Gladiolos rojos

Ayer, mi hermana-mamá  llegó con un ramo de gladiolos rojos y con la sonrisa de oreja a oreja. «Mirá, Negra, lo que compré,» me dijo mientras los acomodaba en el jarrón. De golpe  llegaron mis recuerdos de infancia entre suspiros contenidos y una nostalgia irremediable por los años más hermosos de mi vida, en mi arrabal.

Volví a sentir el olor de las madrugadas de camino a la aldea, el de las mañanas de  los domingos cuando las patojas de la aldea bajaban a Ciudad Peronia a vender hortalizas y flores. Volví  a ver el sitio galán de la María del Tomatal, y los surcos de los sitios de los aldeanos, preñados de vida, de colores y amor.

Volví a sentir el aroma inconfundible del jardín de la que fue nuestra casa. Me repesé en la pared mientras veía a mi hermana-mamá arreglar el ramo en el jarrón, con esa delicadeza suya y con esos detalles tan propios.

Vinieron los recuerdos de la boda de mis papás y el ramo de gladiolos rojos y blancos que llevó mi mamá ese día.Vi a las dos hijas mayores de ese par  ir en la madrugada a comprarlos a la aldea, junto con unas ramitas de velo de novia.  Imágenes difusas pasaban frente a mis ojos nublados por la nostalgia de la diáspora y el tiempo pasado, irrecuperable, en el que fuimos tan felices como familia.

Mi mente viajaba en el tiempo, mi hermana arreglaba los gladiolos en el jarrón y mi cuerpo estaba ahí, inerme, repasado en la pared; en otro suelo, a miles de kilómetros de distancia, en otro tiempo también irreal.

Todos los veranos  mi hermana compra gladiolos rojos y blancos, como reverencia a aquellos años hermosos y en recuerdo de la boda de mis papás. Yo, yo cuando los veo quisiera ser poeta y convertirlos en versos, para que lleguen en gotas de lluvia a la tierra que tanto amo y hagan florecer en el tiempo aquel jardín que guardo celosamente en mi memoria.

No pude más que tomarle una fotografía.

Ilka.

Gladiolos rojos

Un comentario

  1. Los gladiolos rojos. ¡Ah, los recuerdos de infancia! Qué poema más hermoso, hecho de jirones de su alma en su infancia en el arrabal de su pueblecillo de Peronia. Las patojas que vendían flores…, los aldeanos que cultivaban surcos preñados de vida…, y las gotas que lluvia que hacen florecer aquel jardín de ensueños… Creo que vas alcanzando las cimas de Ernesto Cardenal, o Pablo Neruda, Preciosa Ilka. Un beso.

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