Historias de un silbato: El Cóndor. XII.

También tuve momentos muy hermosos cuando ejercí en Guatemala. Uno de estos fue cuando conocí la cabecera de Jutiapa, el departamento donde nací. Yo había llegado hasta Comapa y gracias al arbitraje conocí muchos municipios, la tierra de Pepe Milla. El día que me tocó dirigir en El Progreso, Jutiapa, se me salieron las lágrimas de la emoción porque en la casa siempre que jugaba Achuapa o el Deportivo Mictlán era de ver a mi mamá pegada al radio Philips, escuchando la trasmisión. Y era batalla campal cuando jugaba con algún equipo de Zacapa, porque mi papá es zacapaneco, entonces se ponían los dos taco a taco, era tan hermoso verlos embelesados escuchando el partido. En la casa haciendo el oficio pero con la oreja pegada al radio. El litro de cerveza infaltable porque perdía uno o ganaba el otro: el pretexto.
Empecé a llorar desde que el autobús entró al pueblo y vi los campos de cebolla, mis recuerdos regresaron a la casita en Ciudad Peronia, qué iba yo a andar imaginando que un día me tocaría sería árbitra y que me tocaría dirigir en mi Jutiapa amada.
Ese juego me lo disfruté tanto porque tenía tantas emociones encontradas. Era tan curioso porque cuando los entrenadores y jugadores se enteraban que yo había nacido en Jutiapa les afloraba el orgullo y se pavoneaban como gallos, me querían presentar a medio mundo.
Por ser del panel central de árbitros solo me tocaba dirigir en la región central de Guatemala, y cuando me enviaban a departamentos en el oriente, occidente o en el norte era porque los paneles lo solicitaban a la Comisión Arbitral por medio de una carta. Era todo un trámite y para mí una alegría poder conocer los pueblitos de Guatemala que de no haber sido por el arbitraje jamás hubiera conocido.
Ese fin de semana mi nombramiento fue para sábado y domingo, dos juegos el sábado y dos el domingo. Cuando llegué el panel de árbitros de Jutiapa me estaba esperando en la parada de bus con un ramo de flores. Siempre me consintieron y para ellos era un orgullo que fuera jutiapaneca aunque viviera en la capital. Me encantaba salir a dirigir con ellos porque no les temblaba el pulso para marcar una falta y si era de salir corriendo –porque sí nos tocó en muchas ocasiones- me mandaban a mí primero y ellos iban atrás cubriéndome las espaldas.
En una ocasión de semifinal de un juego de mosquitos, -niños de 8 -10 y 12- 14 años- en Zacapa el público no estuvo de acuerdo con el resultado y nos ofrecieron balazos y machetazos, y la cancha era abierta, nos tocó correr hacia el Centro de Salud, y ellos atrás mío cuidándome las espaldas. Eso solo lo viví con jutiapanecos, con los otros era a mí la que me tocaba poner el pecho por ellos. Aguacates como ellos solos.
El estadio El Cóndor tiene tantas historias que para mí se convirtió en un sueño dirigir ahí y los del panel de Jutiapa me lo hicieron realidad. Los juegos fueron trasmitiros en la radio local, también hicieron cobertura los medios escritos, era toda una novedad ver en el oriente a una mujer árbitro y agregado que era jutiapaneca. Recuerdo que me entregaron un diploma y me nombraron como parte del panel de Jutiapa, también me entregaron un uniforme para los entrenos con el logo del panel de Jutiapa. Fue todo tan hermoso y a mí se me salía el corazón de la felicidad porque estaba en la tierra de mis ancestros maternos.
Me quedé sin aliento cuando entré al estadio, aquel gran animalón. Respiré profundo y leí Estadio El Cóndor. Se me aguaron los ojos y también a mis compañeros de Jutiapa, para ellos también era un sueño que yo dirigiera ahí. Son de esos momentos que uno guarda en la memoria para siempre.
A mí se me nota lo jutiapaneco a leguas de distancia, no tendré al acento porque crecí en la capital pero sí muchas palabras que hasta el día de hoy sigo utilizando como resistencia al olvido de la migración.
Dirigir en El Cóndor fue un sueño hecho realidad. El privilegio correr en esa grama y estar en mi tierra. Llegué con un maletín y regresé con tres costales porque la gente del público me regaló quesadillas, queso, anonas, jocotes, gallinas, máiz nuevo, frijol, semitas, y hasta tamales. Ya se había anunciado que yo llegaría a dirigir y fue como una especie de fiesta para los involucrados en el fútbol jutiapaneco.
Yo ya dirigía en Tercera División y tenía prohibido por la FEDEFUT dirigir juegos en ligas que no estuvieran federadas. Pero aquel fin de semana cuando terminé mis juegos en el estadio fuimos a ver a otros compañeros novatos en las ligas del pueblo, aquellos campos de tierra, se emocionaron de verme ahí, porque a mí ya me había llegado la fama. No importaba la categoría en la que dirigiera, la fama me llegó por ser una mujer dirigiendo juegos de hombres. Recordé mis inicios, yo también fui novata y dirigí en campos en potreros y también cuando llegaban a observarme árbitros de categorías superiores me emocionaba, uno tiene que tener la entereza   de devolverle a la vida lo que le ha dado.   Recuerdo que pregunté que si me dejaban dirigir un juego, y ellos no lo podían creer, entré al campo con mi uniforme y mi gafete oficial, se les aguaron los ojos de la emoción. Me veían como alguien inalcanzable pero yo –niña heladera- ni por un segundo había olvidado de dónde venía. Y sucede lo de las fotos y los autógrafos.
Ellos creen que les di el honor de verme dirigir en sus potreros, pero el honor fue mío y la agradecida soy yo porque gracias a ellos pude dirigir en mi Jutiapa. La fama así como llega se va, pobre de aquel que no tenga los pies bien puestos sobre la tierra, porque ésta pega una arrastradas bárbaras.
Hoy soy yo la que está abajo, bien abajo, limpiando casas y ellos que fueron novatos hoy son árbitros internacionales. Las vueltas que da vida. Aprendizaje invaluable.
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado.
Febrero 18 de 2015.
Estados Unidos.

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