Las clases para estudiar el magisterio de Educación Física eran de 7 de la mañana a 6 de la tarde, la única clase práctica que teníamos en la mañana era natación, de ahí todo era teoría y hasta después de almuerzo teníamos las clases prácticas que en realidad también llevaban teoría y nuestras ansias por la actividad física se veían aplacadas por los folletos de 50 hojas que teníamos que fotocopiar cada tanto. Libros pocos o ninguno a veces, ahí se estudiaba con fotocopias dada la economía de los padres de familia.
Salíamos a las 12 a almorzar y las clases comenzaban a la 1:30, esa hora y media era nuestro segundo recreo, algunos se iban a las canchas de la 12 avenida (frente al gimnasio Teodoro Palacios Flores) otros a sacar fotocopias, unos a nadar, otros a dormir en los corredores o en los graderíos de la piscina olímpica y yo que me dormía a los pies de los árboles que miraban a la Federación de Pesas, siempre quise practicar pesas pero no tenía dinero para federarme. A la hora de almuerzo me iba por toda la línea del tren y bajaba al estadio Doroteo Guamuch Flores (antes Mateo Flores) cruzaba la Ciudad Olímpica y me acostaba bajo la sombra de los pinos y cipreses, la brisa suave del medio día me hacía dormir la mona como bebé.
Hasta que un día me atreví, me armé de valor y entré a la Federación de Pesas, me recibió un señor de unos 60 años de edad, con el pelo completamente blanco, con el cuerpo de fisicoculturista de la vieja escuela, le dije que quería practicar levantamiento de pesas pero que no tenía dinero para federarme y que si él sabía de algún mecanismo para que yo pudiera obtener ese permiso, inmediatamente supo que estudiaba Educación Física porque llevaba el uniforme puesto, me escribió una nota en una hoja de papel y me mandó a las oficinas de la CDAG (Confederación Deportiva Autónoma de Guatemala) para que me hicieran el carnet y me federaran y me dijo que no tendría ningún costo porque llevaba la nota firmada por él y además que presentara como refuerzo mi carnet de la escuela. Así lo hice y obtuve inmediatamente mi carnet de la Federación de Pesas gratuitamente.
Para esos años que fueron los más difíciles de mi vida, yo necesitaba sedarme, cansarme hasta más no poder, para no pensar y no sentir absolutamente nada, siempre opté por el ejercicio físico y el alcohol que fueron mis únicas dos drogas. No me era suficiente pasar la noche haciendo tareas de la escuela ni trabajar los fines de semana vendiendo helados en un mercado, o dormirme por el desvelo en el autobús todas las mañanas de camino a la escuela por pasar las madrugadas de corrido haciendo tareas. No, yo necesitaba algo más fuerte, algo que no me permitiera tener tiempo ni para respirar. Ya nadaba, ya practicaba deportes en la escuela, quería algo nuevo y a lo que no había tenido acceso antes. En la escuela en los 3 años de carrera nunca ingerí alcohol, pero los fines de semana en el arrabal nos íbamos con los patojos a las tiendas alrededor, nunca me sentí más segura en ningún otro lugar solo en el arrabal con mis amigos de infancia y la mayoría de las borracheras de mi vida fueron con ellos.
Mientras me entregaban mi carnet el señor de pelo cano que me recibió en la Federación de Pesas me dijo que podía llamarlo Oso, que así lo llamaban sus amigos en el barrio San Antonio, zona 6. Don Oso desde el primer día de entreno me exprimió, mi entreno era de 45 minutos para que me diera tiempo de regresar a la escuela a las clases de la tarde, me enseñó a trabajar una variedad de ejercicios y rutinas con herramientas de la vieja escuela, me dijo que lo haría así porque esas pesas siempre estarían en todos los gimnasios aunque llegaran nuevas y a la moda. O que yo misma las podría fabricar con dos botes y cemento. El kilómetro extra me dijo, cuando ya llevaba cincuenta abdominales y me puso 10 más y otras 10 más y otras cinco más y dos más y una más. Así en las 4 series de 50 que me puso. En las series de 15 repeticiones con las pesas era igual, cuando ya iba por la número 14 llegaba y se paraba a la par y presionaba la pesa para que yo tuviera el peso en contra, me exigía 10 más, 10 más y 5 más y 3 más y 1 más. Eso es, me decía, para que trabajes tu mente porque cuando el cuerpo no puede más es la mente la que debe tener la disciplina y la resistencia. Y así me fui acostumbrando a ese kilómetro extra que ya había conocido de ida y vuelta en mi infancia trabajando en el mercado solo que no me lo habían explicado de esa forma.
Así fue como dejé de dormir la mona a los pies de los pinos y corría ese kilómetro extra en la federación donde la mayoría de deportistas eran obreros, ahí conocí recogedores de basura con unos cuerpos increíbles hechos a fuerza de disciplina, jardineros, mujeres que trabajaban en fábricas que a las 5 de la mañana entrenaban y de ahí salían al trabajo, muchos migrantes centroamericanos indocumentados que tenían todo para pertenecer a la selección de halterofilia pero por un papel y un sello no pudieron. Una disciplina deportiva practicada mayoritariamente por gente del pueblo por el esfuerzo físico que requiere. Esos entrenos no eran solo sudar y darle forma a los músculos, eran clases sobre la vida diaria pues compartíamos todos, unos hablando de sus trabajos, otros de sus países, de los lugares donde vivían y poco a poco los dolores personales propios del obrero. Yo por mi parte nunca pude hablar, mi única forma de expresar es por medio de la escritura. Pero eso lo supe hasta cuando emigré antes lo guardé todo hasta que me ahogó.
