Melaza

Mi otra vida, ¿dónde está? Me pregunto desahuciada, sé que no existe más, es pasado, no es posible rescatarla. Ahora estoy viviendo otra, la vida de los desterrados. Ha pasado lloviendo chipi chipi los últimos días y también han estado nublados, los cielos cenizos profundizan más mi añoranza.
Todo el día he pasado divagando entre recuerdos, charcos de agua en el extravío camino a la aldea, barcos de papel a media calle, agujeros en la lámina en el techo de la casa, pedazos de nilón volando con el viento desde el techo del gallinero, truenos y candelas encendidas cuando se iba la luz. El piso de talpetate mojado y la ropa entrada a las carreras a medio orear.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces?¿Cuántos kilómetros me separan del único nido que he sentido mío? No está, el nido no existe más, solo habita en mis recuerdos de moribunda perdida en la nada.
Busco la botella de Agua Florida y la destapo, mojo mis manos y acaricio mi cuello mientras veo por la ventada de mi habitación en este pueblo rentado, el atardecer cenizo de este día de lluvia primaveral. Acerco mis manos a mi olfato y respiro el dolor de la melancolía, vierto un poco más del agua de la nostalgia y acaricio mis brazos lentamente y los impregno del olor de la diáspora.
Abro la puerta del refrigerador y saco el recipiente que tiene atol de masa con leche que hice ayer, mientras mi mano se acerca a agarrarlo veo el pedazo de pan francés que está dentro de una bolsa y, sin avisar, venido de mi otra vida el olor a melaza impregna el aire y   me provoca un llanto desconsolado. Siento que el corazón brinca enloquecido buscando salir desbocado y, un nudo de sal en la garganta comienza a desmoronarse lentamente y todo mi ser llora la agonía del destierro.
Coloco el atol en una sopera y lo pongo a calentar en el microondas, busco desesperada la botella de miel y vierto un poco sobre el pedazo de pan francés, lo mastico rápido buscando el alivio a mi dolor. ¿En dónde está mi otra vida? Me vuelvo a preguntar con la noche cubriendo los últimos cenizos del cielo gris. Entonces atravesando el desconcierto del tiempo veo del otro lado de la ventana a la niña heladera, en la cocina de su nido, con una tortilla caliente recién salida del comal y vertiéndole un chorrito de melaza, se la come en el patio porque está entrando las gallinas porque se vino el aguacero. La contemplo a distancia, no deseo perturbarla, no me muevo, no respiro, la veo atareada llevando las cabras bajo el torrencial a la esquina del chiquero, disfruta la lluvia, ama la lluvia, a esa niña siempre le han gustado los días cenizos y nublados.
La alarma del microondas me avisa que ya está caliente el atol, lo saco, coloco la sopera sobre la mesa y me sirvo el último pedazo de pan francés, le echo miel, deseando que sea melaza.
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Ilka Oliva Corado @ilkaolivacorado contacto@cronicasdeunainquilina.wordpress.com
04 de abril de 2017, Estados Unidos.

Un comentario

  1. El, o los tiempos en que éramos felices y no lo sabíamos. Estábamos vivos.

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