La Peluca Ronronera.


No le alcanzó el pisto para comprar una que estuviera a la altura del teatro y la función,  así es que se fue en bicicleta, -porque tampoco tenía dinero para la gasolina- al mercado de El Guarda Viejo,  ya allí al ver el tumulto de gente que; entre agazapada y semiapercollada  lograba dar el paso en cámara lenta –como fiesta de la cuadra en colonia marginal- las estanterías y canastos,  quiso dejarla encadenada –con la cadena del chucho de su casa- pero temió no encontrarla al regreso.

Así es que encaramada en la virula, se remangó la minifalda (pensó que le estorbaría si el pijazo se enredaba con los zapatos de tacón que andaba puestos-  y decidida se lanzó a la velocidad de una pasada de nube en puesto de Nía Yoyita;  según ella que podría pedalear entre los charcos y caminos reales formados – a caitazos- entre las chozas y jaulas con gallinas, patos, loros, chompipes y pijijes.

Pero al primer encontronazo con unos canastos llenos de aguacate -de  Sorsoyá- que haíba trido una nía a vender, se percató que; o se bajaba de la virula  y se desmangaba la minifalda,  o  la iban a bajar  anestesiada con un guamazo bien propinado sin la menor intención. Porque propinado con sentimiento, en brazo de tamalera, o de atolera, seguramente vería algo más allá de las estrellas. Tal vez; pasaría saludando a la Osa Mayor y aterrizaría como  barrilete en viento de noviembre, cuando se revienta el hilo y ya lleva quince telegramas entre pecho y espalda.

Se lamentó haberse gastado el dinero de la gasolina, en  una docena de pititangas tráidas por encargo desde la Sexta Avenida y dos juegos de beibidoles, marca: “Atásquese” para celebrar  con El iluminado, el cierre de la obra “El Apercollón Apercollado”, él quedó de llevar; algo pal pecho –un sostén hecho con espumilla y alborotos- probablemente una botella de vino marca: “después de la segunda nos quitamos la ropa”.

Caminó entre el tumulto de gente y después de dos horas, varios mallugones, dos uñas quebradas y zapatos sin tacón, logró dar con una venta de pelucas para “Las Emergencias del Amor” fue lo que leyó en la estantería donde se encontraban regadas; se decidió por la más fifí, que aparentaba haber sido de alguna condesa sholona. Pagó con cheque –que llevaba arrullado en la copa del sostén- pero no se lo aceptaron, la nía de la peluquería  y lentejuelas “El brillo Es Reluciente” le dijo que allí era: “el pisto en calienta o en encomienda la bicicleta”, pero  a arañazos de coyota vieja, logró hacer el trueque y prefirió dejar los tacones como pago.

Y pedaleó hasta llegar a su casa con la peluca puesta, se la amarró a la crines con dos pitas de vena de hoja de guineo –las recogió en el puesto de la nía que vendía tamales de viaje- para que el viento, la humazón de las camionetas y alguna mano ligera, se la peinaran al pedalazo.

Llegó a su casa convertida en la Condesa Sholona. Se bañó con la peluca puesta, para que ésta se acomodara a su maceta. Se alistó, y pidió dinero prestado a sus papás para la gasolina de su  BMW convertible. Se perfumó de pies a cabeza y aceleró rumbo –a la gasolinera- al teatro: “La Presentación Perfecta o Devolvemos La Choca”.

Llegó a los camerinos convertida en: la Sholona de la Condesa, se sacó las espinillas de la cara, se lavó con Agua de Rosas se cepilló los dientes y colmillos -de actriz de teatro ya curtida en los manjares de los aplausos y tomatazos- y comenzó a talquearse de pies a cabeza. A todo esto, una de sus siete personalidades, llamada: Tocámeaquí, pero de cariño se autonombra Libélula, -porque le gustaba el agua de los ríos- comenzó  a maquinar la forma de vengarse de los piojos de la peluca, -porque la liendres estaban ocupadas despiojando a sus crías-.

Eureka –como la camioneta- Recio se Rió es la actriz principal de la obra, “El Apercollón Apercollado” una mujer multifacética: durante años ha practicado  el deporte de “un dos tres chiricuarta”  y “zacarrín” también baila el “hula hula” subida en una silla y mientras lo baila, juega yoyo. Habla 8 lenguas distintas, -pero no sabe cuáles son-  es una arquitecta de mucho éxito y popular entre la crema y nata de las actrices buenonas.

Su gran secreto: sufre de trastornos de personalidad y es bipolar. Ha logrado ubicar cinco personalidades distintas: Cututuy: es sumisa y adora bordar sobrefundas no sale del mundo de las lanas, hilos y agujas. Lábeseallí: es un tanto sosegada pero apasionada con los hombres de pelo en pecho, al ver uno, transforma a la tranquila Eureka, en una loba salvaje. Nomevoair: seductora y hormonal, maúlla al medio día, cuando se aparece de repente, avergüenza a Eureka porque le da por aullar en
pleno centro comercial, en medio de una obra de teatro o cuando está donde el dentista.

