Pintar, otra forma de expresión en mi vida

Cuando era niña siempre quise pintar pero no había dinero para crayones y mucho menos para acuarelas o pintura de otro tipo. Entre que no había dinero y tiempo, tiempo era lo que más nos hacía falta durante el día, crecimos entonces haciendo malabares con la comida, el oficio, el estudio, la crianza de los cumes y el trabajo. Literalmente: destapando un agujero para tapar otro, algo común en la vida del arrabal.

Llegó la adolescencia y mis ganas de pintar y dibujar crecieron, también las responsabilidades, nuevamente se fue postergando al grado que lo bloqueé por completo de mi mente. No lo hice conscientemente, fue una reacción de mi mente, imagino, para no poner más carga emocional de la que ya tenía.

Pasaron los años y mi vida continuó también. En el 2013 un día amanecí con una punzada en el corazón, un dolor profundo de vacío, algo a lo que yo no le sabía dar razón. Me quemaba, era como una herida abierta.  Era algo que no podía escribir porque no podía darle nombre ni forma, tampoco podía darle voz.

Fue la primera vez desde que comencé a escribir en que no pude darle nombre esa sensación ocre que a la vez era una especie de urgencia, algo inaplazable. Mi frustración creció porque no pude comprender de dónde venía y por qué lo sentía así, tan fuerte en mi sangre y en mi inquietud.

Lo supe hasta que tomé un lápiz y una hoja en blanco y comencé a dibujar formas a las que después les hice poemas. Y comencé a recordar y de golpe caí sobre un río de aguas revueltas, y comencé a llorar desconsolada sin razón aparente y mientras pasaban los minutos una sensación de alivio me fue poblando.

Me fui a la tienda y compré acuarelas y crayones, después pinceles y pinturas acrílicas. Y he estado pintando desde entonces.

Una de mis últimas pinturas abstractas es la fotografía de portada de mi poemario En la melodía de un fonema. Que también forma parte de mi serie llamada «Raíces, los colores de la Mamá África».

La primera pintura la hice en acuarelas, y es la calle que conduce a la casa de mi abuelos maternos, en el barrio El Clavel, en mi natal Comapa, Jutiapa. También hice un autorretrato, limpiando el baño en una de las casas donde trabajé.

Dibujar y pintar me da otra forma de expresión tan distinta a la escritura, pintando siento una conexión extraordinaria con  la niña y  la adolescente que un día fui;  pintando la puedo abrazar y darle abrigo y decirle que aquí estoy junto a ella y que nunca la dejaré sola, que me tiene a mí para todo en cualquier lugar y a todas horas. Puedo darle un instante fugaz de alegría y verla sonreír haciendo lo que ella tanto deseaba.

Hoy quiero compartirles algunos de mis garabatos, muy pero muy significativos en mi vida, en mis turbulencias emocionales, en mis nostalgias y en mi caos. Nada espectacular, son simples como toda mi expresión. 

Tomar el lápiz y el pincel me hace reparar en que todo llega, en su momento.

Pueden ver las fotografías aquí. 

Dedicado con amor, a los niños y adolescentes de arrabal, por sus sueños que hoy quimeras un día florecerán. Y para la niña helara, con mi eterna reverencia.
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Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado contacto@cronicasdeunainquilina.wordpress.com
20 de junio de 2016, Estados Unidos.

5 comentarios

  1. Gran sentido del color. !Me encantan¡

  2. Dennis Escobar Galicia

    Lo ùnico que no tienes es ser alienada e indecente. Vaya «cuatita» que la tengo tan cerca y a la vez tan lejos. Abrazos.

  3. Dennis Escobar Galicia

    Ya me extrañaba que no hablaras de pintura. Hay unos buenos pincelazos. Despuès de lo visto te prefiero pintando que dibujando.

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