El jamaiquino.

Tenía un año de emigrada y estaba trabajando en la Liga Nacional de Fútbol Europeo. Quinientos equipos de todo Europa y algunos de Latinoamérica, África y Asia. Mi inglés era parco, apenas entendía palabritas y de hablarlo ni se diga. Siempre andaba con mi traductor electrónico en forma de calculadora.
Mi asesor arbitral que era griego me enviaba a los juegos más complicados, y siempre me mandaba con árbitros experimentados. Memoricé lo básico del fútbol en inglés para responder a preguntas de los jugadores que se dan en el instante cuando sucede una falta, y cuando no entendía llegaban los árbitros asistentes a ayudarme, solo una vez salí a trabajar con árbitros latinos en esa liga, mi asesor siempre me envió con árbitros europeos, estadounidenses y africanos. Así conocí a muchos árabes, turcos, polacos, ingleses, y así también supe que el fútbol aunque es universal en cada continente tiene sus recovecos. Mi forma de dirigir era distinta a la de ellos pero al final todos nos acatábamos al reglamento de FIFA que era lo importante.
Yo –para variar- era la única mujer árbitra de la liga y la más jovencita, así es que todos me consentían. La USSOCCER –Federación de Fútbol de Estados Unidos – enviaba a los asesores arbitrales entradas para los juegos de liga mayor y los internacionales, los asesores solo llevaban a los árbitros que sacaban mayor puntaje en su desenvolvimiento en los juegos, nadie por cuello, la entrada al juego se ganaba con trabajo. Me fui ganando las entradas y con el grupo exclusivo de árbitros de liga mayor e internacionales asistía a los juegos importantes, así conocí a “ El Jamaiquino” un jugador de liga mayor de fútbol de salón que jugaba en el Chicago Storm.
Fue una atracción a primera vista y de inmediato se creó una especie de tensión sexual entre nosotros. Me lo presentaron al finalizar el juego y nos sentamos juntos en las gradas para ver el siguiente encuentro. Era jamaiquino, me dijo su nombre que olvidé y lo bauticé como “El Jamaiquino.” Me hablaba -por supuesto- en inglés y yo apenas entendía y sacaba mi traductor, él escribía la palabra y yo la leía en español y cuando yo le quería decir algo la escribía en español y él la leía en inglés. Así fue nuestra comunicación todo el tiempo.
Tenía ese cuerpazo de atleta, una musculatura de futbolista hecha a mano. Su voz me erizaba la piel y cuando nuestras miradas se encontraban   mi imaginación volaba lejos de mí, peor me iba cuando me tocaba las manos, comenzaba a sudar helado y fuertes corrientes de electricidad me subían y bajaban por toda la columna vertebral, iban y venían de pies a cabeza.
Medio mundo notó de nuestra atracción y nos querían ver como pareja, nunca faltaba quien la anduviera haciendo de celestino, quien le avisara de los juegos que yo tendría que dirigir el fin de semana y se aparecía de la nada a medio juego, cuando me daba cuenta me faltaba el aire y me desconcentraba. Todos mis pensamientos volaban hacia él, todo mi cuerpo lo deseaba y era imposible mantener la atención en el juego. Trataba de no verlo pero no podía, esa tensión sexual se interponía.
Pero mi escuela en Guatemala fue estricta: no pueden existir relaciones amorosas entre árbitros y jugadores. Regla interna de la FIFA. Seguí al pie de la letra las reglas y aunque tuve oportunidades de tener romances con jugadores los evité. Entonces con “El Jamaiquino” hice lo mismo, guardé distancia y lo trataba con amabilidad pero siempre apartándome cuando avistaba una cercanía de otro tipo. Me fue muy difícil manejarlo, no podía, todo mi cuerpo lo deseaba y él sabía perfectamente como yo también sabía que él quería algo más que amistad conmigo.
Tuvo unas formas tan originales de demostrarme su cariño que me dejaba en el limbo total. No era un hombre común. Cuando íbamos a los juegos   lo rodeaban mundos de gente pidiéndole autógrafos y fotografías y él aceptaba con tanta amabilidad, era bien accesible. Yo me quedaba parada alejada de la multitud esperando a que terminara con sus seguidores y luego alcanzábamos al grupo. Era amigo personal de mi asesor arbitral entonces siempre andaba en el grupo de árbitros.
