Durante más de 17 años yo me negué a sembrar, a tocar las flores y mucho menos a acercarme a ellas. Me negué a acercarme a las hortalizas. No fue auto castigo, no fue adrede, lo que sucedió fue que me sequé por dentro.
Y poco a poco me fui volviendo un yermo, no quedaba de mí ni el más mínimo rastro de la alegría de infancia cuando sembraba en mi jardín y en mi parcela, en la casita de Ciudad Peronia.
Lo feliz que era en armonía con la tierra y el campo. Con el olor a monte y a flores y a hierbas.
Hace tres años con la llegada de la Nube Pasajera, recobré cierta ilusión por la vida; comencé a sembrar hortalizas en pequeños tiestos, pero sembraba gladiolos y no florecían, yo quería sembrar gladiolos como evocación al jardín que tanto amé en mi infancia y que me hizo inmensamente feliz. No florecieron.
Mi abuelo materno (tío Lilo) siempre decía que cuando quien siembra no está bien, si tiene tiricia (mal del alma) hasta las flores se secan sin reventar. Que las hortalizas no florecen y no crían.
Eso sucedía conmigo, por eso los gladiolos no floreaban. Y llegaba el verano y se despedía con los fríos de otoño y los gladiolos no reventaban. Yo tenía el mal del alma del que me hablaba tío Lilo en mi adolescencia cuando lo acompañaba a su parcela en mi natal Comapa.
Aún lo tengo, el mal del alma, la tiricia, me habita. Pero poco a poco he comenzado a florecer. Esta primavera sembré nuevamente gladiolos y sentí en lo más profundo de mi ser que iban a florecer. Esperé pacientemente a que llegara agosto, era en agosto o no sería nunca. ¿Cuándo iban a florecer los gladiolos que hicieron tan mágica mi infancia? ¿Por qué estaba tan seca por dentro que no podía hacer florear la parcela?
Una corazonada muy de sentir campesino y arrabalero me dijo que este agosto los vería florecer.
Y mágicamente así sucedió. Tío Lilo tenía razón, era la tiricia, el mal del alma, la que me consumió todos estos años. Yo quiero volver a sentir la alegría de mi infancia, la misma emoción, el mismo anhelo. Nunca volverá a ser igual.
Pero después de 18 años, he vuelto a ver los gladiolos florecer en mi parcela. Aunque hoy es restada, en mi ahora de inquilina, aunque ahora tengo el cabello cano, y estoy tan lejos de aquel arrabal hermoso que me hizo tan feliz.
La tiricia sigue en mi vida, no sé si un día me abandone por completo, o me consuma hasta que no quede nada de mi. Pero hoy, ahora, en el agosto que tanto amo, de nuevo florecieron los gladiolos.
Esa felicidad solo es comparable con los días de infancia en los que corría libre en la arada con mis cabritas, mientras mi jardín y mi parcela llenaban de amor nuestra casita en Ciudad Peronia.
Para tío Lilo, mi abuelo campesino.
Sigo aquí.
Ilka.