Tu sexo amor.

Antonina se abre paso entre los danzantes y busca al encargado de la música, le da el nombre de una canción y le pide que la ponga porque está ahí en la discoteca el infierno de sus infiernos, el disc jockey le asegura que es la siguiente melodía. En la barra la espera Angélica que piensa que Antonina ha ido al lava manos. La pista se enciende cuando Azúcar Moreno comienza a cantar Devórame Otra Vez, Antonina pronto toma a Angélica de la mano y se la lleva a la pista, es el recuentro de un amor apasionado que nació entre dos mujeres que sin pensarlo se entregaron a la candidez de la contradicción.
La pista se enciende en llamas, la noche apenas comienza, han pasado quince inviernos desde la despedida en la estación central de Nueva York, he llenado tu tiempo vacío de aventuras y más, y mi mente ha parido nostalgias por no verte ya, y haciendo el amor te he nombrado sin quererlo yo, porque en todas busco la nostalgia de tu sexo amor, le canta al oído Antonina, Angélica le responde con un beso húmedo que sube desde el cuello hasta sus labios, con una mano acaricia su cintura y con la otra el cabello que cae en cascada sobre su espalda desnuda, bailan al ritmo de las evocaciones, de la noche de verano, de la pasión y de las tantas madrugadas en que sus cuerpos fueron descubriendo las fascinaciones del amor delicado.
Ríen, se besan, se acarician y bailan y vuelven a reír. Devórame otra vez, ven y devórame otra vez, ven castígame con tus deseos más, que mi amor lo guardé para ti, cantan ambas abrazándose, sus miradas se confiesan, sus cuerpos se llaman, sus pieles se buscan, sus labios nuevamente revelan el deseo, la naturalidad de una ilusión que nunca murió.
Han pasado los años de juventud y la efervescencia que la delataba, el encuentro vuelve a darse cuando ambas han hecho sus vidas en distintos caminos y países, Angélica partió hacia Francia a especializarse en literatura, no en La Sorbona sino en las calles por donde anduvo Alejandra Pizarnik. En el cementerio de Montparnasse mientras visitaba las tumbas de Julio Cortázar, César Vallejo, Baudelaire, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, conoció a su compañero de andares, un fotógrafo francés que se inspira en las tardes sombrías del París romántico del que se han enamorado varios escritores y poetas.
Sigue dedicándose a la exploración de la literatura que nace en las calles y que a tantos ha convertido en escritores. Y sigue renunciando a encerrarse en la empolvada que se guarda en los salones de La Sorbona. Siempre tuvo el espíritu aventurero que, fue detonante para que se marchara a otro continente y Antonina que es mujer de un solo lugar, optara por caminar después del trabajo rutinariamente todas las tardes, bajo la sombra de los árboles del parque central. Sigue trabajando en el mismo lugar desde que terminó la universidad. Se casó con un inmigrante noruego, no tienen hijos.
Eran vecinas cuando todo aquello sucedió, se conocieron en una fiesta y ahí comenzó el romance que les marcó la vida a ambas, tanto que habían decidido vivir juntas y renunciar a todo, a todo lo que se opusiera a su amor pero, el instinto aventurero de una y el sentimiento de arraigo de la otra no lo permitieron. Angélica puso unas cuantas mudadas en una maleta y Antonina la fue a despedir a la estación central, así la vio partir en un tren, y en un tren regresó, ella misma la fue a esperar a la misma estación. Está de paso en la ciudad porque va hacia San Francisco a visitar a su familia. El noruego está de vacaciones en su país natal, Antonina y Angélica tienen una semana para perderse en los laberintos más desquiciados del erotismo que una vez las hizo perder la razón.
Salen de la discoteca y caminan abrazadas por el parque central que Angélica tanto ama, alguna vez caminaron juntas por ahí, cuando soñaron con compartir el resto de sus vidas.
Angélica siempre recatada y un tanto tímida sirve dos copas de vino, la madrugada desde el balcón de su condominio en el centro de la ciudad es de embeleso y excitante para un arrebato que tiene quince años sin conteniéndose las ansias. Antonia moja sus labios con vino y humedece los pezones despiertos de su amada, acaricia suavemente sus pechos firmes, sus muslos desnudos que llevan años esperándola, que responden al roce de su piel.
Las bocas se encuentran y se confiesan seductoras, con avidez de principiantes, de juventud trastornada, del primer amor que lo exige todo y todo lo da, del que se guarda en el rescoldo de los años y madura lentamente con la experiencia añeja de tantos otoños vividos. Los cuerpos se reconocen, los poros se inquietan y dan rienda suelta a la entrega total de dos mujeres que nunca han dejado de amarse.
Antonina siempre ha extrañado la fragancia de la piel de Angélica, Angélica ha añorado las manos confiadas del único ser que la conoce delirante, excitada y que se cautiva con sus orgasmos intensos o tranquilos, dependiendo la luz de luna. De la que la siente amar sin límites, sin culpas y sin miedos.
De la que conoce cada poro de su piel y lo hace arder en deslumbrantes hogueras.
Antonina ha amado a su fotógrafo y se ha entregado sutil y confiada a él, pero el vacío que Angélica dejó sigue estando ahí, intacto. Volver a verla, a sentirla es revivir cada instante de aquel amor que le llenó la vida de poesía y encanto. Angélica besa sus pies, su lengua mojada se pierde entre sus dedos, va subiendo lentamente recorriendo sus piernas, descansa en su muslos, muerde sus caderas macizas e invade su espalda en seguía, sedienta de su exquisitez. Le murmura al oído, despójame de tu recuerdo y embrújame con tus hechizos inmorales. Se posa en medio de sus muslos y su labios sabios se pierden entre los pétalos frescos de un botón que se ha convertido en flor, escucha la respiración agitada de la mujer que comparte el placer del reencuentro.
Están redescubriéndose, reconociéndose, deleitándose. Trayendo de vuelta al presente los años cómplices de un romance lozano que el paso del tiempo no ha podido marchitar. Los primeros rayos de sol de la mañana de verano las encuentra desnudas, abrazadas, con la piel húmeda y en el ambiente la huella imborrable del amor. El rocío de dos cuerpos destinados a no decirse adiós.
Aun les quedan seis días, pasión y mucha imaginación antes de despedirse nuevamente en la estación central.
Ilka Oiva Corado.
Julio 20 de 2014.
Estados Unidos.

5 comentarios

  1. Bellísimo Ilka!

  2. Que belleza al describir el reencuentro de dos personas que se aman y han amado, a pesar del tiempo y las distancias. Lo mas bello, es la exquisites con que describis y el lujo de detalles, que hacen volar la imaginación y hasta percibir el olor y los gemidos de ambas. Eso y muchas cosas, es lo que te hace especial y es el dominio de la palabra, para poder involucrar al lector y hacerle sentir lo que queres transmitir con tu relato. ¡¡¡GRACIAS PAISANA Y FELICITACIONES!!!

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