Boystown.

Eran las vísperas del desfile gay en la ciudad de Chicago el verano pasado y yo asistí a una reunión social cerca del lugar donde inicia el desfile, ya se veía movimiento de los preparativos para las carrozas, lo cual fastidiaba a algunos de los asistentes que no podían ocultar su homofobia.
De pronto se formó un grupito de personas de África, Asia y Europa me invitaron a participar, yo era la única latinoamericana y solo conocía a la persona que me invitó; comenzamos a conversar de las zonas de interés en la ciudad para ir a disfrutar los fines de semana, algunos hablaban de teatros, otros de museos, y una chica africana mencionó emocionada el Boystown. El Boystown es el primer barrio reconocido como gay en Estados Unidos, está ubicado en el poblado de East Lakeview en la ciudad de Chicago, un lugar maravilloso donde participa activamente la comunidad LGBT de Illinois. Todos conocían el lugar algunos habían ido movidos por la curiosidad y a otros los llevaron de sorpresa pero todos lo rechazaban menos la chica africana y yo. Le pregunté a ella por qué le parecía un lugar estupendo y me dijo que en ningún lugar se sentía tan cómoda y libre como en el Boystown. Así inició una charla que duró horas y fue caldeando los ánimos de los homofóbicos en cuanto más profundizaba en el tema. Cuando pregunté al resto por qué no les gustaba el lugar me dijeron que porque es sitio del diablo y de perturbados sexuales.
Yo no quise dejarlo en la etiqueta de ser un lugar para pasarla bien un rato o de perturbación sexual. De hecho es un lugar fantástico,   es mi lugar favorito en la ciudad. Es una calle de diez cuadras donde se encuentran restaurantes, teatros, bancos, gimnasios, tiendas, discotecas, y muchas organizaciones en pro de los Derechos Humanos de la comunidad LGBT. Un poblado entero de y para personas que entiendan que las diferencias nos engrandecen como humanidad. No hay etiquetas y todos son bienvenidos, hasta los mismos homofóbicos.
La euforia para el desfile era mayor porque se acababa de autorizar el matrimonio entre personas del mismo sexo en Illinois. La algarabía se sentía en todas las calles de los alrededores del recorrido del desfile. En el mismo Boystown se vivía una alegría nunca antes vista en la comunidad LGBT. Y no hay nada que ofenda más a un homofóbico que ver plena a una persona homosexual.
En aquella conversación salió a relucir el Corán, la Torá y la Biblia. Todo planteamiento se hacía en base a la religión, todo rechazo era autorizado por Alá y por Dios. Fue muy curioso porque me dijeron que ellos reconocían a una persona homosexual a leguas de distancia y que jamás hablarían con ella, hablaban de la particularidad de las mujeres homosexuales: quieren ser hombres y tienen envidia del pene de ellos, se visten como hombres y acosan a otras mujeres. De los hombres homosexuales dijeron que son amanerados y que quisieran ser mujeres, que les gustan los hombres machos y fornidos y que odian a las mujeres. No me sorprendió para nada este pensar, la sociedad en general cataloga a las personas en base a estereotipos de toda índole.
Pero ellos insistían en que se percatarían inmediatamente si en la reunión hubiera una persona homosexual, les dije que echaron un vistazo y lo hicieron, confirmaron que no había nadie así en el recinto. Seguimos conversando, entonces la muchacha africana dijo que ella se la pasaba muy bien en el Boystown pero que no estaba de acuerdo entre las relaciones entre personas del mismo género, que ella asistía al lugar por diversión, porque era curioso ver a hombres besarse con hombres y mujeres con mujeres, pero que no tendría amigos homosexuales ni de loca y que era plenamente heterosexual. Tampoco me causó sorpresa, es lo común, las personas ven a la comunidad LGBT como la eterna fiesta del arcoíris, piensan que solo son buenas para la algarabía.
El grupo era variado, había casados, solteros, padres de familia, algunos con sus esposas e hijos en sus países de origen. Unas que eran divorciadas, gente que estaba entre la edad de 22 años a los 50. Me gusta ir directo a la yugular y no andarme por las ramas, la pregunta obligada era, ¿qué pasaría entonces si uno de sus hijos les dijera que es homosexual? A la gente a veces para hacerla reaccionar y que tenga empatía hay que tocarle la sangre cercana. Todos pegaron el grito en el cielo y mientras unos se persignaban los otros mencionaban a Alá, y fue al unísono, ¡no, eso jamás pasará! ¿Quién les garantiza que no tienen hijos homosexuales? Puede que alguno lo sea y no se los diga por temor al rechazo de ustedes como padres y de la sociedad.
