Con hormigas en el candelero

La primaria y los básicos me los pasé en las mismas: trompada tras trompada en las peleas callejeras. Siempre llegué con el ruedo del uniforme deshecho, todos los días, por las noches me tocaba zurcirlo de nuevo. De por sí andaba despeinada, siempre me ha gustado cargar el pelo suelto, pero para la escuela, en lo que iba corriendo por las faldas del Caminón, me lo agarraba con una cola. Después de la escuela regresaba sin la cola y desgreñada y con unos cuántos moretones, porque en las peleas se iban zancadillas y de todo. Rodábamos en la polvareda de las calles sin asfaltar de Ciudad Peronia. Lo habitual en aquellos años era andar con las canillas despeltradas.

Bien nos iba cuando caímos en cama: sobre los zacatales de la arada, ahí nos dábamos gusto, hasta nos tirábamos clavados desde la lomita. Los golpes no dolían tanto porque los amortiguaban las hojas de las dormilonas, los bledos y los escobillos. Nunca fui una niña tranquila, dice mi Nanoj que nací con hormigas en el candelero. Mi mundo siempre fue con los niños, hasta el día de hoy me cuesta mucho compartir con mujeres; me aburro, me desespero, siento que me falta el aire. Nunca fui buena para hablar de novios, pinturas y esas cosas. Mi mente siempre estuvo en otro lugar, en un limbo y sigue ahí.
Recuerdo que mientras mis compañeras de los básicos andaban con novios, yo también andaba con los mismos patojos pero de trompada en trompada y en las borracheras habituales; a la hora de salida nos juntábamos en el sitio baldío y a puñetazo limpio, después pasábamos a la cantina Las Galaxias a comprar un litro de cerveza entre todos y a compartirlo trago por trago. Cuanto nos iba bien juntábamos entre todos y pasábamos a donde la señora que vendía pupusas de chicharrón en la esquina de la Madeira y el Bulevar Central, hasta fiado nos daba. Ahí tocaba discutirse una pupusa y un vaso de atol: de arroz con chocolate, de arroz con leche o de elote. A veces cuando llevaba de tres cocimientos nos tocada doble vaso, ¡era una delicia!
En la colonia siempre tuve fama de puta y de marimacho, la gente no distinguía cuál de las dos era porque pensaban que me acostaba con los patojos con los que andaba y cuando me miraban trompearme con ellos, pensaban entonces que lo mío iba por otro lado. Siempre fui la única mujer del grupo, desde niña. Hasta el día de hoy me llevo más con hombre que con mujeres.
Nunca fui tipa para los novios, creo que fue porque nunca tuve tiempo para eso, apenas si nos daba tiempo para comer de tanto trabajo que tuvimos en la casa. Al regresar del mercado, todos los días al medio día, tenía 20 minutos para alistarme para irme a estudiar, en ese lapso tenía que entregarle cuentas de las ventas a mi Nanoj, meter los helados sobrantes al congelador, lavar la hielera y el nilón, bañarme y salir en carrera hacia el colegio con una tortilla con mantequilla en la mano como almuerzo. En el desayuno era más trajín todavía y no digamos en las noches. Nunca me senté a hacer los deberes, los hacía con el cuaderno en la mano, mientras barría el patio, pastoreaba las cabras, limpiaba el gallinero, le daba de comer a los marranos o preparaba la hielera para irme a vender.
De igual forma estudiaba para los exámenes, anotaba sobre un papel lo que yo creía que era lo más importante del bimestre y hacía cuestionarios, cargaba las hojas de papel leyéndolas mientras hacía oficio. ¿Silencio, soledad para concentrarse? Jamás, en la casa nunca hubo tiempo para eso, porque era cosa de haraganes, crecí parada en un pie, mi mamá se encargó de sacarnos fibra. Y cuidadito con mirarnos silbando en la loma porque ella misma se encargaba de regresarnos a tierra, con un chancletazo, leñazo o lo que tuviera en la mano.
Para esos años recitaba en los festivales escolares, La Niña de Guatemala y A Los Cuchumatanes. Por las tardes al regresar del colegio, mientras lavaba el chiquero de los coches, tomaba un par de minutos y me subía al tapial de la casa, a ver las montañas verde botella de San Lucas Sacatepéquez, y lloraba solo de imaginarme lejos de ellas, eran la versión de Los Cuchumatanes en mi vida. Cabe decir que nunca los conocí, me enamoré de ellos por el poema de Juan Diéguez Olaverri.
Anoche, por casualidad me encontré con el poema A Los Cuchumatanes, y mientras lo leía volví a mi gran amor, a la adolescencia, a treparme al tapial y a sentarme a horcajadas, mientras observaba embelesada, las montañas verde botella que embellecieron mi infancia y quise no haber despertado nunca de ese sueño.
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Ilka Oliva Corado @ilkaolivacorado contacto@cronicasdeunainquilina.wordpress.com
26 de marzo de 2017, Estados Unidos.
 

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