Acortar distancias.

Hoy a buena mañana cuando aun estaba dando vueltas en la cama y peleando con las sábanas, entre que alagrán me tengo que levantar para irme a trabajar y el no hombre vos quedáte otro ratito, recibí un mensaje en mi teléfono celular, era de mi amiga del alma que vive en Guatemala, leí: “buenos días negrita cucurumbé, te soñé anoche, soñé que me festejaron mi cumpleaños y que vos apareciste de sorpresa y yo gritaba como loca cuando te vi.”
Seguimos una conversación entre texto y texto mientras ambas nos alistábamos para irnos a trabajar, preparé el café y regué las flores y hortalizas de mi parcela, día soleado en viernes de verano estadounidense, nos despedimos.
Me he quedado pensando en ese reencuentro, imaginé la escena, ella rodeada de todos sus amigos y familiares y aparecía yo, con mis once ovejas, con los brazos extendidos, con sus flores favoritas y con una sonrisa de oreja a oreja, para decirle: ¡feliz cumpleaños Lechita, ya llegó tu Café! Por fin juntas nuevamente el café con leche, de parrandas, alegatas, caminatas en la colonia, desveladas y durmiendo empiernadas. Cuántos años ya de nuestras andadas juntas, la adolescencia es un pasón, quién iba a decir que una de las dos emigraría y que nuestra amistad se consolidara a pesar de las ausencias físicas y de todo y de tanto…
Su texto en mi celular me ha tenido recordando tantas cosas que vivimos juntas, las dos traideras a morir pero aquella se lleva el primer lugar. Las tantas ocasiones en que la acompañé a los retos a desgreñadas con las patojas de la colonia porque los novios no eran fieles, “veníte Negra acompañáme porque me enteré que el fulano anda con la zutana también y ahorita mismo lo voy a ir a aclarar con ella” ¿Con ella? Con él lo tenés que aclarar. No, porque él lo niega , entonces lo tengo que aclarar con ella y si se pone fea la cosa vos sos buena para los trancazos. Ni mierda, yo no me voy a andar peleando por hombres de una vez te digo. No, si la que se va a sonar soy yo pero vos te vas conmigo por si las moscas. Por si las moscas será. Pues sí será, apuráte, sacá fibra. Ahí íbamos las dos asoleadas y cuando llegábamos al lugar resultaba que las contrincantes al verme sabían que lo que menos iba a haber era trancazos, me quedaba entonces de moderadora, una a una explicando sus razones y al final ambas decidían terminar con el fulano o retarse a ver quién se quedaba con él en una competencia que no tenía fin, hasta que se les aparecía otro muñecón en el camino y los quema ranchos, se convertían en historia. Negra vos me caés mal. ¿Por qué? Porque en lugar de empuñar las manos y repartir parejo, andás de aguacata, yo no te llevo conmigo para que hagás amistades sino para que repartás parejo, es el colmo que hasta quedés con mis rivales de ir a tomar atol a donde la doña que vende pupusas de chicharrón. Yo ya te dije que por hombres no me voy a andar sonando el ayote, si querés te venís conmigo y compramos dobladas de loroco también.
Siempre fue la femenina de las dos, es de esas mujeres que destilan sensualidad, coqueta como ella sola, con una sola mirada hace que los hombres se rindan a sus pues y cuando la escuchan hablar prácticamente que le proponen matrimonio. Negra y si te ponés esta falda ajustada, te la presto y estos tacones. No gracias, me quiebro las patas. Cuando caminábamos sobre el bulevar central de la colonia y aparecía un autobús, la dejaba hablando sola y corría como loca para guindarme de la parrilla, y ella se tapaba la cara y decía, ¡yo no la conozco, yo no la conozco! ¡Bien me conocés, soy tu café y sos vos mi leche! Gritaba yo encaramada en la parrilla. La esperaba al final del bulevar en la entrada de la aldea La Selva, al rato aparecía con sus once ovejas. Me encantaba correr atrás de los buses y subirme en la parrilla, así anduviera con novios o soques, los dejaba hablando solos y me iba atrás del bus, los enclenques por más que corrían no lograban realizar mi hazaña, aquella se reía a carcajadas y se quedaba doblaba sentada en la orilla de la acera. Negra si seguís haciendo esas cosas no vas a encontrar marido, los intimidás, mirá los pobres cipotes con tal de no quedar mal intentan también subirse a la parrilla pero los pobres ni estando éste estacionado lo logran. Y así fue, ni uno solo de mis novios y agarres pudo lograr correr atrás del bus y subirse en la parrilla, al pedalazo.
