De la vida del pueblo y otras hierbas.


Y le cuento esto para que no se le vaya a olvidar la vida del pueblo.
Posdata: después le enviaré las fotos de las procesiones.
Esas fueron las palabras escritas por quien fuera mi maestra en mis avispadas asistencias a la universidad, (que pasé de madrugada… qué raro…) y quien después con el tintineo sigiloso de los años se convirtiera en una entrañable amiga. Ayer al leer un correo electrónico que enviara desglosando las peripecias vividas en sus vacaciones de Semana Santa. Me comentaba: se había ido a nutrir el espíritu a la tierra que le acarició el llanto cuando respiró por vez primera el aire ralo de la árida Asunción Mita: Allá en donde aquella madrugada en que se abrieron las compuertas de la fuente de doña Eva y el rostro de la intrépida chirisa se asomó sigilosa al umbral del mundo, en el medio de la carretera en plena palangana de un carro pick-up. Las luciérnagas celebraron iracundas y entrelazaron sus destellos con la melodía perenne de los grillos. Juntos; luciérnagas y grillos: mimaron esa primera noche de luna jutiapaneca a la nueva hija nacida en la profundidad de las entrañas de Asunción Mita.
Mientras en las lejanas tierras pobladas de lujo y bullaranga me encontraba, yo; frente al ordenador leyendo con atención entelerida las historias suscitadas en la tierra del matasano y del jocote de corona. (Por supuesto también del queso y crema, chis la droga) Y le cuento esto para que no se le vaya a olvidar la vida del pueblo: mis recuerdos nuevamente se agruparon formando un sindicato que con tetelque osadía se tomara como propio; (De Guate., tenían que ser) el rescoldo austero de las memorias de mi infancia. Así es que; mientras terminaba de leer su carta, mis recuerdos se soltaron la rienda, y, de soslayo se atravesaron la calle polvorienta del tiempo presente para caer cual chiligua madura, al suelo de talpetate en las tierras amadas, soñadas y anheladas que habitan en la nubosidad de mis nostalgias: Mi Comapa.

Nací en esa elegante Cuna del Sol, bajo el cobijo de cuatro paredes hechas de adobe y bajareque, un techo de teja quebrada y las caricias de las manos enormes de mi abuela, más; unas cuantas nalgadas de la comadrona del pueblo. Nací a culumbrón, por eso pensaron a un principio que yo era del bando opuesto a las presentes esa noche. Mi madre lloraba a mares, a pesar de que yo sería la segunda heredera de su carácter, era impresionante creerse con la valentía de poder parir. Abrí los ojos; dos pepitas color tierra, seducida por el embrujo eterno del clavel rojo, que esa noche impregnó mi cuerpo de por vida con el perfume de sus pétalos. Pero crecí y aprendí las pocas cosas que sé en ésta vida, en una de las colonias aledañas al casco urbano, una de esas tantas en donde los sueños se desgranan lentamente falleciendo junto a las tardes embelesadas de hastío. Una colonia en donde amé, lloré y bebí a boca de jarro los mejores años de mi juventud. El trajín común era, despepitarse las horas trabajando, estudiando tratando de escapar de las miradas asesinas de los muchachos que empezaban a conformar las maras, que en poco tiempo se convirtieron en agrupaciones que se ganaron a pulso el temor de la población. Habían; (camuflajeado) asentado por medio del” lenguaje subliminal”; el mentado toque de queda. Cuidadito de salir después de las diez de la noche a aplanar las calles porque el valiente que se atrevía, terminaba desnudo si bien le iba o tísico si los Caballos (nombre de una de las maras) se encontraban de mal humor. Con las muchachas, era el hilvane diferente, ultrajadas desde que el manto de la noche cubría ese asentamiento. Así es que; medio empezaban a calentar las gargantas los grillos y ya no nos quedábamos a escuchar su concierto, era de salir “en carrera” cada quien para su nido.
Las casas, sus construcciones, colores y formas merecen unas cuantas líneas en ésta historia. Empezando por covachas, hechas de lepa algunas y de lámina otras, casas mitad adobe y mitad lepa, de ladrillo eran las más elegantes, las puertas y ventanas las mirabas de cartón, lepa, y aluminio. (Quienes lograban cubrirlas).
El encanto aparecía cuando se dejaba caer una pelota de balompié, era la algarabía, llorábamos de la emoción cuando cambiábamos (aunque sea para esa chamusca) la de plástico pinchada por la real que rebotaba. Una cuadra la conformaban cincuenta casas de esas, diez tenían televisor propio, los vecinos requete buena gente, abrían las hojas de las ventanas de par en par para que los menos afortunados disfrutaran desde la calle las mágicas series de Canal 3 (El Súper Canal) de Candy, Los Pitufos, Los Años Maravillosos y la aclamada (por nosotros) Beverly Hills 90210. Entre otros… Apagones de luz a cada rato, el agua potable llegaba tres horas cada dos días, como era obvio que no alcanzaba para la espeluznante masa humana que vivía en la colonia, era de madrugar a hacer cola a la bomba central y acarrear en cualquier contenedor la fuente de vida transparente (por ratos).
El despelote emocional (en mi persona) aparecía cuando de la voz de mi madre salían como versos de un poema de Neruda las mágicas palabras: alisten sus tiliches que se van a pasar Semana Santa a la casa de mi mama. Era una locura todo aquello, pensar en la vida del pueblo, era tocar el cielo con las manos. Era salir de la noche y besar el alba, acariciarla y amarla y embrujarme con su luz. Eso era Comapa para mi: el alba.
Debo de confesar que irónicamente, regresé a conocer mi pueblo quince años después de haberme arrebatado de su calor, la arrogante pobreza que vivían mis padres. Ésta los obligó (poco después de la dieta de recién parida que guardó mi madre) a regresar a la finca en donde él era el chofer del único tractor de la finca y ella una más de las jornaleras que cortaban el algodón, en la lejana Gomera, Escuintla. Mi regreso fue tardío, por el motivo cuatrero, es decir; por los cuatreros. Durante años solamente salió un bus a las cuatro de la mañana de Comapa hacia la capital, y ese mismo regresaba a las diez de la mañana hacia Comapa. Contaba mi abuela cuando llegaba a visitarnos a la capital que; los cuatreros, salían en la oscurana de la madrugada a asaltar al único culeco y choyudo autobús que se destartalaba en la terracería de talpetate, fuera de asaltar ultrajaban a mujeres casadas, viudas, solteras y al valiente que se les pusiera al brinco. Fue hasta que los cuatreros se convirtieron en historia que me liberaron del corral y me dejaron ir a correr como potranca a la tierra que nunca dejó de preparar mi bienvenida.
Comapa, es uno de los municipios más humildes que tiene Jutiapa colinda en parte con Jalpatagua y Valle Nuevo (en donde crecen los jocotes rojos que usted ahora mismo puede ver de venta en cualquier mercado de la capital) y en donde las panzas lombricientas de los niños están a punto de reventar, en donde las mujeres que viven en las aldeas suben al pueblo en caites y al llegar a la entrada se los quitan, se limpian el polvo de los pies y sacan de una bolsa plástica los zapatos. Es esa tierra en donde los sanitarios son posos ciegos, (para el que tiene). Su terreno es árido, raras veces crece la milpa galana, el agua potable llega cada vez que se le ronca la gana, mientras eso pasa, la mayor parte de la población se abastece de la que llega con manguera a la “pilona”: un estanque que se encuentra en el centro del parque del pueblo, bajo la sombra del mangar, frente a la alcaldía (en donde duermen la mona sus autoridades). Desde que aparece la carátula de las primeras casas, te encontrás sin previa presentación, con el atalayable calor seco que no te deja dar paso en falso. La sombra, a esa la encontrás pegaba como chicle en las paredes de las casas.
Gracias a la remembranza de éste correo electrónico, vuelve la entenada descarriada de esa tierra, la inquilina perenne, la amante del canto de las chicharras que grita
n su nombre apostadas en el enorme plumajillo, en los izotales, en los aguacatales, en los guatales, en las ramas seductoras del clavel, en la flor del chipilín, bajo la sombra del matasano, aferradas a las miradas seductoras del chacté y la flor de san Andrés, apercolladas de las hojas del frijolar, emborrachadas con la chicha que brota del maíz amarillo, y oscurecidas por las mazorcas del máiz negro que la esperan ansiosas para convertirse en atol chuco.

