Infértil.

Estoy sentada en la cafetería de la librería Barnes & Noble, que es mi favorita. Vengo cada vez que puedo a apaciguarme entre las estanterías que guardan historias empastadas. Se me pasa el tiempo admirando el mural de los escritores de todos los tiempos. Por momentos me siento en un pasillo, cierro los ojos y me quedo ahí respirando el olor a libros nuevos, que me fascina. Tomo libros al azar y los hojeo, los vuelvo a poner en su lugar y busco la sección de los clásicos, nunca falta Virginia Woolf. Me tiene loca con La Señora Dalloway y ese beso…, culpa de ese beso que a ella la llena de frescura yo me he enamorado de la película Las Horas –de las actrices ya lo estaba- y de la comunicación extrasensorial entre mujeres. De la sutileza…
Al faro me dejó pensando en mi inestabilidad emocional. Orlando espera por ahí que llegue el momento de nuestro encuentro, voy despacio.
Hoy nuevamente me volvió a suceder, -mientras hojeaba el libro The Namesake de Jhumpa Lahiri-   vi una mujer preñada que caminaba entre los anaqueles, con su panza será de unos ocho meses y me dejó pensando en mi infertilidad. Si hay algo que me cautiva en esta vida es la belleza de una mujer embarazada, me deja sin aliento y se detiene el tiempo para congelar el instante. Crea en mí una impresión de la que nunca me termino de recuperar. Un abismo en el que caigo constantemente y no tiene fondo. Me llevé la mano al vientre y pensé en mi infertilidad.
En mi decisión de declararme infértil, en el momento en que decidí no parir. En ser una más de las acusadas como frívolas e insensatas por no dignarme a convertirme en madre abnegada. En tener que escuchar durante años rosarios y plegarias que le imploran a los dioses que mi mentalidad cambie y me digne a darles nietos a mis papás, bisnietos a nía Juana, para convertir en tías abuelas a mis tías, en tíos a mis hermanos. Para que me encuentre un “buen hombre” que sea capaz de preñarme y darme la estabilidad para ser mujer de hogar y no siga siendo una potranca que se desbarranca sola. Para que salga de ese trance de haberme enamorado de la “comunicación extrasensorial…”
Nuevamente con la mano en el vientre pienso en el día en que tomé la decisión de no parir -estaba tan jovencita, andaba en los 22 años- y en cómo ha sido mi vida a partir de entonces. En dejar ir el amor que ha llegado unas cuantas veces y se ha largado por la puerta que siempre dejo abierta, porque en sus ilusiones están los hijos y en las mías la decisión firme de seguir estéril hasta el último día de mi vida.
Amar sin expectativas y saber que en cualquier momento la ilusión saldrá por la puerta abierta porque un “hogar se basa en los hijos, un nido sin pájaros no sirve de nada, porque la finalidad de una unión es fecundar y dejar herencia en este mundo”.
Nunca me ha esperanzado dejar herencia de mi inestabilidad emocional, traer hijos al mundo para martirizarlos con mis vacíos y mis infiernos. Con mi insuperable fragilidad. Para que sean un alargue de mi agonía y queden en otras generaciones los genes de mis turbaciones.
Llega ilusionado el amor y se marcha cabizbajo, mientras yo desde el umbral de la puerta lo veo marcharse con mi alma en solera, añeja ya de tanto cortarse las venas y verlas sangrar. En una constante pelea y reconciliación con la vida.
Ver marcharse el amor cuando le hablo claro y trasparente, es tan soñador que no soporta mi precisión y mi rudeza para desnudarme y dejarme ver completa con todas las cicatrices de mi existir y los delirios que desbordan mis poros.   Es tan romántico que no admite más que la mentira piadosa y se siente herido de muerte cuando escucha una verdad que no desea fingir serenidad y que se resiste a   engañar.
Era tan jovencita cuando decidí no ser mamá y no me arrepiento, con el paso del tiempo ha ido reafirmándose, así se llague, así llore, así ame con todo su ser y así cada día la soledad vaya poblando cada una de sus células y las encane. Se reafirma cuando veo mis circunstancias de vida, también cuando pienso que pueden cambiar, cuando veo mi reflejo en el espejo, cuando la carne viva de mi vaivén me recuerda que mi pulso es turbulento. Que puede ser sereno y en cualquier instante volver a la tempestad.
Y llega la ilusión con su ramillete de encantos que disfruto con la intensidad y la pasión de vivir cada instante presente porque en cualquier momento se sentirá abatida y saldrá por cualquier espacio que le ofrezca una salida de escape porque yo no soy la mujer fértil que quiere procrear, formar un hogar, llenarlo de jarrones con flores frescas y madrugar a preparar el desayuno.
Porque soy una mujer que le da más importancia a una mirada trasparente y a un abrazo honesto que a un orgasmo pleno. Porque soy inusual y prefiero hablar claro y directo y no jugar a fingir esperando atrapar el futuro en las expectativas que muy bien se pueden confundir cuando se hace del amor un arma de intriga.
Porque soy estéril y lo muestro desde que abro la puerta para que entren los anhelos que llenarán los momentos que van formando mis memorias. Viejos suspiros, amores sinceros, entregas honestas. Conversaciones de cama, abrazos de ocasos, sonrisas de fascinación.
Es tan soñador el amor que cree que la vida es siempre un jardín enflorecido, pero tiene sus páramos y también ahí hay belleza, es rara no cualquiera la sabe apreciar, no deslumbra a primera vista, es de esas lindezas que solo despiertan la sensibilidad de un alma liberada.
Entregarme con libertad, sin ataduras y sin expectativas, entregarme completa porque solo así puedo vivir la autonomía del amor.
Estar sola por decisión propia. Porque vivo mi albedrío, sin pretextos, sin falsedades y sin cárceles emocionales disfrazadas de afectos. Mi experiencia de soledad refuerza mis pasos, mis palabras y mis ilusiones. Porque sí las tengo y las vivo intensamente. De amor están llenos mis poros, de amor sincero y despojado de alegorías. De amor están llenas mis evocaciones. Y por amor he dejado ir a seres extraordinarios que también se han entregado a mí con la misma libertad y entereza. Y por amor también he decidido no ser mamá.
Cada día confirmo que tomé la decisión más cuerda de mi vida, que no ser mamá no ha sido nunca una equivocación y que no es dolor de arrepentimiento. Aunque sí, en tardes como la de hoy y ante tantas Venus aparecidas en sus meses de embarazo, el instinto me toma por el cuello y me arrastra como hojarasca que hace del ocre del otoño la nostalgia de la estación. Siempre llega la primavera.
 
Ilka Oliva Corado.
Noviembre 30 de 2014.
Estados Unidos.

2 comentarios

  1. Después de leer este su último artículo que en metáfora alude a la infertilidad , preguntó y de antemano sin esperanzas alguna de hallar a algun ser honesto que crea lo contrario dentro y fuera de la Vía Láctea : ¿puede cabalmente alguien negar en usted el ejemplo de lo más exquisito, íntegro y fecundo a que puede aspirar alcanzar una mujer?

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