segundos que se vuelven perennes el celular repicando y nadie sin contestar. El corazón me da vuelcos atormentado hasta que su voz lo apacigua cuando dice: ¿aló?
Recobro la calma, ¡aló Nanoj, aquí te habla tu conciencia!, ¡púchis vos no la tengo tan negra! Es nuestro saludo habitual.
No soy de las hijas que la llama seguido ambas somos austeras en cambio con mi hermana-mamá se llaman todos los días: una para decir buenos días y la otra para decir buenas noches. No envidio la relación cada quien se expresa como puede y a mí me desarma escuchar su voz ronca que de cuando en cuando es como neblina desnudando mis poros.
Mis llamadas son de cronista siempre preguntando de su infancia, de cuando se casó con mi Tatoj, de cuando parieron a mis hermanos, de cuando tuvo su primera menstruación, de cuando iba a aguar las vacas… De la aldea, de los guindos, del filón y de Las Pilas.
De los chipilines en arroz y crema, de los huevos de la gallina habada, de cuando cortó algodón, de los dolores de parto, de cuando tuvo hambre y no encontró nada qué comer. Del chilate para los coches, el maíz picado para los patos, de la leche de la vaca parda, de la yegua pelirroja.
De deshierbar la tierra para la siembra, de la tapisca, del atol shuco y los tazcales. De la poleada y de sembrar arroz.
Entonces mi Nanoj se relaja y viaja en el tiempo escucho su respiración pausada mientras relata los sucesos de infancia, la conmoción cuando llega a la adolescencia y ciertas pausas de silencio cuando la imagino con las yemas de los dedos sangradas cortando algodón bajo el sol. Tengo la dicha y la fortuna de tener en mi raíz la sangre campesina, obrera y proletaria.
Heredé sus pómulos pronunciados, su carácter fuerte y sus colochos. Lo chachalaquera y el arte de sembrar.
Nuestra relación nunca ha sido de madre e hija, ella nos trató como hermana mayor creo que por haber parido a tan temprana edad nos vio como sus hermanas pequeñas.
Mi Nanoj es la segunda al mando en el matriarcado que siempre hemos tenido en la vena Corado. A ella le tocó criar a sus hermanos cumes, mis tías la ven como mamá la voz de mi madre es ley para ellas. Una reverencia que yo jamás tuve con ella por lo mismo de nuestro trato como hermanas.
A ella debo haber sido la niña marimacha jugando pelota con los patojos en la calle porque nunca sembró en mi cabeza que había algo en este mundo que la mujer no pudiera hacer.
Recia y tosca –como lo soy yo- mujer de campo, de pocas palabras y de pocos abrazos. Nos dio la herramienta de la educación porque dijo que sería su mejor herencia y nos enseñó a trabajar para no depender de nadie ni siquiera de ella que nos parió. Recuerdo patente la misma oración repetida sin cesar, cuando nos encontrábamos con un amigo o pretendiente que tenía carro o que estuviera en una posición económica más holgada que nuestra miseria: “ se comen aunque sea un banano antes de salir para que no las vean con hambre, recuerden que el pisto y el carro es suyo no de ustedes, si ustedes quieren comprar algo trabajen y se lo compran con el sudor de su frente, no vayan a decir que por invitarlas a un agua en bolsa les van a abrir las piernas”.
Hasta el día de hoy me cuesta tanto dejarme invitar a un agua en bolsa…
A mi Nanoj como a miles de niñas en el campo le tocó comenzar a trabajar cuando tenía cuatro años de edad, cociendo el nixtamal, moliéndolo en la piedra de mano y luego torteando la masa en el comal de barro, ordeñar las vacas, lavar la ropa en la quebrada, llevar almuerzo al abuelo y al tío mayor que sembraban en la parcela, rajar leña, hacer adobe. No usó zapatos hasta la adolescencia. Con un vestido de lavar y poner que mi abuela se lo confeccionó en su máquina de cocer. No pasó de tercero de primaria.
A ella no se le dio la oportunidad de asistir en la escuela, la miseria era tal que le tocó ser madre y hermana a la vez. Antes de los trece ya andaba cortando algodón en La Pangola. Viajaba con mi abuelo y mi tío mayor por temporadas y regresaban a Comapa con el dinero para pasar los días mientras volvían a sembrar la milpa.
Sus ojos avellanados y su piel blanca como leche recién ordeñada, su pelo canche y la pinta de mulata hacen de mi madre la estampa de la típica mujer jutiapaneca, arrecha y silvestre con voz de mando en el matriarcado.
Recuerdo sus piernas rollizas y sus manos ásperas de mujer de campo, la espalda fuerte y su sonrisa tibia.
