Pepita y sal

Fue un golpe muy grande cuando mi madre me dijo que no podía estudiar la carrera que yo quería, en sí no fue por la carrera sino por las circunstancias. Aunque ya lo presentía, quise soñar con que por una vez en su vida mi mamá me trataría sin desprecio y que cumpliría su palabra, no fue así. En el mes de octubre fui a realizarme los exámenes de admisión, pero no lo viví, sabía que era una fantasía, muy dentro de mí sabía que algo sucedería al final y que no estudiaría esa cerrera. Porque mi mamá nunca me había tratado con equidad y no sería esa la ocasión en que lo hiciera.

En aquellos años me fascinaba hablar de Guatemala, de sus tradiciones, de su cultura, estaba perdidamente enamorada de la carrera de guía turística, pensé que era la perfecta para mí porque era la forma más cercana de hablarle de Guatemala al mundo. A los turistas. Y fuimos a un colegio privado que era el único que la tenía, las mensualidades saldrían igual a las del colegio donde estudió mi hermana mayor. Me realicé los exámenes y los gané, iniciaría el año en enero. Muy claro tenía que representaría un sacrificio debido a nuestra precaria situación económica, pero yo seguiría aportando con la venta de helados y de lo que fuera.
El resto del mes de octubre, noviembre y diciembre mi mamá cada vez que se enojaba conmigo me decía que no merecía esa carrera, porque no era elegante como mi hermana, ni bonita, ni educada, ni inteligente. Me decía que era una negra fea, berrinchuda, caprichosa y que no merecía una carrera así. Se burlaba de mi físico y me decía que no daba para una carrera como la que yo quería, que pretendía volar muy alto. Su trato esos tres meses fue como el de toda la vida solo que por las circunstancias la carrera fue su forma de herirme.
Para cuando llegó enero y quedaba una semana para empezar las clases, me dijo después de una pelea que tuvimos que no estudiaría esa carrera porque no me lo merecía. Ya lo sabía, así que no logró acabar conmigo ese otro golpe bajo, era tan solo uno más, uno de tantos. Me dijo que buscara otra carrera y que la estudiara en lo público porque no tenía dinero para costear mis gastos. Un trato totalmente distinto al que le dio a mi hermana mayor y a mis otros hermanos.
¿Qué hacía yo en enero a pocos días de iniciar el ciclo escolar? Y ahí vino el cambio de ruta en mi vida, dos compañeras que estudiaron conmigo los básicos iban a realizarse exámenes para ingresar a estudiar magisterio de Educación Física. Nunca me había pasado por la mente estudiar esa carrera, las acompañé y cuando entré a las instalaciones de la Escuela Normal de Educación Física decidí también realizarlos, no iba preparada pero los hice y los gané. A la siguiente semana comencé a estudiar una carrera que nunca imaginé, que nunca fue parte de mis planes. La estudié con frustración al principio pero me fui enamorando de la docencia, y los deportes que eran mi pasión ayudaron mucho para que eso sucediera.
En muy raras ocasiones mi mamá me daba para el pasaje, yo vivía en una periferia de la capital y tenía que pagar transporte extraurbano y urbano para poder llegar a la escuela. Los fines de semana seguí vendiendo helados en el mercado, entre semana me era imposible porque estudiaba todo el día. A veces me levantaba en la madrugada e iba a su cama a pedirle para el pasaje me decía que no tenía, que viera cómo le hacía para irme a estudiar, entonces a esas horas me iba a tocarles las puertas a las vecinas a ver quién tenía cinco quetzales que me prestara. Otras veces iba a las casas de mis tías también y a esas horas les tocaba para que me prestaran para el pasaje.
No tenía la posibilidad económica de llevar almuerzo, durante esos tres años mis almuerzos fueron la mitad de un aguacate, medio manojo de rábanos y tres tortillas que compraba en las cercanías de la línea del tren. Pero para lograr tener esos dos quetzales extra para el almuerzo me tuve que idear vender naranjas con pepita y sal.
En ocasiones les decía a las vecinas que me prestaran diez quetzales y pasaba comprando cinco quetzales de naranjas al mercado La Placita, a la hora de recreo las pelaba con una navajita y les echaba pepita y sal y mis compañeros me las compraban. Nunca tuve recreo, mi recreo era pelar naranjas y tronándome los dedos de venderlas todas para poder ajustar para el pasaje, para la compra del otro día y para el almuerzo.
Mi hermana que ya trabajaba pidió permiso en el trabajo para que le dejaran sacar fotocopias, en la escuela no se utilizan libros debido a la precariedad económica de los estudiantes, todo es a base de fotocopias. Entonces yo vendía las fotocopias a mis compañeros y eso me ayudaba para el pasaje.
Cada dos meses el gobierno dos daba un cheque que cubría los gastos del transporte urbano. Esos días de ir a cobrarlo recuerdo que mis compañeros se iban a Pollo Campero, al cine y a tomarse unas cervezas, al final del día no tenían nada del cheque. Yo que siempre he sentido una fascinación por los libros y por la lectura (aunque leo muy poco debido a que no logro mantener la atención en una sola cosa durante mucho tiempo) que fueron inalcanzables en mi infancia, me iba a la librería Loyola y me gastaba el cheque completo en libros que me leía todas las madrugadas cuando iba en el bus para la escuela. Compraba libros de bolsillo, los más baratos, porque quería comprar varios. Y así cada dos meses fui comprando la colección.
Tenía necesidad de comida, tenía necesidad de zapatos, de ropa, de pasaje, pero también tenía una necesidad urgente de lectura, algo que no sabía cómo explicar ni de dónde venía, pero los libros siempre fueron lo inalcanzable en mi vida. Y yo quería acariciar lo inalcanzable. Siempre estuve enamorada de esa forma de expresión, de la poesía, de las historias, de los sentimientos que estaban expuestos ahí desnudos en un libro. Leer me permitía escapar de mi realidad y apenas tenía unos minutos cuando iba en el autobús, de pie, entre la amontonazón, por eso los compraba de bolsillo. El licor también fue un escape y también lo fue el fútbol que se convirtió en mi pasión. Pero con los libros era una especie de enamoramiento, algo utópico, algo que no era para mi condición social, ni para mis circunstancias de vida.
El día que me gradué mi mamá también peleó conmigo y dijo que no asistiría al acto de graduación, me daba igual, nunca fue a traer una sola nota de calificación, y nunca fue a una sola actividad de mi escuela. (En las de mi hermana mayor estuvo en todas y sentía un orgullo bárbaro). Pero mi hermana mayor la convenció y al final fue a regañadientes. Ahí estaban mis papás y mis hermanos conmigo pero yo me sentía sola, como una isla. No puedo olvidar la mirada de mi madre cuando fui a recibir el título, no podía creer que la bruta de sus hijas, que la más fea, la negra, la berrinchuda, la rebelde, la que saber con cuantos hombres se había acostado a esa edad no saliera embarazada y que se estaba graduando de maestra.
Y yo dentro de ese dolor tan agrio, me sentía orgullosa de haberle demostrado que no me dejé vencer. Que no me pudo vencer ella ni las circunstancias y que logré graduarme muy a su pesar. Puedo decir que he conocido todas las formas de discriminación posibles y que las he vivido en carne propia, pero ninguna que me duela tanto como la humillación y el desprecio de quien me parió. Ese es un desequilibrio emocional que aún no he podido superar a pesar de haber puesto tierra de por medio y ha pasado el tiempo. Creo que eso se lo lleva uno a la tumba porque es un vacío insondable.
Aunque claro, si pido la versión de mi madre siempre dirá que lo hizo por mi bien porque era rebelde.
Hace algunos años mandé a traer uno de esos libros, lo pude comprar aquí, pero yo quería precisamente de los que compré en esos años, y aquí lo tengo conmigo en mi escritorio, es el de Rafael Arévalo Martínez, El Hombre que parecía un caballo. De la colección ayer y hoy. Reviso la fecha y lo compré en el 98 cuando cursaba el sexto magisterio.
No sé por qué, no sé ni cómo pero lo que yo creía inalcanzable comenzó a brotar de pronto en mí, nuevamente floreció la poesía, y mis manos se llenaron de historias que escribo todos los días a las cuatro de la mañana antes de irme a trabajar.
Tengo mis propios libros, hijos de mi entraña. Libros como los que compraba en la librería Loyola, libros como los que leía a las cinco de la mañana de pie en el autobús.
Y de pronto me he convertido en escritora y poeta, y mis letras viajan por el mundo.
¿Cómo fue posible? ¿Fue el cambio de ruta desde que cambié de carrera? ¿Desde ahí comenzó? ¿Comenzó desde que escribía mis poemas a los 14 años sentaba en tapial de la casa? ¿Cuándo comencé a comprar libros en la Loyola? ¿Comenzó aquí, en este destierro que escogí vivir? ¿Dónde comenzó todo esto?
En primavera publicaré mi cuarta cría y mi segundo poemario. Lo que era inalcanzable y utópico y que me causaba una especie de enamoramiento resulta que habita en mí. Dentro de este ser roto que soy, brota algo hermoso, dulce, tierno y es mi poesía mi expresión más vívida. Y lo que es increíble, que sin ser guía turística le hablo de Guatemala al mundo porque mi país está intrínseco en mi letra. ¿No es rara la vida?
Ilka Oliva Corado
17 de marzo de 2016
Estados Unidos.