Y pasó el tiempo hasta que un día me dijo que ya estaba preparada y me mandó a la sección de la par que era donde entrenaban los seleccionados de halterofilia y de levantar pesas de 60 libras comencé a entrenar con más peso y aprendí una disciplina nueva. Días entrenaba con él y días con los seleccionados y así pasaron los 3 años de carrera y cuando me gradué de maestra ya tenía la invitación para ser seleccionada nacional de halterofilia, solo entrenando a la hora de almuerzo de lunes a viernes. Por circunstancias propias de mi situación económica no pude participar en la selección porque requería más tiempo de entreno y más gasto en pasajes que no tenía.
Recién graduada comencé a estudiar el curso para árbitra de fútbol en la Federación Nacional de Fútbol que lo impartían en la Casa de Selecciones, allá por Paiz Montúfar, los viernes en las noches, entonces dividía mi tiempo entre el trabajo, la universidad, la Federación de Pesas y el arbitraje, hasta que un día en el arbitraje me dijeron que tenía que bajar el peso muscular y dejar de practicar halterofilia y hacer más ejercicio aeróbico, así fue como desaparecieron mis músculos en pocos meses. Don Oso se sentía tan orgulloso de la forma que habían tomado mis músculos que se pavoneaba cuando yo iba palideando corriendo ese famoso kilómetro extra con las repeticiones de a cinco más cinco hasta el infinito.
Tuve que dejar la federación y él se negó rotundamente a que ejerciera el arbitraje me dijo que me harían mucho daño ahí, que no era para mí que siguiera en la federación de pesas. Pero no lo escuché y seguí en el arbitraje y un día me presenté en la federación pasados los meses, estaba entrenando alrededor del estadio y lo fui a saludar, por poco le dio infarto de verme sin los músculos que tanto nos costó formar. Creo que fue una decepción para él, se sorprendió tanto de mi cambio físico, pero me abrazó y me dijo que si eso era lo que quería que siguiera con todo. Esa fue la última vez que lo vi.
Todas las mañanas desde entonces me levanto a realizar una serie de ejercicios de estiramiento combinado con abdominales, también en las noches antes de dormir. No importa si voy al gimnasio, a nadar o a practicar bicicleta, mis dos rutinas son diarias sin importar qué haga durante el día. Y cuando estoy en el gimnasio realizo siempre esa serie de 10, más otras 10, más otras 5, por él. Y cuando voy a nadar doy cinco vueltas más a la piscina, por él. Y cuando voy en bicicleta le agrego más dificultad en las velocidades, por él. Hay días en los que no quiero ir al gimnasio y aparece su imagen imponente de oso, entonces voy a realizar ese kilómetro extra, por él.
Comencé a cambiar mi alimentación hace muchos años, por él. Por él conocí la proteína en polvo y hasta la fecha mis desayunos son licuados de fruta con proteína.
El gimnasio a donde asisto tiene todo el equipo a la moda y la sección de la vieja escuela y cada vez que la veo, veo a don Oso con su disciplina de deportista de toda la vida. Me acerco y me veo en los espejos se siento con la espalda recta y comienzo la rutina a la que le agrego 10 y otras diez, más diez y cinco más. Sino duelen los músculos no se hizo bien el ejercicio, siempre dijo y yo lo recuerdo siempre.
Ese kilómetro extra lo he aplicado en todos mis actos, cuando estoy frustrada, cuando estoy cansada, cuando me desespero, cuando la impaciencia me quiere ganar, cuando la pereza aparece, cuando me quiero dar por vencida. Ahí está don Oso con sus 10 más, otras 10, más otras cinco y entonces me levanto, respiro y voy también por las otras 10, más 10, más otras cinco. Por él que me inculcó la disciplina del ejercicio físico y mental. Hoy estoy escribiendo este texto por él, porque también en la escritura sigo corriendo ese kilómetro extra. Don Oso fue mi mentor no solo en el ejercicio físico pero en mi día a día y sigo practicando actividad física, por agradecimiento a lo mucho que los deportes le han dado a mi vida, pero por él también, por no haberme cerrado la puerta en la cara el día que llegué a la federación solicitando un carnet y no tenía dinero para pagarlo.
Para don Oso.
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Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado
22 de diciembre de 2020, Estados Unidos.
¿Y quien no recuerda al Oso (no pongo sus apellidos porque vos no los pusiste) también entrené en la vieja escuela pero no halterofilia sino culturismo. Siempre me llamó la atención pero precisamente por la Natacion no podía. Gran recuerdo y un reconocimiento al Oso donde quiera que esté.
También al parecer usted anduvo por la Ciudad Olímpica. Abrazo.