La tía Aidé.

La tía Aidé viene muy seguido a mis pensamientos. Es hermana de mi Nanoj, es la que le sigue. La más serena de las hijas de nía Juana y tío Lilo. También la más dulce. La que en su revolución personal contra el mundo decidió ser analfabeta. No existió escuela que lograra domarla.
“Miren muchá –siempre nos ha dicho a los hijos y a los sobrinos- a veces la escuela embrutece más a la gente. No crean todo lo que dicen los letrados.” Y cuando sabía de alguien ruin que había malogrado su título universitario le decía en su loza: ¿y para eso fue a la universidad? ¡Desgracia amigo! Mejor se hubiera quedado en su casa sobándose el lomo. Esa cautela con los letrados se la heredé, no me deslumbran.
Pero apostó todo para que sus hijos fueran a la escuela, así fue mi mamá y también mis otras tías maternas. Para ellas el logro más grande de sus vidas ha sido que sus hijos termináramos el diversificado, somos la primera generación de los Corado Martínez en haberlo logrado. Una total hazaña dadas nuestras circunstancias tan precarias. Venimos de una familia de campesinos y mozos, de esos jornaleros que entraron niños las fincas de algodón y salieron hechos hombres y mujeres, los mejores años de sus vidas los dejaron en la finca de los patrones. Su sueño más grande era salir de ahí y que sus hijos tuvieran la oportunidad de ir a la escuela para que no les tocara vivir lo mismo que a ellos. Y lo lograron, es el resultado de su emigración a la capital, porque de haberse quedado en el pueblo, como único futuro para una familia de mozos era envejecer prematuramente en los jornales del corte de algodón. Ser siempre la cuadrilla que viaja al sur guatemalteco para dormir en las galeras. El desarraigo siempre ha estado en nuestra historia familiar.
Mi tía nos vio crecer con ternura de una madre entregada, nuestro dolor siempre fue el suyo y así mismo nuestras alegrías. La encargada por decisión propia, de ir a inscribirnos a la escuela y de ir a traer las notas, siempre firmaba con el dedo pulgar lleno de tinta. Su huella no solo la dejó en la papelería de las escuelas, también está impresa en nuestro corazón.
No recuerdo haberla visto pegándole a sus hijos, aunque a ella mi abuela le partió el lomo a leñazos cuando niña, por su color de piel también fue humillada por su mamá, discriminada y también la encargada del trabajo sucio en su casa. La primera de las hermanas en ir a cortar algodón por ser negra, mi abuela la enviaba porque tenía la seguridad que por ser negra (sinónimo de fea) no le pasaría nada. Fue la última a la que le compraron zapatos, eso sucedió en la adolescencia, porque por ser negra no los merecía.
Mi tía veía las malmatadas que me daba mi mamá y se enfurecía y se le lanzaba encima con la fuerza de una fiera herida, “¡Lila, estás repitiendo la misma historia con tu hija! ¿No aprendés vos, por la gran puta?” A mí el rechazo de mi mamá debido a mi color de piel, me curtió la vida. Pero mi tía me llenó de amor, de esperanza, ella se encargó de hacerme sentir querida. En mi corazón ella es mi mamá. Siempre le pregunté, miles y miles de veces que si era ella mi mamá. Se lo pregunto hasta el día de hoy, que si ella me parió y me dio a mi mamá para que me criara. Me contesta con ternura que soy la única hija de la Lila que a ella le consta porque vio cuando me parió. En calle piensan que ella es mi mamá, porque me parezco más a ella que a mi Nanoj, su hija Aidé es idéntica a mí.
Y ciertamente se repitió la historia, porque en la casa yo era la encargada de limpiar gallineros, lavar el baño, limpiar el chiquero, tirar la basura. La que nunca fue a fiestas con la familia porque era la vergüenza de todos,   porque desencajaba por mi forma de ser y mi color de piel. No tengo un solo recuerdo de haber asistido a un cumpleaños con mi familia. Me dejaban cuidando los animales. Nunca sentí denigrante quedarme con ellos, siempre los he querido, con ellos son los únicos con los que puedo conversar, con las personas me cuesta.
Esos oficios eran destinados a los negros en la historia de mi familia materna. También los de llevar palo sin razón alguna, como si nuestro color les causara enfado. Nadie más ha comprendido mi rechazo a la vida que mi tía Aidé. Cuando agarraba a somatarme la cabeza contra la pared con todas mis fuerzas y el deseo de reventármela y desaparecer, llegaba a abrazarme por la espalda hasta que lograba que yo desistiera y me acurrucara en su regazo. Lloraba horas conmigo, sabía a la perfección lo que significa el rechazo en la vida de una niña.
Crecí arisca, siempre he sido así. Directa, seca, hiel. En mis relaciones de pareja cuando me mencionan niños, aparece en mi mente la sensación de estarme ahogando en la profundidad del mar, ese agobio y esa desesperación. Cuando los mencionan a pesar de haber sido clara desde el principio, salgo corriendo y me alejo lo más que puedo de esa persona. Doy por terminada la relación. Me encierro bajo siete llaves. No hay quién me haga abrir la puerta. Son varias las hipótesis que formulan, unos dicen que por falta de amor materno, otros que por lo difícil que fue mi infancia, otros que porque tengo miedo a que vuelva a repetir la historia. Mis razones me las guardo, es mi derecho. Y también acepto las consecuencias de haber tomado esa decisión.
