Está sentado sobre una llanta vieja de camión junto a otros niños que también van de paso y se dirigen hacia Estados Unidos. Llegó a pedir alimentos al albergue para migrantes “ La 72” ubicado en Tamaulipas, México.
Tiene doce años de edad se llama Apolinario es peruano de Arequipa. Comparte el almuerzo con varios niños y adolescentes de Honduras, Colombia, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y México, todos albergan la ilusión de llegar al país del dólar verde.
Niñas que viajan solas que decidieron migrar para escapar de la miseria, de la explotación laboral infantil y del maltrato familiar, todos comparten el almuerzo, una siesta y la ducha antes de embarcarse en la siguiente empresa de saltar sobre los vagones del tren en marcha.
Apolinario habla muy poco su acento es muy distinto al de los otros niños centroamericanos también viaja solo, es el hermano mayor de siete crías que tuvo su madre en tres distintos matrimonios, decidió huir y atravesar las fronteras que fueran necesarias para alejarse lo más que pudiera de su alcoholismo y de su drogadicción.
Apolinario comenzó a trabajar cuando tenía cuatro años de edad, su padre lo enviaba a recoger basura al mercado y como cargador: a ayudarles con las bolsas de las compras a las vecinas. Organizando cargas de leña en las tortillerías y acarreando agua del estanque central de la periferia hacia las casas, terminaba el día con las manos astilladas y si no llevaba la cuota impuesta por su padre era golpeado por un cable de luz hasta sangrarle la espalda luego le colocaba granos de sal y gotas de limón para que aprendiera la lección de no regresar a casa sin la cuota impuesta.
Su madre se divorció y se unió en nupcias con otro hombre de la región quien resultó ser alcohólico y traficante de drogas, Apolinario fue obligado a trabajar como mula cuando tenía seis años, tomaba un autobús e iba a dejar los paquetes a las distintas zonas de Arequipa. Si perdía algún paquete en la entrega del narco menudeo o si el pago no iba cabal su padrastro lo dejaba durmiendo en el patio de la casa sentado en una silla atado de pies y manos.
Después de descubrirlo en la cama con su mejor amiga su madre nuevamente se divorció de su segundo esposo y se unió en relación libre con uno de los policías del sector. Siente niños vio llegar al mundo Apolinario su madre aun enamorada de su segundo esposo y con el dolor de la traición comenzó a beber Pisco artesanal y a llenarse las fosas nasales de un polvo blanco.
Agredía por cualquier insinuación a sus hijos y a Apolinario el mayo por consecuencia. El padrastro policía encontró en él la forma de sus desahogados sexuales y optó por sodomizarlo cada vez que su compañera completamente inconsciente sumergida en el alcohol se negaba a compartir la cama. Apolinario también era llevado a la estación policial a practicar sexo oral a los amigos de su padrastro como castigo por no poder controlar a su madre y sus vicios.
Hasta que un día optó por huir y alejarse lo más que pudiera de aquel tormento, así fue como junto a tres adolescentes emprendió el viaje el contacto lo hizo con un amigo repartidor de narco menudeo quien habló con un cliente dueño de una empresa internacional de trasportes y arregló los detalles para que los cuatro adolescentes viajaran de polizones hasta Tapachula , México.
Ahí saltaron desde los rieles hasta los vagones del tren en marcha y emprendieron la aventura de la migración de los miserables…
En La Patrona fueron asaltados por policía, sodomizados y las niñas y mujeres violadas, dos de sus amigos lanzados desde el tren en marcha quienes murieron en el instante al caer en la vías.
Durmieron amarrados con sus camisas a los techos de los vagones al llegar a Tamaulipas cuando despertó no encontró a su compañero al único de los tres que seguía junto a él, no sabe si se cayó del tren o si lo empujaron, si saltó, no sabe solo desapareció en la oscurana de la noche.
Está ahí en el albergue “La 72” un grupo de migrantes se alista para salir a enfrentarse con la última frontera, Apolinario se une a ellos, se despide de los otros niños migrantes y nuevamente emprende su camino logra saltar la gran muralla, el alto tapial y llega a Estados Unidos dos meses después de haber abandonado su natal Arequipa.
Vive en un refugio para migrantes indocumentados en California y trabaja lavando platos en un restaurante de Beverly Hills. Estados Unidos al final de cuentas no era la ilusión óptica desde la frontera del sur pero ahí en el albergue nadie lo sodomiza, nadie lo golpea con cables, nadie lo deja durmiendo en el patio atado de pies y manos y no existe su madre alcohólica y drogadicta. Apolinario envía semanalmente dinero a su abuela materna para la alimentación y escuela de sus siete hermanos. Para su cumpleaños número trece piensa cocinar Ají de gallina para sus compañeros del refugio. Se considera a sí mismo un sobreviviente de frontera.
Ilka.
Junio 12 de 2013.
Qué belleza, Ilka. Qué rico escribes, sabías que el oído gusta de las palabras como el gusto de los alimentos? Qué disfrute leerte. Leo en ti, borrachera de las bellezas sencillas de la vida, ebriedad de la felicidad de observar la vida y descubrir en ella que, después de todo, vale la pena vivirse.
Gracias por sus palabras Luis, estas historias necesitan ser difundidas, la realidad sobrepasa en su totalidad cualquier invento de ficción. Le envío un abrazo y gracias por comentar.