Matilde y su musa de terciopelo.

Esa tarde Matilde se dirige hacia el puerto de Lisboa le gusta escribir mientras se desborona la tarde sobra la aguas saladas del mar. Está de vacaciones en Portugal como suele hacerlo cada verano, alquila una cabaña con vista al mar. Ahí durante ese tiempo es ella sin conductor de automóvil rentado, sin el ejército de editores  exigiéndole un libro para publicar en cierto lapso de tiempo.
En Lisboa y exclusivamente en el verano se deshace del abrigo de escritora y camina en sandalias, compra su comida en el mercado del pueblo y cocina sus cenas.
Por las mañanas se levanta con el alba y espera la salida del sol practicando yoga. Le da por sembrar hortalizas y limpiar los vidrios de las ventanas con vinagre y agua. Compra vino y velas le gusta escuchar el canto de la noche a media luz.
Piensa en ella… en su primer y único amor, en el tiempo que lleva sin verla en lo que habría sido de su vida si en aquella juventud tierna hubiese seguido a sus instintos y no a su razón.
Tal vez viviría en Polonia y no sería escritora, irían todas las tardes en bicicleta al centro de Varsovia como lo hicieron durante sus años de universidad, se perderían durante horas en los museos y escucharían conciertos callejeros.
¿Qué hubiese sido de su  vida al lado de Nadzia? ¿Tendrían la casa que soñaron? Con jardines de lavanda y viñedos, con el kiosco para la veladas de poesía y canto. ¿Cuál sería su profesión?  Tal vez el oficio de pintora callejera en el parque central de Varsovia o impartiría clases de español en la universidad en donde estudiaron juntas.
Nadzia esa bella añoranza de juventud ese fulgor que no se apaga sigue siendo el  rescoldo de noches de encanto y frenesí. Su endiosada Nadzia la musa de sus letras la  que la acompaña en las madrugadas cuando escribe sus novelas, la que le acaricia su cabello cano y le prepara una taza de té de manzanilla al finalizar la jornada.
Su musa de piel desnuda con la que comparte las sábanas y la tibieza de su alcoba. Sí, esa Nadzia con la que no se atrevió a disfrazar el horizonte de pradera, porque en aquella edad no supo leer sus instintos ni entender sus sentimientos, acaso intentó  seguir la ruta de su inmadura razón.
¿Qué sería de su vida sin su esposo y sus hijos?  ¿Hubiese procreado con Nadzia? Seguramente sí. No es infeliz está en paz con la familia que tiene con su oficio de escritora el cual le ha permitido viajar alrededor del mundo y conocer diferentes culturas y personas, está realizada como mujer, madre y profesional.
Pero ese rescoldo que a veces es hoguera…
Si tan solo pudiera cambiar de página y regresar a la anterior así como lo hace cuando lee las novelas de La Duquesa de Santiago y queda atrapada entre la trama y sus personajes. Si tan solo pudiera hacerlo con su vida regresaría a las tardes que se visten de sepia en su memoria y la amaría como la primera vez como aquella primera noche de verano con el mismo delirio y vehemencia con la fascinación de adentrarse en lo desconocido.
Matilde decide ir al campo de girasoles y escribir un poema a su musa para enviárselo después por correo regular, le satisface escribirle cartas a mano pegar las estampillas  y agregar un pétalo de girasol entre las hojas.
Es su forma de comunicación mientras llega la fecha de escaparse  juntas durante algunos días a ciudades lejanas donde viven su amor sin premura, sucede tan solo una vez al año son días que esperan ambas con ansias de pubertad.
Nadzia sigue siendo madre divorciada aunque nunca falta un amante de ocasión pero ninguno ni con todas sus dotes de seductor puede llevarla al borde del acantilado como lo hace Matilde y desde donde saltan juntas explotando en éxtasis y dicha.
Matilde llega al campo de girasoles y desencajada observa maquinaria arrancándolos de raíz, arquitectos haciendo mediciones y varios bloques y bolsas de concreto, se acerca estupefacta y pregunta qué sucede con el campo, uno de los hombres le contesta que están  iniciando  la construcción de un centro comercial.
Aun incrédula y con las lágrimas quemando sus mejillas Matilde recoge las últimas flores marchitas se sienta sobre una piedra y observa la forma en que la maquinaria destroza la raíz de las flores que durante muchos veranos fueron  el canal por donde se comunicó su alma con la de su musa.
Toma una hoja de su libreta y escribe los versos aciagos que son portadores de aquella nefasta tragedia para Matilde quien ama los pistilos y la esencia.
Sol de girasoles
 
Mi musa de luna llena
Arrancaron de raíz las alboradas
La bruma ya no abraza, es ajena
 
Desprendieron los pistilos
Y los pétalos destrozaron
Los tallos son sueltos hilos
Que fueron arrancados y remolcados
También suprimieron la semilla tierna
Y frutos no nacieron fueron abandonados
 
Agonizando los observo
Son fragmentos en el descampado
Mi musa  desarraigaron tu recuerdo
 
Pétalos de amarillo vivo
Que juntos hacían un sol
Hoy son todos fugitivos
De la lindeza del amor
Tus muslos en los pistilos
Y tus labios en cada flor
 
Despojado el campo se queda
De girasoles en botón
Tus ojos serán la vereda
Donde florezca la semilla
Para que retoñe amada Nadzia
En cada pétalo tu piel, que es mía.
 Se levanta y camina hacia la oficina de correo con la intención de enviar inmediatamente el poema pero en el camino cambia de opinión  y va en su lugar a cancelar la cuenta de la renta de la cabaña, prepara su maleta sintiendo esa conocida punzada en el corazón aborda el primer vuelo hacia Polonia, en Varsovia la espera una nube de recuerdos de amena convivencia, toma un taxi y se dirige a la casa de su musa, mientras toca la puerta siente  las   palpitaciones del corazón desbordándosele por la garganta. Nadzia abre,  la macilenta luz del faro de la esquina de la avenida la deja vislumbrar ese rostro reconocido y amado, ha llegado la dueña de su  alcoba y de sus noches de luna llena, la abraza deseando que el tiempo  quede detenido y que el aroma que emana de su piel impregne cada  habitación de  su morada.
La hija de Nadzia duerme en la universidad, ambas mujeres acarician sus cabellos canos y sus pieles surcadas por el paso del tiempo. Salen a comprar una botella de vino de la misma marca que solían beber en las noches de poesía y canto, apagan la luz y encienden una vela la noche es tierna  y hay encanto…
El amanecer las sorprende desnudas abrazadas a sus cuerpos tibios y húmedos en la habitación queda el recuerdo de momentos de pasión y  entrega.
Esa mañana viajan a las afueras de la ciudad, Matilde compra una cabaña en donde irá a pasar los veranos al lado de su musa de terciopelo, compran semillas de girasol y han encargado en el vivero docenas de plantas de lavanda y uvas.
Hará realidad la añoranza de tener un nido donde se despojen de todo menos del amor.
Ilka Oliva.
Noviembre 23 de 2012
Estados Unidos.
 
 
 
 
 
 
 

7 comentarios

  1. Ite. Misa est.

  2. Ilka, eres mi musa! salud! y seguimos enredando y enredadas! Aixa García

  3. Vicente Antonio Vásquez Bonilla

    Ilka linda: Te felicito por tu productividad. Me encanta ver cómo progresas. Besos, Chente.

  4. Excelente Ilka, como siempre me atrapas en la lectura y me haces imaginar cada escena!!! y que viva el amor…

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