Manifiesto a la identidad.

Muchos andan por la vida intentando parecerse a otros. Tener lo de otros, ser otros. Negando con esto su identidad y la exclusividad de la esencia propia. El mundo en su avalancha de mediocridad exige que se debe renunciar a la originalidad para ser aceptado. Que quien quiera triunfar debe vestirse de zalamería y de retórica.
Para alcanzar el éxito entonces el ser humano tiene que descascarse y teñirse la vida con la falsedad implacable. ¿De qué sirve la vida si se ha subastado la inherencia a cambio de unos cuantos centavos, renombre y elogios, o una escala en otro nivel de la feroz sociedad que nos clasifica? Cuando se renuncia a lo de dentro por adoptar lo de fuera. Cuando nos subastamos.
Cuando se niega la casita de adobe para no parecer rural. Cuando se niega la calle de tierra para no parecer de arrabal. Cuando se niega la sangre en un legítimo insulto a la vid. Cuando cambiamos el tono y su fecundidad rechazando nuestra naturaleza. Cuando los retumbos de la memoria nos estorban porque traen con ellos la resistencia de la dignidad. Cuando negamos nuestras cicatrices rechazando el pasado que nos ha hecho las personas que somos hoy.
Cuando se renuncia a la libertad de la locura para encadenarse a la esclavitud de la cordura. Cuando se deja de reír a carcajadas para no hacer ruido. Porque a otros molesta el estruendo de la felicidad ajena. Entonces nos limitamos y  nos vamos pudriendo en el silencio, para ser admitidos en otros mundos. Qué ignorantes somos porque buscamos en otros mundos lo que abunda en el propio. La originalidad es una fuente amor, delicada y generosa.
Pero le huimos al amor puro, sublime, honrado. No podemos con la transparencia del Sui Géneris. Necesitamos plagiar, alardear, imitar para que ese otro mundo externo nos reconozca. No necesitamos leer ficción, nuestra propia vida de por sí es falaz. Solo necesitamos vernos al espejo para que nuestra mediocridad se refleje salerosa, burlándose de nuestra cobardía.
No podemos nadar contra la corriente, enfrentar esa vorágine de allá afuera. No podemos defender lo propio y lo subastamos para encajar en ese cosmos donde abunda el éxito, el triunfo, las apariencias, la arrogancia, el odio, la discriminación y el clasismo. No podemos con la sublimidad del alma. De lo que es imperecedero.
Nos avergüenza lo que somos. De los que estamos hechos.
Uno tiene que tener la entereza para defender la identidad y la alegría. Nadie tiene el derecho de robarnos lo propio, de pintarnos simples brochazos de la felicidad comprada. Que nos manipule y nos dirija los pasos. Y que nos etiquete y nos divida en categorías. Que nos pinte el camino. No busquemos la vid en otros jardines, si tenemos nuestra parcela, si tenemos esa tierra fértil, si somos la semilla, somos el botón, permitámonos florecer en la inherencia que nadie nos puede arrebatar si no lo permitimos. Defendamos el origen, nuestra voz, nuestro auge. No nos apoquemos subastando lo que somos para ser aceptados en otros mundos ajenos a nuestro amor propio, donde se nos obliga a la mediocridad.
Yo, niña heladera, empleada doméstica e indocumentada. Yo, pueblerina y arrabalera. Desde aquí mi manifiesto a la identidad.  Desde  mi natal Comapa, Jutiapa. Desde mi amada Ciudad Peronia, desde el mercado de mis amores que es mi Alma Mater. Desde la diáspora y los mil oficios.
Nota: ¿Y usted desde dónde hace el suyo?
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado.
Abril 29 de 2015.
Estados Unidos.

Un comentario

  1. Si vos, desgraciadamente es así. En este terrible país que nos parió conozco a quienes renunciaron hasta a sus parientes porque éstos eran auténticos y los que se alejaron un poquito más mestizos.

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