Easter en Semana Santa.

Hoy como en años anteriores me despertó el llanto de las campanas de la Merced, Santo Domingo, y las de la iglesia de mi pueblo Comapa que venía envuelto en el eco sonoro del rugir del viento. Gozosa oliendo a corozo y perfumada con el morado pálido de las jacarandas, me levanté y para mi sorpresa el ambiente en mi casa estaba impregnado con ese mezcla de olores propios de ésta temporada, del incienso de mi juventud y pensé:¡es Domingo de Ramos!

Mientras los árboles se desperezaban del invierno agonizante , la primavera nos empezó a coquetear haciendo de las suyas con ese clima que indudablemente me provoca «recordarte Guatemala» así es como empecé el día, abriendo las ventanas para dejar entrar la frescura de la Semana Santa de mi Tierra.
De repente cayeron desmayados ante mis ojos los ramos tradicionales de éste día con los que rememoramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, las famosas palmas con que la gente lo vitoreaba a su paso por aquellas calles. Es el inicio de la Semana Mayor.

Muy poco o casi nada se celebra en la actualidad del significado real de ésta semana que está iniciando hoy, muchos toman el «feriado»como el tiempo para la parranda de 3 días, para el bronceado perfecto en aquella arena tufosa borracha de tanto orín en el puerto tal…
Es el tiempo para la goma perfecta para el sábado de gloria con que la mandan a la quinta avenida… con un buen caldo de gallina.
Por mi parte viví diferente la Semana Santa, en reposo, en oración y meditación es imposible no sentir el olor a molletes que hacíamos desde el Miércoles Santo, los famosos tamales de viaje porque teníamos que guardar en la trinchera todo tipo de sustento para aquel ejército de güiros hambrientos, los bollos que mi papá hacia, las tortas de pan dulce, y los últimos ayotes cocidos en panela. Del «conqué» preparábamos pescados secos, sardinas, coliflor y ejotes envueltos en huevo, pacayitas cocidas al «rescoldo en el polletón» así transcurrieron muchas Semana Santa de mi vida.

Otra historia completamente distinta rayaba en el horizonte cuando se trataba de agarrar camino para Comapa «a visitar a mis abuelos maternos» la emoción no nos dejaba dormir desde tres noches anteriores al viaje, mientras preparábamos nuestros «glúteos» para el masaje forcivoluntario que se suscitaba durante el trayecto en aquellos buses cinco estrellas que iban a paso de tortuga por miedo a explotar una llanta en el talpetate de esos caminos cenizos.
Por fin se divisaba el rótulo de: «Bienvenidos a la Reina de las Colinas y la Cuna de la Amistad Comapa» sentía escupir el corazón por la boca al respirar el olor inconfundible del oriente, olor a vacas, olor a izote, a monte, a tierra.
Mi abuela a la cual le caíamos en manada sin previo aviso, ya estaba acostumbrada a ese tipo de emociones, y siempre me decía: bien decía yo que iban a venir porque el fuego no dejaba de hacer ruido ahora que estaba torteando, y el sinzonte cantó desde la mañana.

Así mismo en manada nos íbamos para la finca de Don Tibe (el hombre más pistudo del pueblo) a decirle que: ¿Dice Tío Lilo (mi abuelo) que si nos presta unas bestias para ir a darnos un colazo? El señor muy accesible siempre, no nos dejaba terminar la pregunta y nos daba a escojer entre aquel colorido de carne maciza.
Escaldada terminaba el día de tanto andar a caballo disfrutando del paisaje de la árida tierra en donde dejé el ombligo y la cual me llama noche y día.
Al sentir el bostezo del ocaso las mujeres del pueblo se reunían en la iglesia para ayudar a embellecer con flores y encajes las andas para la procesión, mientras los hombres iban al monte a cortar el pino y algunas palmas, los niños tenían que barrer «con escubillo»las calles de adoquín y tierra para esperar el paso de las precesiones. Los jóvenes eran los encargados de ir a la mueblería del «Amatón»a conseguir el aserrín y pintarlo, cosa que les fascinaba porque salían «arreados»en los pick-ups prestados para tremenda empresa.
Fueron días inolvidables que aún el vestigio del tiempo celosamente no ha tocado porque están intactos tal y como los viví, así los siento en éste instante.
Los días de esa semana transcurrían acarreando «manojos de leña»que guardábamos en parvas bien ordenadas, cortando zacate para la única mula propiedad de la familia la famosa «pica piedra» lenta pero segura…

Arreando los pollos y metiéndolos en el tapesco, bebiendo café con tortilla a la hora de la oración y si bien nos iba de repente una semita, pan de arroz y hasta quezadilla hechas en casa de «Doña Adela»las mejores que he comido en mi vida. Y para mi la preferida de mi abuela porque soy la única nieta que nació en su casa y en la mesa del comedor con ayuda de la comadrona del pueblo. Para esa nieta prieta siempre tenía preparada en su escudilla favorita el atol que lleva desde antaño en el paladar «la poleada»hecha con canela, masa y suero.
El sábado de gloria era agridulce para los niños porque con la educación popular era tradición que: te zamparan tu tremenda chicoteada, dis… que para que crecieras, la parte buena era que se organizaba una excursión para ir a bañarse a las Cuevas de Andá Mirá en Jalpatagua, (esas eran excursiones) se llenaban como 15 pisck-ups y jule canelo… vonós… abrazados y apercollados en medio de canastos con aquellos muñecos de tortilla, gallinas asadas, huevos duros, botellas llenas de «chicha», tinajas con horchata, algunas llenas de fresco de Toky, arribábamos a las cuevas después de estar minutos antes endrogados en el suspenso que produce el vértigo por haber estado el transporte postrado en aquellos «guindos» y curvas, en los que meditábamos como bien diría un cantante popular «la vida no vale nada».
De regreso ya engomados de tanta agua que tragábamos azufrada de las cuevas lo único que queríamos era un catre o la hamaca para dormir.

Por el momento solamente inconsciente busco suspendida en el instante el sonido abrumador de las «chicharras»que felices cantan distantes en aquellas tierras lejanas y de golpe desde el cerro me llega la fragancia, es la flor de «chacté»envuelta en un suspiro, y un saludo seductor en la distancia del amarillo que surca los caminos, los potreros, las quebradas, el paisaje de la campiña de mi pueblo, mi natal Comapa, ese tierra de oriente en donde según dicen los capitalinos «Dios dejó olvidadadas las piedras, los tetuntes y el talpetate».
Aquí en Estados Unidos el cuento es otro, el cuento aquí se llama Easter y es el invento más novedoso que han hecho: el que los conejos ponen huevos pero esa historia la dejaré para otro día. Mientran tanto seguiré haciendo mis chepes con frijol camagua y loroco ya que de guaza me encontré con éstos coloridos frijoles envainados. ¡Buen provecho!

Ilka Oliva.
Domingo de Ramos. (2008)
Estados Unidos.

Un comentario

  1. que barbara, hoy leitu blog y aunque estoy en esta bendita tierra de donde no deseo salir jamas, me has hecho llorar solo de imaginaar la nostalgia que debes sentir al no poder disfrutar de esta maraavillosa tierra. Dios te bendiga y te pemita volver y ver que aun huele a flor de Izote y que aun comemos chuchitos con frijol camagua.

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