Entonces unos alarmados dijeron que sus hijos tenían novias y quienes tenían hijas dijeron que a ellas les atraían los hombres. Insistí, ¿qué pasaría si hoy por la noche uno de sus hijos los llama por teléfono y les dice que es homosexual? ¿Si hoy durante la cena se los dice ahí comiendo en la mesa todos juntos? ¿Lo rechazarían? Todos guardaron silencio por unos instantes. Entonces las respuestas variaron: “bueno, qué puedo hacer si es así lo tengo que apoyar.” “No es aceptado por Alá y yo no puedo fallarle a Alá, lo sacaría de mi casa.” “No lo puedo matar ni enviarlo a la cárcel pero sí dejaría de ser mi hijo.” “Allá él y las cuentas que le tenga que entregar a Dios.”
Proseguí, ¿entonces sus hijos también serían pestes de la sociedad, así como ustedes llaman a los homosexuales con quienes no tienen lazos de sangre ni afectivos? ¿Serían perturbados sexuales? ¿Amanerados así como ustedes llaman a quienes son distintos a la norma patriarcal? ¿Insultarían a sus hijos de la misma forma en que insultan a los otros? ¿Qué harían ustedes como padres si alguien en la calle les insulta o discrimina a sus hijos por su identidad sexual? ¿Se quedarían callados, les aplaudirían, se apartarían del camino o los defenderían? ¿Qué harían si les niegan trabajo por su identidad sexual, o los sacan de una fiesta o pero aún si los agreden físicamente? Todos se quedaron callados. Ahora bien, -proseguí-, ¿qué harían si un hermano o hermana les dice que es homosexual? Todos al unísono contestaron, ¡no se podría porque están casados y tienen hijos, tienen sus parejas de otro género! Pero eso no significa que no sean homosexuales, hay tantas personas que nunca lo dicen por temor al rechazo y se casan y forman hogares sacrificando su propia felicidad. ¿Qué harían? Y seguí preguntando y exponiendo casos y ya no hubo quién me contestara ni se enfadara.
Somos indiferentes como humanidad cuando no nos tocan de cerca la sangre y los afectos. No tenemos ningún tipo de autoridad moral para juzgar a otros, para señalarlos y acusarlos, para insultarlos y agredirlos emocional y físicamente solo porque son distintos, deberíamos tener la capacidad de maravillarnos con la grandeza de las diferencias que nos enriquecen como humanidad. No hay pecado y no hay delito en amar a una persona del mismo género. ¿Qué autoridad tenemos para oponernos como sociedad al matrimonio entre personas del mismo género? ¿Por qué nos quedamos callados y no exigimos que se creen leyes que avalen el matrimonio igualitario? ¿Por qué nos es tan cómodo quedarnos callados y hacernos a un lado cuando gozamos de privilegios? ¿Por qué somos tan cabezas duras que nos cuesta asimilar que todos tenemos los mismos derechos? Qué es nuestra obligación desde esta comodidad del privilegio luchar para que otros tengan también las mismas oportunidades.
Hace unos días la Corte Suprema de Estados Unidos anunció que evaluará la constitucionalidad de los matrimonios entre personas del mismo género y volverlo un derecho en los cincuenta Estados del país. Hasta el momento son 36 Estados los que permiten el matrimonio igualitario. La Corte Suprema tiene hasta junio para decidir. Sería un hecho histórico si esto sucediera. No es posible que a estas alturas sigamos siendo una humanidad egoísta y discriminadora. Ya es tiempo de despertar. Y así como debe ser válido el matrimonio entre personas del mismo género que sea también válido adoptar, porque nada tiene que ver el género con el amor, principios y valores humanos.
Para atreverse a amar sin límites insustanciales como lo es el género hay que tener arrestos, y nadie que se escude en una religión, en su homofobia o heterosexualidad tiene el derecho de siquiera señalar a quien es distinto. Al contrario, luchemos todos para que todos tengamos los mismos derechos. Ojalá que un día el matrimonio igualitario se pueda dar en el mundo entero. Y la discriminación sea tan solo una parte dolorosa de la historia.
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado.
Enero 18 de 2015.
Estados Unidos.

Un comentario

  1. Excelente artículo, lleno de verdad…

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