Post frontera. (XXXIV)

Transición: idioma inglés. (III)
Mi hermana conocía a varias guatemaltecas que trabajaban en el mismo sector donde ella limpiaba casas, algunas eran sus amigas y en una de esas conversando con una de ellas ésta le comentó que quería irse de casa de su prima donde alquilaba una habitación, mi hermana le dijo que también quería alquilar un apartamento pero que como yo no trabajaba y tenía la responsabilidad de las remesas era algo que tenía que esperar, pero el plazo de tres meses que habíamos acordado con la señora rusa estaba por vencerse y teníamos que movernos de lugar, acordaron que pagarían la renta entre ambas mientras yo conseguía trabajo.
Así fue como a principios del 2004 nos pasamos a vivir a un apartamento de dos habitaciones, una que tomó ella y la otra que compartíamos mi hermana y yo, a pesar de ser tres mujeres redondeando la misma edad, del mismo país y de la misma raíz porque resultó ser de Jutiapa, fue difícil acoplarnos, entre que los problemas entre mi hermana y yo y la voz de mando de ellas dos, el apartamento era un caos en momentos y en otros la paz.
Bueno muchá, -dijo ella- bienvenidas a la vida estadounidense, – ya llevaba cinco años aquí- aquí así toca, acomodarnos como podamos porque el trabajo no da para tener el lujo de rentar un apartamento uno solito. Y sí. Fijamos normas y destinamos lugares para los zapatos de verano e invierno. Repartimos los espacios en el refrigerador, el de ella aparte y el de nosotras compartido. Compraron platos, cubiertos y cosas de cocina. Yo como estaba de mantenida porque no había conseguido trabajo, solo me azareaba. Qué incómodo fue ese tiempo para mí porque toda mi vida me había comprado todo con mi trabajo y de pronto llegar a este país y depender de mi hermana y con el historial de enfado que yo tenía en el corazón, me sentía una completa inútil y aprovechada.
Como la jutiapaneca no tenía carro se iba en el de mi hermana y ella la pasaba dejando y recogiendo al trabajo, después me iban a traer y nos íbamos todas al gimnasio pero ellas a hacer ejercicio y yo a ver porque recién llegada renuncié a hacer lo que más amaba, a fuerzas me llevaron la primera navidad a casa de su prima donde se iba a reunir toda la familia, y como alquilábamos en el mismo apartamento nos hizo parte del clan, íbamos pues como primas también.
Aquella noche subió el batallón al apartamento, se escuchan los tacones martillando las escaleras, entraron abrieron la puerta de la habitación y entre todas me levantaron en vilo y me metieron a la fuerza al carro, ya iban trajeadas para la celebración, la muchacha que rentaba con nosotras las llamó por teléfono para decirles que yo no quería ir, y aquellas se dejaron venir en parvada, chineadita me hicieron. Yo no quería salir ni hablar con nadie, aquella navidad es memorable, fue la primera en este país y viví mi nostalgia y la de aquel bacanal que ya llevaba años aquí y que después de la tercera cerveza comenzaron a desenredar las cuitas llegadas de otros tiempos y latitudes.
Salúd por Guatemala, dijeron después del abrazo de la media noche. Salúd por la familia que se quedó. Los teléfonos sonaban, la familia que se quedó llamaba para desear feliz navidad. Comenzó la lloradera a eso de las dos de la madrugada, hasta el más agringado lloró por su país y por los que se quedaron. Por la desgracia de estar lejos y por la fortuna de poder fanfarronear cada vez que iban de vacaciones en verano, eso quienes tenían documentos y quienes no, lloraban por lo mala entraña de los que iban y no traían ni los saludos contimás una libra de café de máiz, como “un recuerdo de Guatemala.”
Así del pelo también me llevaron -ella y mi hermana- a inscribirme a la escuela de adultos, para aprender inglés. Fue en la primavera del 2004, mi hermana iba en solidaridad con nosotras porque ese nivel de inglés ya lo había pasado en Guatemala, pero dijo que era bueno refrescar la memoria, la paisana no tuvo la oportunidad de terminar la escuela primaria en su aldea y emigró apenas sabiendo leer y escribir, quería estudiar aquí la primaria y los básicos en español para después estudiar inglés, pero al final estudió inglés y dejó lo de la primaria y los básicos para después.