“Yo les doy permiso de salir ahí vean ustedes si en lugar de agarrarme la mano me toman el pie” “¡Aunque sea una bolsa de la Despensa Familiar se meten pero cuídense!” Eso cuando ya entramos a la adolescencia y los patojos nos rondaban más seguido, así de claro nos habló siempre. Hoy cuando la llamo le digo que aquí no hay bolsas de la Despensa Familiar que me mande unas y ríe mientras la voz se le quiebra. Entonces habla quedito y en diminutivo soy su Negrita, su Chilipuquita…
Y la secundo: las dos rocas fuertes se desmoronan y afloran los sentimientos más profundos que anidan en la intimidad del alma.
Pero pensar en el 10 de Mayo y adjudicarlo solo a mi Nanoj es injusto yo también tengo otras madres que han ayudo a que yo sea la enajenada de hoy. Mis tías que han estado ahí siempre, protectoras, aleras, emprendedoras, gallinas poshorocas cuidando a las pollitas pelucas. Mías tías nos prestaban sus zapatos y sus pantalones para ir a las actividades de la escuela cuando ya entramos a diversificado, nos prestaban para el pasaje, cuando no teníamos qué comer llegábamos a sus casas y nunca faltaba el caldo de frijol sopeado con tortilla, o las tortillas con sal y si había suerte con rapadura. Café de màiz tostado. Los abrazos algodonados que sosegaban cualquier ansiedad.
Los consejos invaluables que te da una mujer de campo, que no sabe nada de leer ni de escribir pero sí de la vida. Mi hermana-mamá fue la primera en la historia de la vena Oliva y de la vena Corado en terminar la educación media, aquello fue una hazaña.
Yo tengo la dicha y la suerte de tener una hermana-mamá que sin ella mi vida fuera de total miseria humana, es quien siempre fue a recoger mis notas de la escuela, quien me ayudó con las tareas, con quien compartí la ropa y la cama, hasta hace poco me independicé de sus pies, me era imposible dormir sin sentirlos junto a los míos, crecimos durmiendo cuatro en una cama de metal, es quien conoce hasta el más mínimo gesto de mi expresión corporal. Sabe perfectamente cuando estoy a punto de llorar por algo, cuando estoy furiosa, cuando algo me indigna y cuando la niebla y la lluvia hace estragos en mi perturbación.
La abuela materna nía Juana a quien amo con locura, es la mujer que me enseñó a tortear como Comapense de Pura Cepa, esos pishtones con carita en comal de barro.
Mis vecinas de la cuadra que también fueron mis madres de crianza, las vendedoras del mercado que dejaron huella en mi vida. Mis maestras de la escuela, de la universidad. Las mujeres que hoy me abrazan con la ayuda de la tecnología también son soporte y guías. Mis bisabuelas, mis ancestras omnipresentes. Porque decir mujer es decir madre. Las que entretejen la esperanza de la honestidad, justicia y equidad.
Hablar de una sola mujer en este día tan especial sería una injusticia porque no solo son madres las que paren sino también las que crían.
A ustedes les debo ser la delirante de hoy. A ustedes mi letra, mi rebeldía y mi pasión. A ustedes mi alma montuna, a ustedes mi enajenación.
Ilka.
Mayo 10 de 2013.
Tabucolandia.
Felicidades lka hermoso y conmovedor. Las reminiscencias de la infancia calan hondo en nuestro ser y nos hacen ser las personas de hoy.
Siempre la sigo en su artículos, siga adelante.°!!!!!
Roxandra muchas gracias por sus palabras. Le envío un fuerte abrazo.
Se me salió la emoción por la piel…también tengo en mi universo femenino familiar los recuerdos de una bisabuela, abuela y tías de campo…de comidas junto al poyo, de tortillas salidas del comal…y una madre excepcional, fuerte….que tuvo el valor -ante la desesperación de no tener con qué criarnos- de emprender el camino para el norte…con muy pocos centavos, pero con un gran coraje. Gracias Ilka por compartir…
Mi Tatascana usted no tiene nada que agradecer, ya sabe pues… Me alegra que aflorara la emoción…
Conmovedor, profundo, honesto…..beeeeello. Un abrazo grande.
Bella vos, un abrazo de vuelta algodonado con la niebla de los cerezos en flor.
No tenga miedo de ser perfecta porque nunca lo será, pero a usted le falta muy poquito Ilka
Tan lindo Jorge muchas gracias por sus palabras.
Como siempre… Hermosa… Humana…
Y yo a usted lo adoro… Por guapote en todo el sentido de la palabra.