Atol de elote

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Después de 18 años  he vuelto a hacer atol de elote. En la casita de mi infancia, hacíamos seguido, nos íbamos a la aldea a comprar los elotes. Parecíamos cabras sueltas en pasto verde, en aquel milpal cortando el elotal; luego a meterlos en un costal y a echarlos a tuto, con yagual en la cabeza, a mecapal o como fuera.

También hacíamos tamales, era todo un ritual familiar, como los tamales de navidad (que no he vuelto a hacer desde que perdimos aquella casita hermosa) era trabajo en equipo, desde el que lavaba las hojas, hasta el que encendía el fuego y cocía la masa y el recado.

Para los de navidad mi mamá hacía el recado, mi papá cocía la masa. Mi mamá hacía los tamales y las crías con mi papá envolvíamos. Podíamos estar muertas del cansancio de la venta de helados, o mi mamá de la venta de leña, pero no faltaba nuestro ritual; encendíamos el radio en Radio Ranchera y era de aullar en lugar de cantar, pero hacíamos coro desde los Tatas hasta los cumes. En aquel piso de tierra de talpetate, sobre aquella mesita de pino, en la polvareda de diciembre en Ciudad Peronia.

El atol de elote juntaba a las tías y a los primos, a los abuelos y a los yernos. Aquello parecía chinique de fin de año en calle de arrabal. Nos atipujábamos elotes cocidos, asados, tamalitos y atol. Y algo muy propio de las hijas de la Juana y el Cirilo, al siguiente día cuando el atol estaba cuajado, lo calentábamos con leche fresca de vaca, ay, manjar de manjares.

Cuando iba de visita a Comapa, allá me soltaba mi abuelo como que era cocha de monte, entre el milpal, a la hora de la oración el atol  humana en el polletón de nía Juana. Nos sentábamos los tres, sobre la piedrona, viendo para El Salvador, entre los cerros; a disfrutar de la brisa del río Paz, de las canciones rancheras que escuchaba mi abuelo en una radio de El Salvador y a beber el atol en los trastos de morro que hacía mi abuela. Y así lentamente oscurecía en mi terruño, encendíamos el candil y mis abuelos me contaban historias de juventud. 

Desde el día que salimos de aquella casita, yo dejé de hacer muchas cosas que me alegraban, desaparecieron, es como si me hubieran abandonado.  De ser la niña saltando cercos y tapiales, pasé a ser un silencio inhabitable. 

En el destierro intenté dos veces hacer atol de elote, pero se me cortaba. Me tocaba tirarlo porque era un desastre. Ayer, fui al supermercado a comprar la comida de la semana, y en el camino decidí intentar de nuevo. No había razón para que se me cortara -pensé con seguridad- tenía que salir bien.

Y logré por fin después de 18 años, volver a disfrutar del ritual del atol de elote. A miles de kilómetros de distancia de aquella casita, en la añoranza de los tiempos felices, cuando toda la familia se juntaba a disfrutar. Lo hice en la soledad del destierro, evocando mis memorias. En la ausencia inevitable de tío Lilo, con el dolor  insondable de quienes ya no están.

El elote estadounidense no es igual al guatemalteco en sabor. No es lo mismo cocinar en estufa de gas que en polletón. No es lo mismo molerlo en molino o en piedra que en licuadora. No fue lo mismo, 18 años de distancia y dos países de por medio.Un peregrinaje de inquilina que no sé  a dónde me llevará. Ningún instante se repite en la vida, todos son únicos por eso son maravillosos e invaluables.

Yo misma he cambiado tanto, que me veo en el espejo y no me reconozco a veces. Siento que soy pequeñas partículas que no toman forma alguna.  De lejos, en mis memorias, una niña heladera me llama y me recuerda quién soy; entonces escribo, para evocar de nuevo la casita donde crecí, la arada, la aldea, los aguaceros de agosto, la casita de adobe de mis abuelos. La brisa del río Paz, las rancheras y la oscurana iluminada por un candil mientras mi abuelo humaba su puro. A mi Tatoj y a mi Nanoj junto a sus cuatro crías, en la casita de Ciudad Peronia, en el patio aquel que fue nuestra inmensidad. A mis tías, a mis primos y a mis abuelos, todos juntos, en el ritual de las fiestas familiares.

Nada vuelve del pasado, por eso vivo el instante con intensidad, sin importar la adversidad de las circunstancias.

Con amor, para las hijas de la Juana y el Cirilo.


 
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Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado contacto@cronicasdeunainquilina.wordpress.com
25 de agosto de 2016.
 

3 comentarios

  1. carolina escobar sarti

    Belleza de memorias de maíz!!!!

  2. ¡Que rico! Ese atol o atole de elote me hace recordar a mi abuelita. Espero ,le haya echado rajas de canela. Salud.

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