El coyote le tapa la boca con una mano y la arrastra hacia atrás del tren estacionado, la sube a un vagón vacío y la lanza contra la pared. Se baja el cierre del pantalón, la arroja de espaldas contra el suelo, la abre de piernas y con una navaja corta su calzón de niña. Goza con la pequeña cavidad que está ultrajando, se excita al escucharla llorar, empotra su mísero falo una y otra vez. Le ordena que se ponga a gatas y la embiste de nuevo con toda su fuerza, con toda la lasciva de un violador impune; gime satisfecho. No fue difícil, nunca es difícil transgredir a las niñas migrantes indocumentadas que viajan solas. Un charco de sangre queda en el suelo del vagón vacío, la levanta en vilo, le ordena que se limpie la sangre y el semen con el pedazo de calzón. La lleva hacia la puerta y la amenaza, nadie debe enterarse o morirá. El coyote no sabe que en ese mismo instante a miles de kilómetros en su pueblo natal, tres policías están violando a su única hija, la encontraron en el camino hacia su casa regresando de la escuela, sola.
Ilka Oliva Corado.
Octubre 13 de 2014.
Estados Unidos.