Peras francesas

Llevo prisa, solo compro lo urgente en el supermercado mexicano y me voy a caja, no me sorprende encontrarme  con largas filas  en todas las cajas, es jueves  por la tarde y el fin de semana empieza para muchos. Aunque para el indocumentado mexicano cualquier día es de tacos y cervezas, más cervezas que tacos, es la medicina del pobre. 

Noto que el señor que está adelante lleva como única compra una bolsa de tunas, en Guatemala les decimos tunas a los frutos de los nopales y cactus. Lleva como 50, me provoca saludarlo, tiene un no sé qué que me llama la atención,   lo observo detenidamente: lleva pantalón de vestir con manga tipo campana, cincho de cuero grueso, camisa a cuadros y chumpa de corduroy enguatada de adentro como con lana de oveja de primer trasquile. Todo en color café. Su cabello cano combina con su sombrero blanco. Cosa rara, no tiene bigote. 

El alto, delgado y con la piel ajada pegada a los huesos. Tiene ese aire de campesino, de los hombres arrechos que viven en el campo. Tendrá como 70 años. Me animo y le comento: qué lujo de compra la que hizo. Me observa con sus ojos verdes de hoja de palo de aguacate y medio sonriendo y con mucha seguridad me contesta que son peras francesas mientras levanta la bolsa de tunas. ¿Peras francesas? Le contesto atacada en risa. Sí, son peras francesas. No, no son peras son tunas, tunas les decimos en Guatemala, en Zacapa tenemos. Mire, -comento entusiasmada- Zacapa es un departamento que está al oriente del país y ahí tenemos nopales y tunas. 

Se voltea, con ese estilo elegante  que tienen los hombres añejos que han crecido en el campo y me extiende la mano, una mano que es tres veces más grande que la mía, mucho gusto, me dice, soy de Durango, México. Mucho gusto, soy de Jutiapa, Guatemala pero crecí en la capital. No se crea, soy de Jalisco y ríe con esas sonrisas fecundas y tranquilas que solo  las dan la miel de los años. Tiene un no sé qué que me dan ganas de abrazarlo, como las nietas abrazan a los abuelos en los páramos,  en los pueblos inhóspitos. 

Son tunas, pero mire aquí la gente -me dice- se le olvida rapidito el español y los ranchos donde crecieron y pues toca decirles que son peras francesas para que se sientan a gusto, muy finolis. Sus palabras me vuelven a atacar de la risa, todos en la fila ríen. Ay, sí, lo secundo, ni hablan bien inglés y se les olvida el español pero la verdad es que se hacen los que no lo hablan solo para aparentar. 

Mire, -continúa- en mi rancho guajes comíamos con tortilla y sal, ¿guajes?, le pregunto entusiasmada, comí guajes en Morelos. ¡Ah chirrión!,  ¿y qué hacía usted en Morelos? Pues ya sabe, el trayecto… Pues entonces sí sabe usted de la vida del pobre. Claro que sí, pues pobres seguimos siendo, ¿o qué solo porque come peras francesas ya se cree muy finolis? Ahora es él es que se dobla de la risa. Ah muchacha esta tan relajada, me cae bien oiga, me dice mientras paga, usted también le contesto mientras él levanta su mano en señal de despedida y lo  veo marcharse mientras coloco  mi compra sobre el mostrador. 

Camina como los hombres añejos que han pasado toda su vida en el campo, va con  su pantalón de mangas de campana, su cincho de cuero grueso y sombrero blanco; su camisa a cuadros, su chumpa de corduroy enguatada como con lana de oveja,  del primer trasquile y sus botas vaqueras y en la mano su bolsa de “peras francesas”… Me deja impregnada del olor de la Sierra de las Minas, en la Zacapa árida del oriente guatemalteco, en donde crecen los nopales y las tunas como el aníz en Salamá y el musgo blanco en Cobán.

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Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado

20 de noviembre de 218. 

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