El brazo largo, largo, largo

Me agacho a recoger el plátano que cayó al suelo desde la estantería,   y cuando me levanto me encuentro con un brazo robusto, largo, largo, largo, negro, negro, negro que alcanza un plátano de lo más alto de la estantería. Pasmada lo sigo lentamente desde la punta del dedo meñique, pasando por el hombro y el cuello rollizo hasta llegar a sus ojos negros, negros, negros y; bajo despacio, como en bajada de cuestona, por su nariz negra, negra, negra pasando por sus labios gruesos y carnosos, rojos, rojos, rojos. Un parpadear me despierta del embebecimiento y mis ojos buscan los suyos desesperadamente, como alguien busca un vaso de agua en medio del desierto.

Intento moverme pero no puedo, estoy petrificada como si en la suela de los zapatos tuviera pegamento, él está justo a un costado, medio de frente cada vez que estira el brazo largo, largo, largo a alcanzar un plátano. Trago saliva y le intento hablar pero no puedo, no me sale la voz, ni siquiera puedo mover los labios, los siento pegados como con yuquía, creo que no se ha percatado que estoy a tanto solo unos centímetros de él.
Su olor me eriza la piel, me tiene estupefacta, totalmente deslumbrada, quiero colgarme del cuello rollizo y besarle los labios carnosos hasta el cansancio y más y después volverlo a besar. Pero no existo para él, es como si no hubiera nadie ahí a su costado, es él y su brazo largo, largo, largo y los plátanos que alcanza para meter en la canasta.
Finalmente vuelvo a la vida, logro despegar los labios de la yuquía y le digo, hola, así como queriendo que no note que me tiene cacheteando el pavimento y me armo de valor y le pregunto, ¿cómo comés los plátanos? Me contesta muy amable que los come en una comida típica de su país, y yo medio saliendo del embeleso, ¿así?, ¿de dónde eres? De Nigeria, me contesta mientras sigue alcanzando plátanos de la estantería. Me hace recordar a otro negro precioso, nigeriano, que conocí en un restaurante.
Yo estiro el brazo pero no logro llegar hasta allá arriba donde está su brazo rollizo, me conformo con alcanzar los plátanos de la parte de abajo de la estantería. Quiero preguntarle más, como si quisiera salir conmigo, como si estaría interesado en darme un beso de trapeador, uno o los que él quiera y que si no le importaría que yo se los devuelva tipo remolino colgada de su cuello rollizo.
Que si no le importaría tener 4 hijos conmigo y una parcelita donde sembremos verduras y un patio con zacate donde tengamos gallinas, cabras, perritos y las cuatro crías corriendo sin parar. Y que si no le importaría que envejezcamos juntos y nos lleguen los años y yo ya no pueda colgarme, enclenque, de ese cuello que ya no será rollizo, pero que nos tengamos el uno al otro, con nuestros cuerpos ajados y los cabellos blancos, blancos, blancos y nos acompañen las gallinas, las cabritas, los perritos, los bastones, las placas de los dientes y la parcela y el zacatal, en la Mamá África o en cualquier lugar del mundo.
Quiero desmayarme para caer en el confort de esos pechos macizos que sobresalen en la chumpa, que me abracen esos brazos rollizos, que me dé respiración boca a boca por la eternidad. Quiero tantas cosas con él. Todo, todo, todo, de repente lo quiero todo y con él. Así en un santiamén, lo quiero todo.
El afro, agarra su canasta y se despide, deseándome buen día, y yo me quedo con las ganas de tener todo, todo, todo con él. Me quedo media moribunda, alcanzando los plátanos que me faltan y camino hacia caja, y lo veo a él, de nuevo, con sus brazos largos y rollizos, alcanzando la bolsa y yéndose. Me cobra la cajera y comienzo a caminar hacia el estacionamiento, en la intemperie de un clima bajo cero en el invierno gélido. Él camina lento buscando su automóvil que casualmente está frente al mío, como último intento me le quiero tirar sobre los parabrisas, y decirle que quiero todo, todo, todo con él y que si no le gustan las cabritas que está bien que no tiene que ordeñarlas ni cuidarlas que lo haré yo, pero que él se encargue de limpiar los gallineros.
Y que si no le gusta cuidar los niños ahí sí que se jodió porque así que fue bueno para hacerlos también tiene que ser para criarlos, que podemos ir mitad y mitad de la cama, y que si un día lava él los platos y otro día yo. Y que si le tiene miedo a la bicicleta que no se preocupe, que yo le enseño y voy junto a él a la ciclo vía. Que si le tiene miedo a oscuridad ya somos dos y nos haremos compañía. Quiero gritarle que me encantan sus ojos negros, negros, negros y su lomo negro, negro, negro y que sea hijo de la Mamá África, que lo he estado esperando toda mi vida.
Pero no digo nada, me subo a mi automóvil y lo despido con un saludo con la mano y una leve sonrisa, y lo veo alejarse lentamente, mientras yo contengo la respiración, con los ojos llenos de agua y con el corazón reventándome en el pecho, sintiéndome completamente devastada y con un sabor a sal en los labios.
Respiro, arranco el automóvil y me marcho, imaginándome entre los brazos largos, largos, largos, negros, negros, negros del afro nigeriano que estiraba el brazo rollizo en la estantería de plátanos.
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Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado contacto@cronicasdeunainquilina.wordpress.com
16 de enero de 2018, Estados

5 comentarios

  1. Una de esas bellezas tuyas que me dejan pasmada. ¿Para cuándo la novela? Los premios te esperan, pero más importante aún: te esperan los lectores.

  2. Que lindo que escribe usted. Me dejó enamorado del de los brazos largos largos.
    Que lindo que escribe usted…envidia de la buena. Saludes

  3. jajajaj cleta

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