Agustina, madruga, como todos los días, con el primer canto del gallo se levanta, busca las chanclas debajo de la cama, enciende el candil, destranca la puerta y busca en la laja la tinaja de agua que acarreó desde La Pilona la noche anterior, se baña en el patio, atrás del cancel de costal que separa la cocina del gallinero, agarra un pedazo de carbón, se echa un tanto de sal en la boca y se lava los dientes, el agua sobrante la lanza a las matas de chile chiltepe que tiene sembradas al pie los izotes.
Se agarra el pelo en una cola y aviva las cenizas del polletón, junta unos chiriviscos de los que están amontonados a la par de la parva de leña y se los echa con una astilla de ocote, en lo que enciende el fuego lava el batidor, le echa agua del cántaro de barro que tiene en el corredor y lo pone a un costado del comal, junto a la hornilla. Desde la noche anterior dejó cocido el nixtamal, lo lava en la pana de plástico grande que le regaló José para los días de la feria patronal y lo muele en la piedra de mano, alista la masa y limpia el comal con una tuza mojada con agua de cal. Agustina comienza a tortear, las palmas se escuchan hasta La Pilona en el parque del pueblo. Son las cuatro de la mañana y Comapa está despertando.
La madrugada huele al dulce de los matasanos maduros y de la rapadura con la que Agustina endulza el café de tortilla en el batidor. Termina de tortear y prepara el atol de masa para llevarle a José que se quedó a dormir en la parcela que rentan cerca del río Paz; la única yegua que tienen se les cayó en la quebrada y se lastimó una pata, José se quedó con ella para velarla en la noche.
Agustina, fríe la chilipucas con manteca de marrano y cebollín y los huevos los hace revueltos con tomate y cebolla. Parte un pedazo de queso oreado, echa un poco de mantequilla de costal en un vaso y lo tapa con un pedazo de plástico que envuelve con hule. Agarra una manta, coloca unas tortillas y las mete dentro de un bucul para que no se enfríen. En un recipiente plástico echa las chiliguas fritas y los huevos. Mete todo en un canasto, alista su yagual y va al patio a cortar unos chiltepes. El atol de masa lo echa en un galón de aceite que guarda desde hace meses como recipiente para los atoles. Cuando el aceite se acabó puso a hervir agua, le echó sal, limón y bicarbonato y con eso lavó el galón, para que se le fuera el olor a aceite y lo restregó muy bien con arenilla roja, ceniza y jabón.
Se pone sus caites, el vestido que se mandó a hacer con las telas que compró en la feria patronal y que no ha estrenado, agarra camino hacia la parcela; está comenzando a aclarar y a los lejos entre los cerros se ve Ahuachapán, el volcán Chingo, Jalpatagua y las curvas serpentinas del río Paz. Pasa el cementerio, El Pinito, la quebrada, Escuinapa, Las Crucitas, el nacimiento de La Joya y finalmente llega a San Andrés, con el ruedo del vestido lleno de mozotes y bañada en sudor.
En la parcela se sorprende José que no la esperaba, tenía pensado trabajar unas horas en la milpa y luego irse al pueblo a desayunar y buscar medicina para la yegua, Agustina va con su vestido nuevo, huele a Agua Florida a chiliguas fritas y a humo de polletón.
José deja el corvo a un lado y las matas de monte que le estaba arrancando a la milpa, maravillado ve lo hermosa que es Agustina y la suerte que tuvo al casarse con ella, se acerca, la abraza y huele su piel, ese olor lo trastornó desde el primer día que la vio. Olía a monte, a cerros, a agua de quebrada y a nixtamal.
Agustina lo besa con suavidad y acaricia su piel seca por el sol, le arregla el cuello de la camisa que ya ha zurcido tres veces, agarra el yagual y lo extiende sobre el monte, comienza a sacar la comida del canasto y mientras José come ella lo observa embelesada, han buscado tanto tener un hijo, intentaron con tratamientos que para pagarlos tuvieron que prestar dinero y José trabajar de mozo en fincas vecinas, llegaron a extenuarse tanto que se dieron por vencidos. Agustina anda por los 47 años y José en los 50.
José se sirve atol en un morro, mientras mira las aguas tibias del río Paz, abraza a Agustina y ambos pierden sus miradas en el paisaje, se acuestan sobre el zacate mirando el cielo desnudo de un azul profundo, disfrutan la dicha de estar juntos. José con su ternura habitual besa los pies de Agustina, llenos de polvo, lame con delicadeza sus piernas, acaricia su cintura, sus pechos maduros, sus labios carnosos, sus manos agrietadas y sus ojos cansados. Les da el medio día y ellos extasiados en la entrega mutua, se aman como nunca, se acarician con pasión, se entregan desnudos e indefensos a la quietud del amor. Agustina queda embarazada, lo sabrá en unos días cuando tenga retraso y las nauseas constantes la lleven al centro de salud del pueblo. Será a una niña a la que llamarán Chacté. Por las flores amarillas favoritas de los dos, que embellecen los caminos reales del oriente guatemalteco.
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Ilka Oliva Corado @ilkaolivacorado contacto@cronicasdeunainquilina.wordpress.com
07 de marzo de 2017, Estados Unidos.
A pesar de los años de estar muy lejos de su natal Comapa, Ilka Oliva no pierde su identidad. ¡Felicitaciones!.
linda historia.
Saludos
Guatemala