Yonosé: es arrebatada y testaruda, adora las aventuras y las citas de ocasión, siempre se disfruta de las mieles del placer a la primera cita, cuando toma el cuerpo de Eureka, la conduce hacia la Zona Viva a tantear el valor de los hombres que, en el mundo nocturno ofrecen el doble que en el de día; cuando ya saciada del placer carnal, desaparece, dejando a la confundida Eureka en manos de hombres que ofrecían pero que a la hora de la hora, no llegaron al kilataje.

Y por último la más perversa, la que siempre la compromete, la más salvaje–pero  bien sentada- malévola, calculadora, fifí y provocativa: Tocámeaquí: sueña con llegar a ser actriz en Broadway y sabe perfectamente que con una peluca con piojos no lo logrará.
La sala del teatro está llena a reventar, el director de la obra, -un buenón buenote- ha avisado a las actrices y actores que practiquen el apercollamiento, antes de salir a escena, porque hay gente importante del medio del teatro entre el público. Tienen que dejar claro  que un apercollón no es cualquier soque.

Eureka se enchonga el crinero que tiene como pelo, se zampa la peluca  de la Condesa Sholona y sale a escena, rogando a sus actrices ancestras que por favor ninguna de sus cinco personalidades quiera tomar como propia las luces del teatro y los aplausos. Si quieren les deja los nervios y la ansiedad, las ganas de ir al baño a última hora, pero no a su amante nocturno, él no, él es para ella, por lo menos esa noche al terminar la obra. Minutos antes Tocámeaquí, ha colocado ronrones en la peluca y le amarró hilos en las alas.

Eureka deja de ser ella para convertirse en la Condesa Sholona,  una mujer de suburbio que canta ópera cuando está enojada, el público enmudecido y estupefacto, -no por la peluca y los piojos-  escucha el canto de enojo de la Condesa Sholona,  como un sonido extraño y casi angelical proveniente del galillo de aquella mujer, lo describió una mujer vestida de rojo, que se encontraba entre la concurrencia, cuando las reporteras la entrevistaron, al  llamar al caso de La Peluca Ronronera al extraño suceso ocurrido esa  noche del teatro.

La Condesa Sholona, sale a escena en un lujoso vestido floreado de gamuza –y tuza-  y lino, lleva gafas oscuras, -porque tiene escupelo-  comienza a cantar y mientras va entonando,  siente cómo lentamente la peluca comienza a moverse de su lugar, centímetro a centímetro, recuerda inmediatamente que se le olvidó pegársela con cola loca, yuquia y pegamento de zapato, pero ya es tarde.

Camina sobre el escenario  y antes de llegar al otro lado Tocámeaquí, se ha apoderado de ella, y en un dejo de soberbia y elegancia jala los hilos amarrados  a  las alas de los ronrones, y el público ve cómo vuela por los aires la peluca  que después sería conocida como ronronera. Ésta cae sobre las cortinas del telón, al verse libre de ella, escapa y deja a La Condesa Sholona, confundida, sin su peluca y con el chongo de crin de yegua despeinada, expuesto al público, los directores de cine y teatro invitados, como buena actriz al pedalazo, y con cierta elegancia y experiencia en el arte de la seducción, se desata el chongo y su cabellera cae como cascada sobre su torso y sus caderas.

El público se levanta y aplaude justo cuando ella termina de interpretar la canción.   Pensaron que la peluca era parte de la interpretación. De algún efecto como los que utilizan en Broadway. Pero justo cuando el elenco se estaba despidiendo y dando las gracias, de  atrás del telón comenzó la peluca a levitar, Tocámeaquí, furiosa por no haber logrado dejar mal la escena de Eureka, llora desconsolada, pero se percata que soltó los hilos con que sostenía los ronrones, y son estos lo que cansados de pasar en la oscurana de atrás del telón, decidieron volar en busca de una salida, sin percatarse que llevaban a tuto la peluca empiojada.

Las luces del teatro enfocan a aquella extraña macolla de pelo que vuela por los aires en busca de la salida. Uno de los ronrones habla inglés y logra entender el anuncio pegado en la puerta de Exit, les traduce a los demás, y logran salir de aquella sala de teatro, en el camino dejaron la peluca trabada en la rama de un árbol, dijeron que estaba empiojada y no era bueno para su  reputación.

Adentro, la gente aglomerada aplaude y pide autógrafos a la Condesa Sholona,   y felicitan a la producción por esos efectos especiales calidá que se echaron en la obra. Eureka aun confundida retoma la compostura, agradece al público y se entera que les han alargado la obra para tres funciones más. Pero en esta ocasión, se promete; la peluca se la pegará ¡con grapas!

Y así llega a su final, el mito de la peluca ronronera. Pero Eureka todavía tiene pendiente el estreno de su lujosa docena de pititangas y él, entregarle algo pal pecho.

-Para mis dos aleras; ¡libélulas!-.

Ilka Ibonette Oliva Corado.
31 de julio de 2011.
Estados Unidos.
Vísperas de agosto.

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