Y le cuento esto para que no se le vaya a olvidar la vida del pueblo
: maestra si usted supiera que no me he desprendido de mi eterna amante: la vida del pueblo. El cordón umbilical me llama en las madrugadas, en las interminables tardes y noches que llevo pereciendo lentamente en ésta escueta soledad. La vida del pueblo, la llevo en la sangre, la llevo en mis manos que sembraron milpa y abonaron la tierra, con las que aprendí a contar las cargas de leña, las mismas con las que aprendí a moler el nixtamal en piedra, la únicas con las que aprendí a tortear, la vida del pueblo la llevo en mis pies, con los que caminé kilómetros de veredas en medio del zacatal, para llegar al mirador en donde te roba el aliento el río Paz, (que hidrató los años juveniles de mi abuelo) con los que me subí a los árboles frutales, los que se mojaron con la frescura de las quebradas y ríos; que aún lloran mi nombre, los que descalzos se cundieron de niguas y se asustaron con las caricias del mote, la vida del pueblo la siento en mi piel, la que se tostó bajo el sol, aporreando frijol y desgranando máiz, esa vida que es única la llevo en mis labios que se humedecieron con el jugo de una mango de pashte, los que probaron el exquisito sabor de las guayabas silvestres y quienes se atolondraron con la masa blanca de la anona. De la vida del pueblo jamás me podré divorciar, porque es mi compañera, mi amante y mi destino iracundo al que deseo regresar.
La vida del pueblo querida maestra: soy yo misma.
Posdata: esperaré las fotos de las procesiones.

Ilka Oliva.
Sábado (día de tamales).
18 de abril de 2009.
Estados Unidos.

Un comentario

  1. DEFINITIVAMENTE……
    LAS PRINCESAS JAMAS DEBEN DEJAR SUS CASTILLOS, SON DEMACIADO, TIERNAS,DULCES Y NOBLES PARA OLVIDARLO.

    LA QUE LO DEJA POR LA RAZON QUE SEA SIEMPRE TARDE O TEMPRANO VOLVERA.

    VUELVE A TU CASTILLO QUERIDA ILKA.

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