El veinticinco y los helados
Son las tres de la madrugada del veinticinco de diciembre, suena la alarma del reloj despertador, mi hermana-mamá y yo en un intento por detener el tiempo nos abrazamos a las sábanas tibias y a los cuerpos de los cumes que duermen también con nosotras en la vieja cama de metal que tiene una pata coja, no nos queremos levantar, no un veinticinco de diciembre. Mi Nanoj nos deja descansar diez minutos más, a las tres y diez en punto nos va a sacudir las sábanas para que nos levantemos, la jornada laboral comienza. Es la década del noventa en…