Vernos juntas era disfrutar de dos mundos totalmente distintos, mientras ella le hacía ojitos a los patojos yo jugaba trompo con ellos, o cincos, o carteritas. Ella era de que: Negra ya nos vamos. Peráte que me falta sacar ese último trompo a los calazos. Pero es que se los vas a quebrar. De eso se trata, se quiebra o sale. Negra, no se te ocurra hacer levantazón (de cincos) porque aquí no hay para dónde correr. ¿Lista? ¡Levantazón! Y agarraba todos los cincos que estaban en el triángulo y zampaba la carrera y la Leche atrás mío, con el alma en un hilo. Por tu culpa fulano ya no quiere verme porque dice que te llevaste su tira, que no sé qué es eso pero está enojado hasta conmigo, y lo peor es que tanto que me gustaba el condenado. La tira es el cinco favorito para lanzar, pero él también ya hizo levantazón la vez pasada y se llevó mi gotita favorita.
Negra dice mengano que le gustás. Decíle que no sea ananado y que me lo diga él. Pero es que vos lo intimidás. Si lo intimido entonces no sirve para nada. Pero es que necesita una ayudadita el patojo. Qué ayudaditas ni qué ni mierda, o viene él a decirme o que se vaya a ver si ya puso huevos la cocha. En cambio aquella sí sabía perfectamente los gajes del oficio, yo siempre fui tosca y directa. A la aquella le gustaba que los patojos le bajaran el cielo y las estrellas y que le dedicaran canciones y que se robaran rosas del jardín de la casa del pastor en una muestra de valentía. Conmigo era de que si va a haber trinque es tronando y lloviendo, qué florecitas ni qué ni mierda.
Negra, ¿en dónde andabas que te estábamos esperando con zutano (el novio de turno? Trincándome con fulano. Ay, vos, pero no me lo digás así. ¿Cómo querés que te lo diga pues, que andábamos contando estrellas? Se supone que venimos en parejas. Sí pero para estarle viendo la cara a ustedes dos me quedo en mi casa. Nunca serví para andar aplanando calles tomada de la mano. Me desesperaba, y peor cuando les daba por andar de melosos, sentía que me asfixiaba. Aquella sí, parecía tórtola, levitaba en los brazos de su enamorado de turno.
Llegó el punto en que ella tenía que darles una leve explicación de cómo era mi modo para que ellos no salieran corriendo cuando intentaran agarrarme una mano y yo le respondiera con un beso de trapeador. Negra que dicen los muchachos que si vamos a comer un helado. A mí no me gustan los helados. Ya sé cleta pero vamos. Vamos pero si pasamos jugando una chamusca a la cancha y me llevo la pelota. Pero yo no sé jugar fútbol. Ya sé cleta pero vamos. Vaya, vamos pues.
Ella tuvo sopotocientos novios y yo un poquito menos, porque no fui de novios sino de trinques. Sus relaciones siempre fueron normales y las mías alocadas, los pobres pasaban queja y queja con ella. Y ella tratando de explicarles que yo no era normal.
Hasta que un día me hice novia de su tío menor que ella, hermano de su papá. Le brotaron los celos. Negra como ya te conozco, de una vez te digo que si no vas a tomar en serio a mi tío mejor decíle que no porque anda bien entusiasmado con vos.
Yo estudiaba en la misma sección con su tío, se sentaba atrás de mí, me ayudaba con las tareas de inglés, y yo a él con las de artes industriales, él con matemáticas y yo con español. Estudiaba en la capital y las vacaciones se las iba a pasar a Chiquimula, a su pueblo. Cada inicio de ciclo escolar regresaba más alto, en tercero básico se dio una estirada de aquellas que el pantalón le quedaba brinca charcos.
Un día se puso un espejo en el zapato y cuando me levanté para llevar mi cuaderno de caligrafía al profesor, estiró el pie y quiso verme la ropa interior, el reflejo del sol que entraba por la ventana justo dio en el espejo y pude darme cuenta, me pegué la medio vuelta y le propiné una trompada de aquellas que son para el recuerdo. Me levanté el jumper del uniforme y le dije, el calzón me quería ver me hubiera preguntado. Le enseñé mi lycra, siempre anduve con lycra porque todos los días me peleaba con los patojos y el ruedo del uniforme terminaba deshilado.
