Matar a un artista.

En la Guatemala apática matar un artista no es cosa de violencia común, en mi país al artista lo mata la desidia de la sociedad y el empeño del sistema opresor.
Hablo de los artistas verdaderos, no de las imitaciones que se ensalzan entre ellas y se autoproclaman almas elevadas. No hablo de ananados ni de oportunistas. Hablo de los auténticos. De los de una pieza.
No hablo de los que hacen todo a base de contactos. Hablo de los que desde sus limitaciones e imposibilidad crean y transforman. Yo hablo de los olvidados y marginados. De los que no postergan y brotan como flores de asfalto. De los que son flor de zarzal que entre las espinas se atreven a revelar su belleza inadaptada.
Para los que no hay aplausos, ni alfombras ni galas. De los que no viajan al extranjero a acarrear su diploma de “artista” para lucirlo en la fiesta de gala a donde solo asisten los de sangre desteñida.
Yo hablo de los inherentes. De sueños truncados, de amargura infernal. De los proletarios ensimismados que aun en la penumbra se atreven a alumbrar. Le hablo a las luciérnagas, yo hablo de las cigarras, hablo de las libélulas, a los de la delicadeza de la inmensidad. Invisibles para quien no sabe admirar.
Yo hablo del heladero pintor, del panadero poeta, del proletario escultor. Del campesino escritor. De la trabajadora sexual cantora. De los parias que jamás recibirán una oportunidad. A los que todo les fue arrebatado. De los obreros hablo. De los que sobreviven en la alcantarilla.
En Guatemala al artista sencillo lo mata lo omisión. Los prejuicios y la discriminación. Pero hasta del artista sencillo se aprovechan los aventajados, ya tieso el difunto nunca faltan los avaros que se quieren colar en los reconocimientos de cuerpo presente, de aquel pobre indigente al que osaron segregar. Ahí va el “gremio” con sus fauces mezquinas a llorar en cualquier esquina donde pueda procurar desfilar en la lista de los arribistas que nunca han de faltar.
En Guatemala al artista inusitado lo muele a palos la exclusión. No, y ellos no son letrados, son del pueblo el corazón.
Ya muerto hasta el de alcurnia dudosa se hace presente, es muy elocuente y hasta finge dolor.
En Guatemala mueren artistas todos los días, y por ellos no hay gremio arribista que se pronuncie: mueren pilotos de camionetas, motoristas, trabajadoras sexuales, panaderos, maquiladoras, adolescentes estudiantes y analfabetas. Mueren amas de casa, repartidores de gas propano, mueren niños lustradores de zapatos y recolectores de basura. La vena proletaria muere y jamás pudo embellecer el mundo con su talento de artífice.
Mueren campesinos. Vendedores ambulantes. Todos ellos son artistas a los que el sistema y la desidia les arrebató la oportunidad de explotar sus talentos. En cada persona que camina por las aceras, aborda un autobús, siembra una parcela, limpia un baño en casa ajena, zurce ruedos en una maquila, ofrece lapiceros en las esquinas. En todas ellas hay un talento sin desarrollar. Por eso mueren artistas todos los días, agonizan lentamente, se ahogan en la amargura de la impotencia.
Que unos cuantos tengan la oportunidad debido a su clase social de jugar caprichosamente a ser artistas, y de creerse almas excelsas no los convierte, porque el artista nace no se hace.
Jamás podrá ni con todos los diplomas comprados en Francia un artista de imitación, tener el talento de un paria, porque la técnica se adquiere, pero el talento jamás. No hay dinero que lo compre, este viene inherente al ser. Por eso es de imitación y para ellos sobran los aplausos y las alfombras y los contactos. En cambio al paria solo lo acompaña su soledad y la indiferencia de una sociedad mezquina. Desde ese infierno transforma.
Ahí está el niño que lustra zapatos y que es pintor pero que no tiene los recursos. En cambio está quien tiene los recursos y que jamás lo será porque el talento no se puede comprar. Como el tiempo, la salud y la vida.
Van caminando recogiendo basura en los vertederos los seres de almas elevadas, los originales. Muelen maíz en la piedra todos los días a las cuatro de la mañana las almas elevadas. Conducen camionetas. Arreglan zapatos. Y nadie los ve. Están ahí como el oxigeno que es indispensable y nadie se percata que existe.
