Tomates apayanados

Reviso y ya llevo la carne, la cebolla, la acelga, los ajos, los tomates, el chile dulce y me falta el culantro. Voy a cocinar tortitas de carne con acelga, a veces también las hago con berro.  Las acompaño con salsa de tomate y  arroz blanco, no me gusta echarle verduras al arroz, me gusta blanco y sin sal.

Me dirijo a la estantería donde está el culantro y me encuentro con los muchachos que trabajan ahí, están  bien abrigados todo el año,  colocando las verduras y frutas  frescas a las que les hacen camas de hielo y que cubren con hielo también, los saludo y continúo mi camino  pero al pasar a la par de uno de ellos escucho música norteña y me pego el regresón, como buena pueblerina, a abrir la boca. 

¿Está escuchando música? Sí. ¿En dónde? Pregunto con curiosidad de no ver ningún radio alrededor. Aquí mire,  y mete la mano roja, fría, por el hielo que coloca sobre las verduras,  toca la bolsa de la camisa que da justo en el pecho y me señala su teléfono celular, aquí escucho mire sino olvídese me muero aquí de depresión, de soledad, de pensar un montón de cosas usted, uno aquí jodido y tan lejos. Está escuchando a mis adorados Los Tigres del Norte, música que acompaña la nostalgia de los migrantes indocumentados en este gran corral. 

Lo conozco desde hace 15 años, cuando llegué a este mi pueblo rentado él ya trabajaba en ese supermercado polaco, no pasa de los 45 años de edad, me ha contado que llegó a Estados Unidos de adolescente, que se vino a trabajar para sacar adelante a sus hermanos en su natal México y que se fue quedando, como nos quedamos todos; no por comodidad sino por necesidad, la misma necesidad que nos hizo migrar y que no logró solventar “el sueño americano”. 

La vez pasada me presentó a un chileno que acababa de migrar, pero con papeles, me pidió de favor que ayudara a conseguirle trabajo en otro lugar porque al hombre se le notaba que no estaba hecho para el trabajo fuerte, a cada rato se quejaba del dolor de espalda por  levantar tanta caja de fruta y verduras. Era joven como de 25 años, sus manos finas como las de las personas que trabajan en oficina. No duró ni un mes y consiguió otro trabajo, tenía la ventaja de los papeles, mismos que por carecerlos mantienen en las sombras  y explotados a millones de indocumentados. 

Muchos de ellos tienen la esperanza que sus hijos nacidos aquí al cumplir los 18 años les arreglen los papeles y puedan por fin ser visibles en derechos y más que todo poder viajar a ver a sus padres en las tumbas de los camposantos en sus pueblos natales, ya que entro todo lo que se llama la migración forzada también se lleva la oportunidad de la última despedida. 

¿Tiene culantro fresco? Le pregunto con un manojo medio marchito en la mano. Sí, mire ahí en esa caja –y me señala una caja de cartón debajo de la estantería- ahí está el fresco aún no lo coloco porque no he terminado con las lechugas. ¿Qué va a cocinar hoy? Tortitas de carne con acelga, pero el culantro también  lo quiero para la salsa de tomate, digo salsa pero no me gusta así como tipo jugo,  me gusta como el chirmol, así le decimos en Guatemala a esos tomates asados destripados con tenedor y que cuando se sirve tiene los pedazos enteros. Sí, sí, así  me gusta a mí también, en mi pueblo le decimos salsa apayanada, que los tomates se apachan nada más. Cállase, -continúa con clara emoción en sus palabras- de chiquitos eso comíamos allá en el rancho, puro tomate apayanado con chile y tortilla, por lo menos aquí tenemos qué comer. 

Me despido y lo dejo escuchando su música norteña, música que entibia las almas de quienes en un quejido sonoro de melancolía añoran  los verdes profundos de las   montañas y los zacatales de un país que los obligó a exilio. 

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Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado 

07 de diciembre de 2018. 

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