El profesor me preguntó que había pasado y le dije que lo que pasa es que fulano quería verme el calzón y por eso lo trompeé. Bueno estuvo, dijo el profesor.
Me retó a las trompadas a la salida, los patojos del colegio nos hicieron rueda y la maestra guía corrió a tratar de evitar la masacre, pero no pudo porque cuando llegó el susodicho ya me había declarado su amor ahí frente al colegio entero, ahí mismo le dije que sí, (para que hacerme del rogar) y nos dimos sopotocientos besos de trapeador. Nuestro noviazgo fue épico en Ciudad Peronia y medio mundo quería que nos casáramos. Incluida mi amiga del alma. Fue mi primer novio y de los pocos que me aguantó el trote. La gente ya me hacía con hijos negritos con ojos verdes igual que el papá. O rubios como el papá y cabello murusho como la mamá.
Quería ir a pedir permiso a mi casa y le dije que no. Pero es que soy hombre cabal y quiero hablar con sus papás. Ya sé que es hombre cabal pero yo no quiero que hable con ellos y punto, la cosa es entre usted y yo y no necesitamos tecomates. Avisé a mis papás que lo miraban como el partido perfecto para mí: de oriente, blanco, ojos verdes, de buena familia y aplicado en los estudios. Celoso como él solo y para hombres celosos sí que paso. A las seis de la mañana me iba a ver cuando yo estaba barriendo el patio, ordeñando las cabras o limpiando el chiquero de los coches. Agarre la escoba y ayúdeme a barrer eso haga, yo para mientras ordeño las cabritas. Era a única hora del día o en la mera noche, porque entre vender helados, ir a estudiar y el oficio de la casa tiempo para novios era inexistente. A veces llegaba al mercado y parecía Magdaleno, lo mandaba a su casa porque me espantaba la clientela. Un día terminó, porque así es, también lo hermoso se acaba y queda para anidarse en los recuerdos.
Tantas andanzas que tuvo la adolescencia del Café con Leche, que recordarlas es volver a vivirlas con la misma intensidad con la que nos peleábamos cuando se trataba de ir a saldar cuentas con las patojas de la colonia. Negra, de una vez te digo que no quiero que hagás llorar a fulano porque es un patojo muy tierno y ya sé que sos el demonio. Puta, qué le haga, quiere que le diga que lo quiero y si no lo quiero no se lo voy a decir, una cosa es trincarse y otra querer, pero él no entiende. Sí Negra pero hay que decirlo con modo, ¿no podés intentar ser gente vos? A mi pobre amiga le tocaba pedir disculpas en nombre mío porque de dulce y melosa nunca tuve nada. Solo con ella, que es mi hermanita de leche. Locura de mi corazón.
Rápido pasa el tiempo, los recuerdos se empolvan, las memorias algunas se olvidan. Cuánto quisiéramos volver a encontrarnos con personas que marcaron nuestras vidas, con las que nunca volverán porque ya no pertenecen al mundo terrenal. Por eso hay que aprovechar cada instante, vivirlo con intensidad para no llorar después el tiempo perdido y no añorar el hubiera.
Me pregunto si algún día se dará el reencuentro con el que mi amiga soñó, si podremos nuevamente abrazarnos y reír y pelear y dormir juntas y cenar frijoles volteados con plátanos fritos, como en antaño. Si podremos vernos nuevamente a los ojos y sentir nuestros corazones reventar en felicidad. Para mientras existen sus sueños y mis letras, que son la pócima que nos permite acariciar nostalgias y desaparecer distancias.
Para:Rebeca. Con el amor de siempre.
Ilka Oliva Corado.
Julio 18 de 2014.
Estados Unidos.

4 comentarios

  1. Me encanta como acaricias nostalgias y cortás distancias!

  2. Pingback: Acortar distancias (Crónicas de una inquilina) por Ilka Oliva Corado - Resumen Latinoamericano

  3. Hola Ilka, un cariñoso saludo y los buenos dias, te digo: ¡Buenos dias! porque tu relato comienza con el mensaje por celular de Rebeca, tu amiga del alma. Del sabor y olor del café, los frijoles volveados y plátanos fritos. Solo falto la crema, el queso fresco o seco y el pan francés o tortillas tostadas. ¡Buen Provecho!

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