Salíamos del trabajo y llegábamos a bañarnos y a comer algo a las carreras para salir despepitadas a la escuela, las clases comenzaban a las 5:30 y terminaban a las 9:00, dos días por semana. Recuerdo cuando me hice el examen de admisión la maestra me dijo que qué andaba haciendo en Estados Unidos con el nivel de escolaridad que tenía, porque este país era solo para la gente que de verdad es analfabeta y se está muriendo de hambre en sus países, me remató diciéndome: “regrésese inmediatamente aquí no hay futuro para usted, su futuro está en su país, allá puede hacer más.”
Ciertamente empecé en el nivel uno que era para principiantes y yo era la única que tenía educación superior, el resto no había terminado ni segundo primaria en sus países de origen. Lo que me dolió esa realidad, el primer día de clases me fui al baño a tratar de deshacer el nudo de sal que se había formado cuando vi a aquellos campesinos que nunca habían estado en una ciudad, hasta que llegaron a este país. El porcentaje alto de mexicanos uno se lo encuentra en todos lados, son la mayoría de la minoría. Muchos recién llegados y otros que ya llevaban varios años en el país. Dolorosamente la mayoría era hombres, mientras ellos estudiaban las esposas o compañeras se quedaban en casa cuidando a los hijos. Las mujeres que estaban en el salón eran solteras y divorciadas, rarísimo de encontrar una casada.
Entre el puño también encontré gente de arrabal, nos distinguimos a leguas y sin importar el país nos comunicamos en un lenguaje solo conocido por nosotros. Qué sensación aquella de ver gente de periferia en la misma situación. Efectivamente como dijo la maestra que me hizo el examen de admisión aquí solo llega la gente que se está muriendo de hambre, a la que el Sistema de su país no le brindó una sola herramienta para progresar, aquí llega la gente que busca partirse la espalda de igual manera en que lo hacía en su país pero ganando en dólares, de los millones de inmigrantes que entran todos los días a Estados Unidos, la población más golpeada es la latinoamericana, la menos preparada –hablando en términos de escolaridad- la que trae deudas a cuestas y la responsabilidad de lidiar con Tatas, hermanos, conyugues, hijos y si se duerme, la familia completa, amigos y vecinos.
Cosa distinta sucede con los que emigran de otros continentes, de entrada los europeos y asiáticos cuando se hacen el examen de admisión en la escuela para adultos, mínimo comienzan en el nivel 7, que es un salto para iniciar los estudios de TOEFL, por sus siglas en ingles (Examen de Inglés como Lengua Extranjera), los africanos llegan rezagados pero mucho más adelantados que nosotros los latinos. En los salones de clase se ve el desequilibrio, ellos en cinco semanas ya pasaron el nivel mientras que nosotros nos estamos las doce semanas y todavía repetimos dos o tres veces antes de subir al siguiente. Nos toma un año subir de nivel mientras que a ellos dos meses. La mayoría que entra en nivel de principiante ya trae el inglés básico, mientras que nosotros no sabemos ni decir hola. Efectivamente comenzamos de cero. ¿Si no hemos tenido acceso a la escuela primaria ni a los básicos, cómo es posible entender la gramática del inglés? Imposible. Pronombres, verbos, tiempos…
Notoria es también la situación económica de los emigrados de otros continentes y la de los latinos, los asiáticos y europeos llegan y a inscribirse a la escuela de inglés sin importar el horario, porque lo importante es aprender el idioma y después trabajar, cuentan con algún familiar o amigo que los apoya, no traen la enorme deuda –ancestral- de los latinos que obligados lo primero es el trabajo y después si queda tiempo o se hace un esfuerzo sobrehumano, se estudia el idioma.
