Soledad.
Salió de Chinandega con tres mudas de ropa, un par de zapatos con las suelas rotas, un álbum de fotografías, las bendiciones de su madre atadas al corazón y la ilusión de llegar a Estados Unidos. Soledad subió al tráiler la última noche de octubre de mil novecientos noventa y seis, tenía trece años de edad. Era la mayor de ocho hermanos, junto a su madre vendía agua de coco en la carretera en la entrada a Chinandega, en el estacionamiento donde pernoctaban los traileros que iban de paso recorriendo países con los furgones llenos de mercancía. Por la noches…