Historias de un silbato: Central. VIII.

Ser central implicó para mí tomar las riendas del juego, dentro y fuera de la cancha, antes durante y después del encuentro deportivo. Pocos fueron los árbitros que dejaron a   un lado el sentimiento de inferioridad que les provocaba ser mis asistentes, y trabajaron en equipo: como corresponde.
Los desaires fueron muchos, desde entrenadores que solo saludaban a los asistentes y a mí me ignoraban porque no sabían que quién iba a dirigir el juego era yo, pensaban que iba como amante o esposa. Hasta que me veían con mi uniforme puesto entonces llegaban a disculparse –algunos- y a coordinar conmigo los pormenores del encuentro.
Es el central el que planifica el juego con los asistentes, esto se hace una media hora antes del encuentro. Se ultiman detalles: si el central quiere que lo asistan dentro del área penal cuando lo tome la jugada en un contragolpe y quede lejos del balón,   y cuestiones como esas. A mí me costaba porque se hacían los locos, la mayoría ya tenía años ahí y la novata era yo, pero como central era mi obligación y responsabilidad planificar el juego y esto para ellos era una humillación. Pero me ayudó ser ruda y tener un carácter del demonio, nunca me impuse solo fui directa y clara. En ese mundo no podía andar con debilidades, todo el tiempo mantuve mi caparazón de otra forma no podía protegerme.
Lidiaba con los árbitros y en el juego me tocaba lidiar con los jugadores y los entrenadores, el público de por sí es un desquicio. Al principio todos los lunes llegaban cartas de los equipos a la Fedefut, exigiendo mi renuncia y que jamás en la vida les fueran a mandar a una mujer a dirigirles, ¡porque el balompié era cosa de hombres! Durante meses ahí estuvieron puntuales las cartas. Con esto la Comisión Arbitral se respaldaba en su decisión de negarme trabajar como árbitra, tenían la seguridad que no daría la talla. Los días martes de entreno siempre me llamaban aparte y me enseñaban las cartas, “mire, ya vio, se lo dijimos, esto no es para usted, mejor busque otra cosa, puede ser baloncesto, vólibol, tantos deportes que hay porqué se ha encaprichado con el fútbol.” Fácil, mi vida era el fútbol, ¿por qué no podía ser árbitra de la pasión de mi vida?
Desde que me paraba en el centro del campo el público comenzaba a insultarme, me gritaban de todo, me mandaban a lavar platos, a cuidar a mis hijos, a coger con mi esposo, a pintarme las uñas, a ponerme vestido. Me gritaban que fuera a mandar a mi casa. Con el público no podía hacer nada porque no pasaba de insultos verbales, sí actué cuando se pasó a la agresión física que sí las tuve unas cuantas veces.
A los que me tocó hacer entrar en cintura fue a los jugadores que se negaban a ver a una mujer en el centro del campo, les marcaba las faltas y no me hacían caso, me tocaba entonces a punta de tarjetas, cuando vieron que no me temblaba el pulso para mostrarles la tarjeta roja cambiaron de actitud, pero esto duró meses. Mis tarjetas eran respaldadas por el reglamento, por más que intentaban intimidarme sus cartas a la Fedefut lo mío no era injusticia ni prepotencia, era ley.
No sé cuántas veces llegaron jugadores a invitarme a la cama en medio juego cuando les marcaba una falta, también le tuve que marcar el paso a punta de tarjetas. Cuando por fin entendieron que yo no me iba a ir de ahí y que me verían en sus juegos comenzaron a verme de forma distinta. También cambió la actitud de los entrenadores, el mismo público. Yo también fui un poco más accesible y recurrí al arbitraje preventivo, cuando me aseguré que escuchan mis palabras me dediqué a hablarles antes de marcar la falta, a decirles que ahí estaba  cerca, que si intentaban la falta sería amonestados.