El horario nocturno está lleno de latinos y africanos, el matutino y vespertino de asiáticos y europeos. ¿Qué latino tiene tiempo para ir a estudiar de 8 de la mañana a doce del medio día?
Nos inscribimos entre semana en una escuela que está cerca de donde vivimos y los sábados lo hicimos en un colegio comunitario que está en otra ciudad, queríamos aprovechar y avanzar lo más posible. Digo queríamos porque ésa era la pensada pero yo me quedé atrás, porque tan cansada que llegaba del trabajo, con sueño por no haber dormido durante la noche, la falta de interés porque me negaba a aprender el idioma y la nube de tormentos que tenía en la cabeza que hacía de mis emociones una constante ansiedad, a dormirme iba a la escuela, hasta la baba se me caía y cuando venía a sentir más de algún compañero me estaba moviendo la cabeza para que despertara y la maestra no me llamara la atención.
Trabajábamos a base de fotocopias y dependiendo el trabajo que teníamos así era como nos dividían en grupos: niñeras, jardineros, albañiles, cocineros, limpiadoras de casa, Etc. Y todo el programa iba en base a las palabras que se utilizan en ese trabajo, niñera: niño, pañal, pantalón, playera, zapatos, leche, televisión, silla de carro, escuela. Jardinero: grama, flores, manguera, chorro, agua… Y así. Luego una sección de preguntas, dependiendo el trabajo. ¿En dónde está el sartén? ¿Ya está picada la verdura? ¿En dónde está la aspiradora? ¿Es éste el plumero que necesita? ¿En dónde encuentro el cloro? Cuestiones básicas y que tenían que ver con el trabajo que hacíamos.
Fueron tres años en los que no aprendí nada, porque entre que el alcohol, los desvelos, el trabajo y mi negación al idioma, solo a llenarme de nostalgia iba, más cuando asistía a las clases de los sábados porque las instalaciones del colegio comunitario son prácticamente las de una universidad con lo que yo regresaba a los salones y a los pasillos de la universidad de mis amores, y me reprochaba no haber terminado la carrera, a eso iba nada más, a insultarme, a sentarme en el pupitre y a añorar lo que había dejado atrás, a castigarme por no haber cumplido la promesa de egresar de la universidad. Instantáneamente me embargaba la alegría cuando visitaba la biblioteca, el olor a libros, los jardines que me recordaban el campus central de la Universidad de San Carlos de Guatemala, agridulce fue el sentir, de la amargura a al entusiasmo para caer nuevamente en la nostalgia ocre que no me dejó ni a sol ni a sombra en aquellos años.
Mi hermana avanzó de nivel, la jutiapaneca también y yo me quedé siempre de principiante. Viendo desfilar en el salón a personas de distintas nacionalidades, rusos, marroquíes, libaneses, chinos, bosnios, yugoslavos, nepalíes, hindús, iraquíes, y Latinoamérica entera. Hice amistades con la mayoría de ellos, compartíamos en la cafetería o a la hora de salida, siempre mi interés por saber de sus culturas, y me encantaba aprender por lo menos el saludo en sus idiomas maternos, también los vi desfilar y subir de nivel, mientras yo pasaba los meses y los años sentada en el mismo pupitre y con la misma ansiedad…
Por más que mi hermana y la jutiapaneca hicieron para que yo me animara y aprendiera el idioma no fue posible, porque no les correspondía a ellas tomar la decisión de abrir la puerta, era a mí y lo hice cuando ya se habían dado por vencidas, fue en mí tiempo y cuando finalmente acepté que sin el inglés iba a permanecer dentro de mi propia cárcel. ¿Cuál fue mi técnica si lo de la escuela había fracasado? Escarbé buscando entre lo que amaba y se había ido o había abandonado. Regresé a la adolescencia y al tapial de la casa en Ciudad Peronia, ahí encontré la ambrosía en una de las tantas tardes en las que mis sentidos se extasiaron entre la lectura y las montañas verde botella.
Continúa.
Ilka Oliva Corado.
Junio 26 de 2014.
Estados Unidos.

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