En Guatemala al artista lo mata el abandono, lo extingue el racismo, los prejuicios, las etiquetas y la distinción de clase.
Yo no hablo de los artistas de imitación exclusiva, de los que tienen trato preferencial por su clase, por un abolengo pestilente, por ser arrastrados y que juegan a tener conciencia y honra.
Yo hablo del artista que en Guatemala muere todos los días: de los huele pega, alcohólicos, drogadictos, mareros, aislados, señalados. Hablo de esas almas elevadas que viven entre la escoria de un país con un sistema de clases que mancilla la vida y la esperanza.
De las muertes que no cuentan porque no tienen un nombre y un apellido extranjero. De los que no tienen cuenta bancaria y automóvil propio. De los que no tienen un armario con zapatos para cada muda de ropa. De los que jamás han salido de su pueblo. De los que emigran del pueblo a la capital, forzadamente. De los que el país obliga a salir de sus fronteras.
De los que no saben que son artistas porque nunca se les dio la oportunidad de desarrollar sus talentos y habilidades.
Ya los veo, es que ya veo a ese gremio arribista cuando muera doña Isabel de los Ángeles Ruano, no faltarán quienes lloren con lágrimas de cocodrilo. Quienes busquen ansiosamente ser parte de los reconocimientos de cuerpo presente. Quienes quieran ir al velorio. Quienes se pronuncien columnistas, artistas e intelectuales –de pacotilla- con sus discursos camaleónicos alabando a un ser al que en vida discriminaron. Al que le arrebataron todo. Dirá el alcalde de Chiquimula que era una ciudadana insigne y hasta le pondrán su nombre a una calle. Dirán los artistas de imitación que se fue una verdadera poeta, una prestigiosa periodista, dirán que murió una maestra de calidad. Una Premio Nacional de Literatura.
Pero ahora, en este mismo instante doña Isabel vende lapiceros en las calles del Centro Histórico, es una paria como yo, como los miles que nacemos, crecemos y morimos invisibles, desde este culo del abismo a donde nos arroja un sistema de clases que nos ha explotado durante siglos.
Ya los veo llorando, ya los veo desfilando para la foto.
Como cuando murió don Efraín Recinos, ahí también no perdió oportunidad para hacerse presente la escoria que flotaba y hedía el último adiós de un hombre que fue íntegro toda su vida. Malaya se les hubiera pegando algo, -que son artistas de imitación-.
Admiro a los artistas que nacieron en la comodidad de clase y que se han revelado ante la misma y que mantienen esa resistencia y denuncia, a los que no creen en las diferencia de las clases sociales, a los que bajan a las laderas y trabajan hombro a hombro con los invisibles. Ellos no andan en parvadas, no aceptan aplausos, le huyen a las alfombras y en lugar de contactos tienen afectos.
¿Artistas? ¿Qué es ser artista en Guatemala?
Lo invito a que un día cualquiera cuando vaya conduciendo su automóvil, vaya en autobús, esté almorzando en un restaurante, vea a la calle desde la ventana de su oficina. Vaya en un ascensor con paredes de vidrio, observe por un instante: a los niños traga fuego en los semáforos, a los que lustran zapatos, a los que recogen basura, a los vendedores ambulantes, los conserjes, a todos aquellos que en su día a día son invisibles, la parte parca de un paisaje. Una mínima pieza de un collage.
Y cuando lo haga se pregunte a sí mismo: qué ve en sus miradas frías y extraviadas. Qué clase de artista hay atrás de ese uniforme de conserje, en esas manos manchadas de anilina, de pegamento para zapatos, en ese cansancio de un costal de basura sobre la espalda. En el niño y adolescente que tiene la bolsa de pegamento entre sus manos. Del hombre de tercera edad que está cargando bultos en el mercado.
Le aseguro que su perspectiva de artista le cambiará y también lo de las almas elevadas.
En Guatemala todos los días mueren artistas y no a causa de la violencia común.
Es mi simple perspectiva desde este lugar donde veo la vida de abajo hacia arriba. ¿Cuál es la suya? Todas cuentan.
Ilka Oliva Corado.
Agosto 17 de 2014.
Estados Unidos.

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