Soy fea como un gorila.

Llevo años con esa imagen grabada en la memoria, esa voz entristecida, esa mirada taciturna gritando la segregación desde siglos atrás. El lastre del desprecio y la degradación de un ser humano debido a su color de piel y a su origen milenario de la mamá África.
A Florence la conocí por ahí del 2005, era niñera de lunes a domingo en una mansión de una familia anglosajona de origen europeo. Un matrimonio joven con tres hijos, el mayor de tres años, el segundo de dos y el menor de meses. Nos contrataron a mi hermana y a mí para ayudar a la niñera de planta, era un trabajo de medio tiempo para nosotras. Yo me repartía el horario entre limpiar casas, trabajar de niñera en casa de una familia coreana y recién en la del nuevo empleo, algo similar para mi hermana. Es así como la mayoría de inmigrantes indocumentados logramos sacar lo de la semana.
El matrimonio viajaba mucho a China porque tenían una tienda de artesanías chinas. Florence entonces era la mamá suplente y nosotras sus asistentes, por decirlo así.
Recuerdo perfectamente la escena, ella cargaba al recién nacido y yo le daba su pacha al de dos años, el de tres hacía la siesta. Estábamos en el tercer piso de la mansión, la vista de esa habitación daba hacia una reserva forestal que conduce hacia la playa privada del lago Michigan, un suburbio lujoso donde viven mayormente judíos.
Estábamos sentadas en las dos butacas del cuarto de siesta de los niños. Aquí las mansiones tienen cuarto de juego, cuarto de arte, cuarto de cine, no sé cuántas salas, no sé cuántos baños completos con bañera, no sé cuántos televisores. Esas piscinas y jacuzzis en los patios traseros. Aquellos jardines como campos de golf. Conversábamos del lujo y de la abundancia de cosas innecesarias en los sectores de ricos de los suburbios de Estados Unidos. Ella me contaba de cómo era su casa en su natal Zimbabue, y yo de cómo era la casa en la que crecí en Ciudad Peronia.
Ambas teníamos los recuerdos de infancia poblados de paisajes verdes, de florestas, monte, gallinas, marranos, polvaredas, pobreza extrema, discriminación y hambre. Cuando me habló de su pueblo se le llenaron los ojos de lágrimas y la vi alejarse de mí y retornar ansiosa y rauda al lugar del que uno nunca se va porque se queda ahí el alma, el amor y la alegría de la vida. En ese lugar donde inició todo y donde está la raíz más profunda de nuestra existencia. Sonrió con dulzura cuando me habló de las cataratas Victoria, un remanso de amor asomó en su mirada y la vi niña corriendo en los años en los que jamás imaginó migrar, y me vi reflejada en sus recuerdos, y retorné a mi infancia y un nudo de sal se desmoronó en mi garganta, lloré la lejanía de la migración y del tiempo, mientras ella jugaba con la brisa de las cataratas que acariciaron su niñez. Nos retornó al presente un eructo del niño cume. Ambas suspiramos con el asombro de la melancolía.
Seguimos conversando en aquella habitación pintada de blanco y azul, llena de juguetes suficientes para un puñado de cipotes callejeros. Yo le enseñaba español y ella su idioma que era un dialecto. Habla perfecto el inglés porque me dijo que es el que reciben en las escuelas. Todos sus hermanos migraron y están Europa entre Inglaterra y Francia, ella es la única en Estados Unidos. Esas soledades tan devastadoras que tiene la migración, curten.
Así comenzamos a hacer bromas y aprendí algunas palabras en su dialecto y ella unas en español. Shamuira, significa amiga. Ango penga, significa loca. Unido shamuira ango penga, es “yo tengo una amiga loca.” Me dijo que shamuira mutzizizi, significaba yo tengo una amiga maestra. Son palabras que no olvido y cada vez que las recuerdo ponen una sonrisa en mis labios y la remembranza me lleva hacia Florence.
Esa tarde fue agridulce, con esa rémora de sentimientos y emociones que trae el paso del tiempo y el desarraigo. Estábamos tan bien conversando y riendo que de pronto todo cambió, tocó mi brazo y acarició mi piel y me dijo: tu eres tan bonita. La Florence alegre pasó a ser retraída y cambió toda su expresión facial y el tono de su voz, otra vez volvió a alejarse en el tiempo. ¿Por qué me lo decís? Le pregunté. Es que tú tienes un color de piel tan precioso. Florece es negra, negra noche cerrada, tiene ese cabello de alambre, esos músculos macizos, es una total negra africana.  Hermosa, tremendamente hermosa. ¿Precioso? Gracias, pero el tuyo es deslumbrante. No, es que tú eres morena clara color chocolate en cambio yo soy negra sucia. ¿negra sucia, quién te dijo eso? Yo soy negra fea como un gorila.
Se me revolvieron los sentimientos con la indignación. No pude, por más que intenté no pude quitarle de la cabeza que no era fea y que no se parecía a un gorila. ¿Quién te dijo eso? Me lo dicen todos, en Europa y aquí dicen que soy fea como un gorila. No eres fea, eres tremendamente hermosa, qué diera yo por tener tu color de piel y esos músculos tan firmes.
Yo en lo personal nunca he renegado de mi color de piel, pero si me preguntan me hubiera gustado ser más negra, negra carbón, como una noche en tormenta, negra tirando a azul petróleo, de esos negros que brillan. Por eso en verano me baño en aceite de coco y me bronceo porque me encanta el color oscuro.
Las palabras de Florence las he escuchado toda mi vida, también a mí me han dicho que parezco simio, en ese tono despectivo con el que la gente blanca trata a los negros. Yo como soy mica de nacimiento me da risa, me fascina que me comparen con los animales porque me llevo mejor con ellos (sí, ellos no estos) que con las personas. Pero no es el caso. Aquí se trata de utilizar la comparación como una ofensa.
Respecto a lo de fea, bueno, es que es tan cierto eso de que “la belleza está en los ojos de quién la mira.” El concepto de belleza es relativo. No existe persona fea, en cambio las acciones sí son feas y aberrantes. Son las acciones las que “enfeyan” a las personas.
Cuántas personas andan por ahí hiriendo a otras, ¿con qué derecho?, ese racismo desgraciado que nos divide y nos hace que nos repudiemos y odiemos. He conocido a tantas personas negras que se sienten sucias por su color de piel oscuro, es que desde niños les han dicho que eso representan. ¿Para cuándo cambiamos los estereotipos y los patrones de crianza? Es urgente.
Con Florence compartí solo un verano que fue lo que duró el trabajo, nunca la volví a ver. Se quedó en mi vida. No sé si sigue pensando que es fea como un gorila, cuando en realidad es deslumbrantemente hermosa.
¿Cuántas Florence en este mundo andan por ahí discriminadas por su color de piel? ¿Cuántas personas con actitudes “fieras” andan por ahí, denigrando en nombre de la ignorancia y el odio racial?
¿Y usted, es racista?
Para: mi shamuira ango penga, con amor.
 
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado.
Marzo 25 de 2015.
Estados Unidos.

Un comentario

  1. Aunque parezca inconsecuente, no puedo evitar ser racista con los racistas,,. no puedo,.,
    Será porque soy de aquellos que están del lado oscuro, desde donde, a pesar de los «bllancos» nuestra belleza ilumina este mundo.
    Un Abrazo «mi shamuira ango penga»
    😀

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