Arte

Quisiera, por supuesto, poder pintar las expresiones faciales, las ajaduras de la piel, el sudor recorriendo la piel tostada por el sol, quisiera, por supuesto. Pero mi capacidad en este momento tiene limitaciones y no sé si en el futuro si sigo pintando esto cambie o si mi estilo es así, simple, es algo que aun estoy descubriendo. Pero hoy por hoy mi pintura es ésta y es amada con toda mi alma.

No podría pintar algo que no sienta, algo por quedar bien o por aparentar, para encajar. Algo para gusto de otros. Me sentí invisible la mayor de mi vida, sentirse invisible es sentirse rechazado, excluido, inferior, es no sentirse persona, como un lastre. Y duele, duele mucho.

Los vendedores de mercado y ambulantes nos sentimos así la mayor parte del tiempo, somos la señora que vende tostadas en la esquina, el quesero, el panadero, la mujer de las piñas, la niña de los tomates, es decir; la tomatera. El patojo de los nísperos y así van y vienen las referencias hacia los productos que vendemos pero raras veces o casi nunca nos conocen por nuestros nombres. Entre nosotros sí, entre los que vendemos nos llamamos por nuestros nombres, pero los clientes hasta piden fiado sin saber nuestros nombres.

Yo fui durante mi infancia, adolescencia y primeros años de edad adulta, una de las niñas heladeras de Ciudad Peronia. Se referían a mí como la heladera. Ahí va la heladera, ve la heladera, esa heladera, las heladeras. Me gradué de maestra de Educación Física y la gente seguía diciéndome heladera. ¿La heladera se graduó de diversificado?, comentaba la gente sorprendida de tan enorme hazaña. Recuperé mi identidad digamos, hasta que comencé a escribir y firmé mis textos con mi nombre. Pero vamos a morir así, para muchos seremos siempre solo los que venden el tomate, el queso, la leche, el gas. La tortillera. ¿Cómo se habrán llamado las mujeres a las que les compramos tortillas todos estos años? ¿Quienes hacen el pan que comimos todas estas décadas?

Pero nunca dejó de ser un orgullo vender helados, ser vendedora de mercado, ganarme la comida con el sudor de mi propio trabajo. Y hasta el día de hoy podré tener muchos oficios, pero me reconozco en el alma como vendedora de mercado porque ha sido ahí en esa invisibilidad donde he aprendido las lecciones más importantes de mi vida y donde conocí también la solidaridad sin reparos. Es el mercado mi Alma Mater. Los cimientos que fortalecieron mis piernas para este caminar.

Hoy pinté a las famosas Palenqueras, de Cartagena, Colombia. Mujeres que venden fruta en las calles de la ciudad turística. Son descendientes de africanos que fueron esclavizados y traídos al continente americano para desgraciarles las vidas. Orgullosas herederas de los cimarrones que lucharon por su libertad y crearon los palenques, donde anidaron un mundo de amor, cultura, tradiciones y conciencia negra. Oriundas del pueblo llamado San Basilio de Palenque, en el departamento de Bolívar.

Estas mujeres negras, prietas hermosas, galanonas, salen de sus casas en las cercanías de Cartagena y caminan sus calles curtidas de sol ofreciendo sus frutas. No importa si están cansadas, si no pudieron dormir, si los dolores menstruales las están matando, si tienen las venas inflamadas, si en la casa sus parejas les pegan, si las maltratan, si sus hijos lloran por comida, si tienen todos los recibos por pagar amontonados sobre la mesa de la cocina, ellas tienen esa cara de encanto y ofrecen sus frutas frescas con la mejor sonrisa. Es la labor del vendedor ambulante y de mercado. Ponerse una máscara, entrar en el personaje y tratar de agradar, de no caer mal, de no perturbar a primera vista al posible comprador porque de lo contrario no fluye y la venta no se da. Con una pulcritud en la limpieza de sus ropas aunque el agua les llegue una vez cada dos semanas donde viven. ¿Qué duro, verdad? Doble yugo más allá del cansancio físico y emocional porque una persona no puede ser ella misma con tal lograr vender su producto. Suena cruel pero es así. Solo hay que fijarse al ir al mercado la forma en que ofrecen el producto los vendedores es todo un teatro, si fueran ellos mismos todo aquello sería de puros lamentos pues es cruda la vida de los invisibles.

Siempre admiré de la gente del mercado esa forma de ayudarse, de que si una ya había vendido tal fruta o verdura le pedía a la otra para ayudarla a vender la suya. Estas mujeres de la pintura están repesadas sobre una pared en una calle cualquiera, conversando quizá, descansando un momento de caminar y con sus ventas juntas. Cualquiera diría que la envidia no deja ver ese tipo de escenas en la vida cualquiera de las personas anónimas, pero esa sola imagen es una cátedra.

De la serie Raíces. Acrílico. Título. Mis colegas. Palenqueras. Mujeres vendiendo frutas en Cartagena, Colombia.

Nota: Mis pinturas están a la venta, para cualquier información comunicarse por mensaje privado.

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Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado

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