Singularidades de un clásico de fútbol.

Por tradición el clásico es el encuentro entre los que presuntamente son los dos mejores equipos de la liga, por calidad deportiva no es así, pero son en general los más populares,   los que gozan de los medios para promoción y que en suposición tienen enlistados a los mejores jugadores, que tampoco es verdad absoluta.
Los clásicos no son los mejores juegos de la temporada, pero por táctica son los más explotados por los dueños de los equipos, por los tentáculos de mercadeo y medios de comunicación con el único cometido de circundar la mentalidad afanosa del aficionado que con ilusión de deportista frustrado ve en los clásicos su realización.
La vena de donde se extrae el elixir del que gozan las grandes ligas de fútbol: jugadores, promotores, dueños de equipos y toda la maraña asociada, viene del inocente espectador. El sacrificado es el espectador, no el jugadores que finge dejarlo todo en la cancha, “por su público.”
El balompié por ser la pasión de pasiones, es el deporte más explotado del mundo y el que menos se respeta. Los clásicos figuran primeros en la lista de las mafias, de los gobiernos que mientras su pueblo se desvive alucinando con el juego; firman acuerdos, hacen desbalances, esconden dinero, trasladan mercancía, aumentan sus cuentas bancarias particulares, venden las tierras y asesinan y torturan a los que no se dejan llevar con la finta.
Es hermoso el fútbol, detestable es todo lo que está alrededor. En desconocimiento de la mayoría los juegos más importantes de la temporada son los de repechajes. También los de cualquier jornada de rutina, cuando el último en la lista se enfrenta con el primer lugar, esos tienen una dosis adicional de entrega y pasión, pero pasan desapercibidos porque los tentáculos se dirigen en las piernas de las luminarias, que llegaron a serlo no por calidad deportiva, sino por la gracia y el encanto que generan en el espectador, que no fue natural, fue inyectado como droga por las mafias comerciales.
Hay mucho en juego en un clásico menos fútbol, lo que menos se juega es el balompié, éste se queda en la banca, cuidándose para la siguiente fecha. Para los árbitros las indicaciones llegan desde arriba: no mostrar tarjetas amarillas a la primera para no echar a perder el juego, porque todo, todo es un espectáculo. Cuidar a los jugadores fulanito y menganito, en cambio al zutano mostrarle la tarjeta a la primera. Si hay oportunidad clara marcar penal a favor de tal equipo, que es el que trata mejor a los árbitros cuando están de local, por agradecimiento hay que favorecerlos. –En la élite deportiva, porque son los que mejor pagan los sobornos-. El árbitro que no entre en el juego de la obediencia va quedando rezagado y no es tomado en cuenta para juegos importantes –finales y repechajes- mucho menos podrá optar por un gafete de internacional, si ya es internacional que ni sueñe con ir a un Mundial o torneo de su continente. Hay que ser obediente para estar bien y triunfar. El árbitro que es internacional y alcanza la “excelencia” para ir a un Mundial es porque primero aprendió a mover muy bien las piezas en el juego de damas.
Los clásicos ya han sido arreglados semanas antes del encuentro, lo hacen entre los propios directivos y en consecuencia hay indicaciones extraordinarias para los jugadores que al final solo son empleados y tienen que obedecer. “Hoy solo anotás un gol”, “hoy dejáte caer en tal minuto”, “hoy sujetá de la playera a mengano y como es sulfúrico te responderá y la tarjeta será para él”, “hoy te hacés el lesionado al minuto tal”, “el portero saldrá de cambio en tal minuto, fingirá una lesión.” Entonces por televisión se ven aquellas caídas espectaculares que hacen que el espectador quiera arrancarse la piel a tirones, que vocifere y pida otra cerveza para bajarse la cólera, -el dueño del restaurante encantado la sirve-. Se odia al jugador que hizo la falta y se alaba al que cayó, -que en realidad se dejó caer-. Se ven aquellos goles espectaculares faltando un minuto para terminar el juego y eso enloquece al público en el estadio y el que lo ve por televisión. Otra cerveza para celebrar. Pocos saben que ese gol fue arreglado semanas antes del encuentro y los jugadores de acuerdo o no tienen que seguir con las indicaciones que recibieron en los camerinos.
Es un clásico todo ha sido previamente ensayado, se tiene el control inclusive de las cámaras de televisión que harán de tal jugador la estrella del encuentro, porque será el más enfocado, y sus jugadas se repetirán una y otra vez en cámara lenta, hasta lograr que el público se enamore de él y corra a comprar las playeras con su número, y compre todo lo que esté en el mercado que tenga que ver con el nombre de ese jugadores.
Un jugador desobediente pierde categoría aunque su calidad deportiva sea excelente. Si se le ha dicho que no anote y anota, tiene un castigo que se anuncia ante los medios de comunicación como una lesión ocurrida en el encuentro pasado, se queda en la banca unas cuantas semanas. No hay jugador indispensable, eso lo saben los directivos y los medios de comunicación, que a un anónimo lo vuelven una estrella solo para beneficios de las “corporaciones”, cuando ya no les sirve va directo a la basura como desechable. Pero para los aficionados ya es su oxigeno.
Todo se vuelve una vorágine cuando el clásico es televisado en todo el mundo, por la fama de que ésa liga es la mejor de todas. No es verdad absoluta. El enamoramiento es desmedido por la cantidad de deportistas frustrados y apasionados espectadores que ven en tal jugador y equipo su propia realización.
En temas de sociología el fútbol y todo lo que lo rodea da para algo más que un marco general.
Para un clásico se envían las mejores edecanes, no mejores en su trabajo, envían a las de las figuras más esbeltas, porque brindarle al espectador una dosis de placer e idealización a través de la figura femenina es encausarlo a mantener los patrones patriarcales vigentes. Las redes de tratas con fines de explotación sexual hacen su agosto en los clásicos – y Mundiales- y el narcotráfico, mientras el mundo se detiene en 90 minutos que se hacen eternos para la ilusión fantasmagórica creada con el balompié.
Un clásico lo es todo, menos un partido de fútbol. El fútbol lo es todo, menos  un simple espectáculo.
Y siempre, siempre, los mejores juegos de balompié se disfrutarán en el inframundo, -donde las marañas no tienen cabida- donde intentan divertirse los olvidados de las clases sociales, donde nacen los jugadores que cambian la historia del deporte más hermoso de todos, donde la pasión nos hace libres. De cualquier manera, un clásico es un clásico. ¡Salú!
 
Ilka Oliva Corado.
Octubre 25 de 2014.
Estados Unidos.
 

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