6 comentarios

  1. ¡Conmovedor tu relato, Ilka! Me encantó, tanto por la historia como por la forma.
    ¡Gracias por deleitarnos!

  2. Ay, Ilka, me sacaste un montón de sentimientos. Gracias por eso. No ocurre todos los días. Y me hiciste recordar a una de mis sobrinas, que cuando estaba en secundaria sacó prestados de la biblioteca de su colegió unos 50 libros en un año y de hecho los leyó todos (creo conocerla bien para decir que también los asimiló muy bien). Le dieron un premio por haber sido la alumna que más leyó. Una de las mejores cosas que podemos hacer por lxs jóvenes es infundirles la sed de conocer. Aplausos para vos porque, aun con todas esas experiencias amargas que viviste, ahora sos lo que sos. Abrazos…

  3. La vida es hermosa, y más para quien sabe vivirlo como tu. Quien desde muy dentro se expresa, se es… No dudo que así como broto la poesía y todas esas palabras plagadas de historias, de cuentos, de poesía. También brote cualquier amanecer el «equilibrio emocional» que salde de una vez ese sentimiento que duele. Y ya todo quede nada más en un recuerdo. Como tantos que tienes, como todos los que nos cuentas y nos contaras… Porque todo cambia Ilka… porque todo se transforma… porque tienes todo para curar todos tus males… porque vas por el mejor camino para librarla.
    Te abrazo! y TQM!
    Magda

  4. Aunque fue un doloroso «aprendisaje» creo que valió la pena, pues tus escritos nos deleitan profundamente, y esas vivencias te hicieron una persona de inavuable valor. Un abrazo.

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