La lica porno.

Andábamos en las últimas semanas del ciclo escolar y cursábamos segundo básico y los patojos de la sección cargaban la bulla de lo espectacular que eran las películas pornográficas y hablaban de unas enormes anacondas que se entiesaban, babeaban, vomitaban, se desmayaban y volvían a entiesarse; con la dramatización incluida con todo y sonidos despertaron la curiosidad de las patojas, fue el tema de todo el año y lo sería del siguiente. Yo que ya había visto a los patojos de mi cuadra desnudos trataba de sosegarlas bajándolas de la nube de un tetuntazo: ay dios muchá, ni se emocionen que son unas mechitías, de anacondas nada, parecen amebas. A lo que respondían los patojos ofendidos: ¡a las pruebas nos remitimos! Pero nunca se llegó el momento de comprobarlo por lo menos en el salón de clases que era donde sucedía todo. Donde nacían las revueltas, donde se besaban los desesperados, donde pasaban de mano en mano las bolsas de agua gaseosa que tenían licor incluido. Donde se besaban mujeres con mujeres y los hombres se quedaban con las ganas. Lástima que nunca pertenecí a ese grupo, eran cuadro desatadas que barrían con todo, no dejaban patojos sueltos y cuando se aburrían se besaban entre ellas, -¡malaya!- a nadie causaba sorpresa, eran demasiado para nuestra sección y nuestra edad, nos llevaban años luz de ventaja en todo. Solo se reían cuando a los patojos les daba por inventar la de vaqueros con las películas pornográficas. Una de ellas ya tenía experiencia en asuntos de fogarones a medio apagar, -porque es raro que un bombero por muy bueno que sea en su oficio logre apagar un buen incendio- fue y sigue siendo un infierno de mujer, de las que destilan sensualidad y encienden hogueras con una sola mirada, no se le puede tener cerca porque el aroma de su piel despierta las más feroces pasiones y lo sabe la condenada. Cuestión de feromonas pero en aquellos años, qué íbamos a andas sabiendo nosotros de esas fumadas.
Supe que babeaban y vomitaban cuando estudié magisterio pero que tampoco llegaban a la exageración de anacondas, si en los básicos fuimos la sección de los dolores de cabeza a los profesores en magisterio fuimos el huracán que no dejó profesor sin canas, estuvimos a punto de ser expulsados en varias ocasiones, la sección más perversa, a los patojos les daba por hacer competencias de onamismo –uta qué palabrita más fifí- vaya pues de masturbarse y se ponían en hilera en el baño o en el salón y mientras algunas sentían sofoco, que les daba el soponcio, las otras reíamos o ya ni asunto les poníamos porque siempre era la misma historia, ver apéndices estirarse y encogerse a la velocidad del cansancio de la mano que pobre ya la tenían adicta.
También existió en la sección una compañera más pilas que todas las mujeres de la escuela juntas, qué tipa, qué envidia la que le tengo se las sabía de todas, todas y siempre andaba su cajita de preservativos para ayudar en las emergencias de las parejas, ahí sí ya el Kama Sutra se quedaba corto, ni hoteles que hacían falta porque cuando no era en el corredor, atacaban los calores en la línea del tren, en las gradas de la piscina olímpica, o en el salón de clases y en las regaderas de los baños, a horas y deshoras. Y nadie juzgaba ni señalaba, era parte de la naturaleza y de la cantidad de hormonas que buscaban salida. Ahí era de tentáme y no me mirés. Qué años, ¡qué manos las de mis compañeros!
El saludo de los buenos días era o que nos tocaban una chiche o una nalga y nosotras el minúsculo paquetito o una nalga. Era tan habitual que no causaba revuelo en nadie. ¡Extraño a mis compañeros! El famoso perulero y las tocaras que son secreto de estado en la escuela, los han vivido décadas de generaciones desde que fue fundado el establecimiento.
En los básicos las patojas querían salir de la duda y ver una película, pero nadie tenía cómo conseguir una y el problema fundamental era en dónde la veríamos, en la casa de quién, quién tenía televisión y la videocasetera, era un imposible, ¿qué le diríamos a nuestros papás?