En la liga participaban cinco equipos jamaiquinos y él llegaba a verlos solo cuando me tocaba a dirigir a mí. En Estados Unidos las canchas son al aire libre y las familias completas llegan a disfrutar de los juegos mientras preparan sus asados, al finalizar el juego se vuelve una especie de fiesta campestre, comparten los equipos y todas las rencillas del partido desaparecen. Es algo que nunca he visto en Guatemala, ese nivel de inteligencia…
“El Jamaiquino” entonces se acercaba a la porra de Jamaica y se ponía a bailar con ellos, todos al estilo Bob Marley, con ese tipo de cabello y peinado, negros como la noche cerrada, y con música de reggae de su país. Cada vez que lo vía menear las caderas con aquella cadencia a mí me daba hasta vahído –diría mi abuela nía Juana- me hormigueaba el cuerpo, se me aceleraba la respiración, se me secaba la garganta, y todos mis instintos enloquecían. Cada movimiento de cadera atizaba nuestra tensión sexual. Y yo como la gran diabla por estar en ese momento dentro de un campo de fútbol, con toda la seriedad del caso y la –escasa- concentración. Lo imaginaba desnudo y no podía quitarme esa imagen de los sentidos, estaba ahí prisionera del erotismo clandestino. Todo era clandestino en ese momento, yo uniformada dentro de un campo y él afuera, relajado, provocando todo mi apetito sexual.
Cuando terminaba el juego lo único que quería era colgarme de su cuello, -como racimo de banano maduro- y disfrutar de las llamas vivas de la hoguera. Quería quemarme entera con él pero cuando se acercaba lo saludaba sin mayor entusiasmo, me relajaba cuando me cambiaba el uniforme y estaba de “civil” y alejada del campo, entonces sí conversaba más animada.
Mi asesor ya había autorizado una relación porque él no jugaba en la liga donde yo trabajaba y el gremio ya nos imaginaba hasta casados. Ya no sabían que hacer para que se consumara aquella urgencia que nos tenía a los dos en capilla ardiente. Hasta una tarde que no pude más. Lo vi llegar con sus amigos a apoyar un equipo jamaiquino y sacaron las bocinas de los carros y animaron el juego con el reggae de Bob Marley, y yo que mi vicio es bailar me moría de las ganas de ir a tomarlo por la cintura dejar que nuestros cuerpos se volvieran uno. Terminó el juego y los chicos me invitaron a una cerveza, me cambié el uniforme y me vestí de “civil” y acepté la cerveza.
Aquella tarde de finales de verano el cielo rojizo comenzó a pintar el ocaso estadounidense acompañado por el reggae jamaiquino y el ambiente extraordinario de la música de la patria de aquellos emigrados. Y yo con todo el deseo sexual, con todas las ganas de bajarme la calentura con ese hombre, fui sincera y le dije que mi corazón estaba enamorado de otra persona y que en ese momento de mi vida no podía ofrecerle una relación sana y libre , porque todavía estaba viviendo el proceso del duelo, porque ese hombre era el amor de mi vida y que él despertaba mi carne y hacía hervir mi sangre pero que mi alma aún estaba dolida y que no era justo iniciar una relación donde había una herida abierta sin sanar.
Yo había tomado de decisión de emigrar en un abrir y cerrar de ojos y en un mes arreglé mi viaje y me fui de Guatemala, dejando atrás todo, dejando atrás al amor de mi vida con el que pensaba casarme y vivir juntos hasta el último día de mi vida. La relación terminó porque emigré y mi etapa de duelo duró años. Yo no me acosté con nadie hasta que curé esa herida y lo dejé ir. Hasta que estuve segura de no lastimar a otras personas con un engaño emocional. Mi defecto más grande es el de ser fiel, soy fiel a mis sentimientos. Yo ya había terminado mi relación con mi novio en Guatemala pero el sentimiento seguía ahí y decidí vivir el proceso de duelo en todas sus etapas y en su tiempo.
Aquella tarde dejé ir a “El Jamaiquino” que ha despertado mi sangre como ningún otro hombre en este país, y no me arrepiento. No es válido acostarse con alguien y llenarlo de ilusiones si uno no puede ofrecerle un corazón dispuesto a amar libremente. Lo seguí viendo durante un año pero no pudimos ser amigos porque la pasión nos encendía en llamas. No lo he vuelto a ver. Y no me arrepiento de la decisión que tomé.
Para: “El Jamaiquino.” Con pasión absoluta.
Ilka Oliva Corado.
Enero 16 de 2015.
Estados Unidos.

2 comentarios

  1. Me sale la lagrimilla de la emoción, que bonito recuerdo, saludos!

  2. felicitaciones.

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