Cuando comenzamos a crecer y dejamos de ser las niñas y nos convertimos en las patojas y en las muchachas, era la encargada de dar el visto bueno a los novios. “Mija ahí me trés al enclenque con el que andás para verlo a decirte cómo va a salir.” En Jutiapa es así, todo se mide y se mira en forma de un aguacate, que con la pura cáscara se sabe cómo saldrá. Bueno pues le llevábamos los traidos, y con una mirada los pasaba por la báscula, siempre atenta y dulce. Cuando se iban nos decía: “mija, ese hombre no te va a servir ni para el retozo contimás…” Y cabal, acertaba, porque a las primeras de cambio ya los estábamos mandando a botar pulgas a otro petate. Tía, -llegábamos nosotras con nuestras once ovejas- cómo supo que iba a salir ruin. Ay, mijita por el parado, a un hombre cabal se le echa de ver por el parado. Igual fue con las novias de mis primos, con una mirada era suficiente para medirle el agua a los tamales.
Si nos preguntan quién es nuestra mamá, todos los sobrinos contestamos al unísono que mi tía Aidé. Su casa siempre estuvo llena de cipotes buscando comida, abrazos y consejos. Es una de las mujeres más sabias que conozco. No levanta la voz aunque esté que se la lleva el diablo. Para ella todo tiene su razón de ser.
Nunca fue necesario llegar y pedirle comida, con las puras caras se nos notaba lo hambriento, y aunque siempre ha sido a la que la vida le ha dado más palo, la comida le abundaba, no sé cómo le hacía pero donde comían 4 comíamos doce y hasta sobraba. Su casa siempre ha tenido ese calor de hogar, el recogido de la paz.
Aunque yo desde los 19 años decidí no tener hijos, lo anuncié a la familia cuando andaba rondando los 22, en un almuerzo familiar, para el resto del clan fue un arranque más de mis locuras y pensaron que se me pasaría pronto, pero mi tía se puso a llorar mares, fue la única que siempre supo que yo lo había dicho con todas las fuerzas de mi ser. Para ella el que yo decidiera no ser mamá sigue siendo mi rechazo a la vida. Pero también entiende mis razones. Cuando salí con mi fumada de luna y sol, me dijo que le soltara el hilo y que le diera viaje, que lamentaba tanto no haberme presentado a la hermana de nía fulana, porque con ella sí, con ella sí ahí tenía yo la horma de mi zapato. Suspirando le contesté, sí tía lástima que la fulana ya se petateó. Mirá mija, ¿pero no te gusta el cipote aquel hijo del don mengano?, ahí te lo tengo en salmuera para cuando regresés.
A mi tía Aidé le iba a tocar la puerta de la casa a las cinco de la mañana para que me prestara dinero para el pasaje, cuando estudiaba magisterio. Me gasté su ropa, porque crecí con una sola mudada y cuando tenía actividades extracurriculares en la escuela ella me prestaba su ropa, también mi tía cume. Tenemos la misma complexión física. Siempre ha estado ahí para todos, siempre.
No hay nada que logre derrumbarla, si la vida la tira al suelo de vuelve a parar y con más fuerza. Es la más serena de las hermanas pero cuando se enoja las otras le tiemblan. Su frase favorita cuando pierde los estribos y que los hijos y sobrinos hicimos nuestra: ¡hijos de doscientas mil cuatrocientas putas!
La tía Aidé, desde que tengo memoria ahí para todos, en cualquier circunstancia, siempre roble, siempre sabia, siempre humana. Me pregunto si cuando nos necesite cuántos de nosotros vamos a estar para ella. ¿Cuántos de los sobrinos que le dicen mamá, estarán ahí? ¿Cuántas de las bocas que ella alimentó le responderán? ¿Cuántos serán agradecidos y darán de vuelta? ¿Cuántos la vamos a honrar con hechos? ¿Cuántos habremos aprendido de su escuela?
Hoy amanecí pensando en mi tía Aidé. En sus abrazos, en su mirada cándida, en su ternura. En su grandeza humana. En su forma de ver la vida como un arcoíris resplandeciente con tonalidades pastel. Yo nunca he podido verla así, siempre fue en blanco y negro, apenas estoy aprendiendo que existen los grises, no sé si logre como ella, aprender a verla con los matices del arcoíris.
En mi familia la única que lee mis escritos es su hija Aidé. La semana pasada hablando por teléfono con mi tía me dijo que mi prima se los lee todas las noches cuando llega del trabajo. Saberlo fue para mi oscuridad como un destello de luz. Como volver a mi infancia y sentarme entre sus piernas y abrazarla hasta que lograr respirar tranquila.
Dice mi tía que yo nací para escribir, que para eso ha sido la experiencia de mi vida, y que para eso emigré, para contarle al mundo lo que callamos los marginados. Dice para eso tengo una mente brillante, (para ella siempre fue brillante, para mi mamá siempre fue de loca) y no me la deshice con tantos golpes en la cabeza en mi infancia y adolescencia.
En cambio yo sé escribo para seguir oxigenando mi razón de ser, en esta catarsis incesante que no pide comprensión, ni aceptación, ni consuelo.
Porque es, simplemente es, a pesar mío.
Me es imposible escribir de mi tía Aidé sin que me involucre emocionalmente, por negras nuestra experiencia de vida se entrelaza más allá de la sangre.
Para: mi tía Aidé, con reverencia y amor.
Su Chiligua.
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado.
Abril 16 de 2015.
Estados Unidos.

4 comentarios

  1. Me encantó, Ilka querida, por la pasión que pones en tu lucha contra la discriminación. Discriminación que también he sufrido, por mi discapacidad motora
    Un fuerte abrazo

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