Llegamos a tercero básico y aquellas con la ilusión y los patojos que no ayudaban porque actuaban las escenas a la hora del recreo dejando al público en una sola llamarada –de tuza-. Para medio año nos dejaron una de las tantas tareas para realizar en tríos, fue por sorteo y me tocó con dos compañeras a las que fastidiaba porque eran de las niñas finas de la sección y entre ellas una mosquita muerta, hicimos el trabajo en casa de una de ellas y luego nos tomamos un café mientras conversábamos de tonteras propias de la edad, a la más calladita y más se le ocurrió que nos quitáramos los sostenes y nos viéramos el color de los pezones y lo hicimos, estaban los tres pares uno blanco como la leche recién ordeñada, el otro un tanto más oscuro y el mío que era color chocolate, su curiosidad la llevó a levantar una mano y acariciar uno de mis pezones con la yema del dedo pulgar, lo que nunca había sentido con Los 16 Hombres de mi Vida que siempre los vi como una extensión de mi propio ser, lo despertó ella, en instantes se erizó mi   pezón y sentí mi piel arder en llamas, fue cuestión de segundos y luego nos volvimos a vestir y seguimos conversando pero algo sucedió que nunca volvimos a ser las mismas, nació una especie de comunicación extrasensorial entre ambas, no conversábamos todo nos lo decíamos con las miradas cuando nos encontrábamos en el salón o a la hora del recreo, la veía y sentía que ardía completita en una hoguera de la que no quería que nadie me rescatara, me comenzó a buscar cuando me encontraba sola y conversábamos de cualquier cosa, dejó de ser arrogante porque también se creía diosa, es la culpable de que sean mi perdición las mujeres que destilan feminidad, y que sean mi trastorno las mosquitas muertas que tienen el infierno en la segunda piel.
Despertó mi curiosidad sexual con su mirada, con sus gestos, con sus labios rojos y frescos, con su forma de caminar, con sus zapatos de tacón y con la memoria latente de su pulgar sobre mi pezón, conocí entonces los sueños húmedos que eran corrientes desbordadas y me di a la tarea de experimentar y descubrir las sensaciones en mi propia piel. Aún después de tantos años mis pensamientos la evocan, diosa de mis infiernos de pubertad.
Pero la bulla por la película porno siguió y acordamos que en tríos saldríamos de la duda para no hacer tanto alboroto, dos de mis aleras que eran tímidas como solo ellas propusieron que fuera en mi casa y que pidiera permiso a mi mamá. La verdad es que a ellas no las dejarían ni de locas y les tocó inventarse cualquier excusa para no decir que irían a ver una película porno. Pero es que tampoco sabíamos si tendríamos suerte porque lo único que estaba a nuestro alcance era el mentado Cine Max que acaba de llegar a la colonia con el cable. Los patojos decían que ahí era que miraban las películas. Me tocó pues preguntarle a mi mamá: Mama te quiero pedir un favor a ver si me das permiso de que vengan la fulana y la mengana a dormir a la casa, es que queremos salir de la duda de lo que son las películas pornográficas.
Mi mamá no volvía de las carcajadas que se aventaba. Y no me digan que en Cine Max las quieren ver. Sí, ahí dicen los patojos que las dan. Mi mamá autorizó y llegamos un viernes por la noche, nos tiramos sobre un pedazo de alfombra viejo que había y nos enchamarramos en la sala y ahí sí como dice la canción que nos dieron las diez y las once, las doce la una y las dos y las tres, y nunca pasaron las mentadas películas pornográficas.   Lo único que vimos fue a mujeres enseñando las tetas en alguna escena esporádica. A las tres en punto comenzaba el día en la casa con lo que aquellas tuvieron que despabilar e irse a las suyas, -ya estaban avisadas- y yo a las labores domésticas antes de irme a vender helados.
Supimos entonces que lo que los patojos contaban era ciertamente libreto de trama de vaqueros porque no eran pornográficas las películas que pasaban en Cine Max. Mi primera película porno la vi cuando andaba cerca de los 22 años y fue más la bulla, no era para morirse de infarto ni de fascinación, ¡y no eran anacondas! Extrañé tanto los años de magisterio con las de antología que se aventaban los patojos de mi sección.
Quién pudiera regresar el tiempo y le pedía prestados unos tres preservativos a la arrecha de la sección para desquitarme de dos que dejé ir vivos. Mula que es uno.
Para: las canelitas finas.
 
Ilka Oliva Corado.
Octubre 02 de 2014.
Estados Unidos.
 

2 comentarios

  1. Haaay, Ilka!

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