El beso.

Historias de un silbato. V.

Yo jugaba   fútbol profesional en la Liga Femenina cuando decidí estudiar para árbitra, para cuando me gradué ya no pude jugar porque no era permitido por cuestiones de ética. A los meses me tocó ir a trabajar a esa liga y fue sumamente extraño ver a mis ex compañeras y contrarias y tener que ser yo la que les dirigiera los encuentros. A mí nunca en mi tiempo de jugadora me mostraron ni una sola tarjeta amarilla, y roja mucho menos. En cambio tengo las piernas llenas de marcas de los tacos de los zapatos cuando me entraban las jugadoras con todo. Pero siempre creí en el juego limpio, que debe ser en el deporte como en la vida misma. Les dejaba el trabajo a los árbitros y cuando ellos no respondían me enojaba pero no buscaba venganza. Ese fue un punto a mi favor para cuando me tocó vestirme de negro y llevar el color de mi equipo en el corazón.
Conocía el temperamento de todas, las aptitudes, las mañas. Algunas lo recibieron bien pero no todas, pensaban que por ser contrarias en el campo cuando jugaba iba a ser parcial en mi trabajo, me tocó doble esfuerzo demostrar que no sería así. También demostrar que ni los afectos podían entrometerse en mi trabajo, yo estaba representando la ley dentro del campo. Los favores no cabían. Muchas lo tomaron como traición, fueron pocas las que comprendieron la seriedad de mi trabajo.
Dos experiencias totalmente distintas, el fútbol no es lo mismo de juez que de jugador, la adrenalina cambia. Como jugador se ve una parte pequeña del tablero, como árbitro se ve todo.
No voy a estereotipar el deporte y decir que por ser rudo y de roces aquí se da la homosexualidad más que en otros ámbitos, sería algo falso. Hay de todo en todos lados. Como jugadora conocí a algunas chicas homosexuales, también tuve declaraciones de amor de algunas, que agradecí pero que no pude corresponder. Pero como árbitra las declaraciones de amor aumentaron, también los cortejos, las invitaciones a salir, los ramos de flores, notitas aparecían en los vestidores.
Las más aventadas me sorprendían en los camerinos y de frente me declaraban los afectos, cosa que nunca pude manejar bien porque mi posición como árbitra no me permitía tener ningún tipo de contacto con jugadoras. Trataba de guardar las distancias y agradecer las muestras de cariño, pero más porque en ese tiempo tenía novio y estaba perdidamente enamorada de él, no había cabida en mi corazón para nadie más y mucho menos para aventuras, así es que prefería no dar alas a algo que no iba a suceder. Siempre fue difícil decir que no, porque no tengo tacto para decir las cosas, soy directa y fría, y con ellas aunque trataba tampoco podía ser sutil. Es mi naturaleza y no la puedo cambiar. Eso no quita que admire la belleza femenina. A lo largo de mi vida he sido cortejada por similar número de mujeres que de hombres, cosa que no me ha espantado nunca. Atraigo a mujeres y me atraen mujeres. En mi órbita eso es de lo más normal del mundo. Un privilegio sentirme atraída por ambos géneros y atraer a ambos géneros también.
Siempre me han gustado las mujeres sumamente femeninas y he tenido la suerte que quienes me han pretendido también sean así, -ni qué decir de mis grandes amores- salvo una que otra machetona como yo, pero paso, no son mi tipo.
De pronto comenzó a suceder con más frecuencia, las notitas con palabras cariñosas e invitaciones a salir, las flores, los halagos y las miradas. Mi novio se comenzó a dar cuenta  y me lo comentaba al finalizar el juego, yo no lo negaba porque era real, -¡y me encantaba!-.
Un día después del juego mis compañeros se fueron porque tenían compromisos, yo me quedé en los vestidores cambiándome con toda la paciencia del mundo, y llegó una jugadora con un bebida enérgica para regalármela y hablar del encuentro, -esto es muy común, que lleguen jugadores después del encuentro y hablen con los árbitros- pero desde el momento en que se encontraron nuestras miradas yo supe que había algo más, y no me equivoqué. Fue a decirme que se sentía atraída por mí, confundida porque tenía novio y pensaba casarse, era toda   una heterosexual, -además de hermosa- y nunca le había sucedido nada parecido con una mujer. Y yo que ya estaba acostumbrada a este tipo de pláticas traté de tranquilizarla. Nos quedamos ahí conversando aproximadamente una hora, a mí me fascinaba, me atraía toda, de pies a cabeza. Curioso, las dos teníamos novio y para terminarla de joder, se sentaban a la par a ver los encuentros, ninguno tenía idea que las dos nos atraíamos. Porque a mí ella me gustó desde el primer instante en que la vi cuando éramos jugadoras.
Se despidió y me dio un beso en la mejilla que pasó lentamente a la boca, fue algo que nació en el momento y lo comprendí sin alarmarme. Los afectos son tan hermosos, tienen su propias formas de manifiesto.
El olor de su piel se impregnó en mi olfato y la sutileza del beso aún sigue ahí, etérea. Un canal de comunicación extrasensorial nació entre ambas. De pronto las miradas en los encuentros deportivos, las sonrisas cómplices, nunca más volvimos a estar solas. Ella se casó y yo seguí con mi novio.
Un día le pregunté a mi novio, ¿qué pasaría si te digo que me besó una mujer? No me sorprendería para nada. Bueno, pues me besó una. No pasa nada, ¿te lo disfrutaste? ¡Me fascinó! Comenzó a reír a carcajadas, y yo seria le pregunté, ¿y vos de qué te reís? Es que te pasás de sincera Negra. Y sí, mula que es uno.
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado.
Enero 24 de 2015.
Estados Unidos.

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