Yo entendía muy bien la mecánica del juego, el sentimiento del jugador, la adrenalina, la impotencia, los deseos de ganar, de anotar un gol, de fingir una falta, de buscar revancha, la presión del público, del tiempo. Todo, todo lo entendía porque había crecido literal, comiendo fútbol.
De ignorarme pasaron a saludarme con respeto. Dejaron de verme como mujer y aprendieron a verme como árbitra. Aprendieron a respetar mi trabajo porque yo lo respeté primero. Porque no me aproveché de mi posición de autoridad para humillarlos, para buscar venganza por su discriminación. De odiaba pasé a ser querida.
De pronto las cartas cambiaron y pasaron a llamadas telefónicas, los equipos llamaban para que me mandaran a mí a dirigirles los juegos. Los martes de entreno entonces me decían los superiores: no sé qué les hiciste pero el equipo tal quiere que le vayás a dirigir el juego el sábado. El equipo tal quiere que vayás para el domingo que es la feria. Y así para las ferias patronales los equipos querían la exclusividad de la mujer árbitro. En los repechajes y en los juegos de clasificación a las semifinales ellos querían que yo les fuera a dirigir.
Me recibían con aplausos cuando entraba al campo. Los alcaldes me esperaban junto a las madrinas de los equipos, con ramos de flores y con invitaciones a almorzar después del encuentro.   En varios pueblos me recibieron con marimba. El público se me acercaba y me pedía autógrafos, querían tocarme para ver si era real. Las mamás se acercaban con sus hijas adolescentes y me podían de ejemplo; me tocaban las piernas, querían que les diera consejos a sus hijas para llegar a alcanzar el éxito que yo tenía.
Al finalizar los encuentros siempre me tenían listas gallinas, limones, cocos, plátanos, mangos, quesadillas. Todo dependía del pueblo. Y así gracias al arbitraje conocí muchísimos pueblos de Guatemala. Mis fines de semana eran puro fútbol y viajar.
Los que me odiaban se convirtieron en mis pretendientes, en los eternos enamorados que me presentaban con sus familiares, ahí estaban las mamás que se sentían suegras.
De dirigir a punta de tarjetas pasé a dirigir con arbitraje preventivo y las actas arbitrales estaban libres de reportes de faltas con tarjeta amarilla o expulsiones con tarjeta roja. Esto hacía dudar de mi capacidad a la Comisión Arbitral, ¿cómo es posible que no saque tarjetas? Muy bien un juego se puede sacar libre de tarjetas, todo depende de los jugadores, del temple del árbitro. El fútbol es trabajo en equipo entre jugadores y árbitros.
Sucede con las tarjetas que muchas veces son mostradas por árbitros que se sienten superiores y quieren demostrar a costa de todo que ellos son la ley dentro del campo, sacan tarjetas precipitadas, innecesarias, y terminan castigando a jugadores que no las merecían. La tarjeta solo se muestra cuando un jugador la pide con sus acciones. El arbitraje preventivo no les funciona a todos, uno tiene que tener humildad y aguantarse la sangre hirviente y pensar con la cabeza fría. En un juego de fútbol el único obligado a tener la cabeza fría y a no perder los estribos es el árbitro. Para cuando se saca una tarjeta el juez debe tener el 100% de seguridad que el jugador se la merece.
En esto me ayudó mucho haber jugado fútbol toda mi vida porque entendía a los jugadores y la mecánica del juego. De mandarme a lavar platos el público pasó a quererme, a pedirme autógrafos, a invitarme a casamientos, bautizos, a fiestas familiares. La porra exclusiva para la mujer árbitro. Los ataques se volvieron entonces hacia los jugadores ananados que fallaban los goles, comencé a sonreír y dejar que conocieran un poquito más como ser humano. Fui bajando la guardia poco a poco.
No fue fácil ser central, primero me tocó demostrar de qué estoy hecha. El puesto me lo gané sola, a pulso.
 
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado.
Enero 27 de 2015.
Estados Unidos.
 

Un comentario

  1. Ilka en qué años fue todo esto?

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