Post frontera. (XXV)

País de llegada: remesas. (V)
Con el accidente mi padre perdió parte de la memoria, también su motricidad, coordinación, afectadas de por vida las áreas Wernicke y Broca. Con esto la poca ayuda que daba con su salario se convirtió en nula, además que no podía trabajar, necesitaba terapias, medicina carísima que con mi sueldo completo alcanzaba solo para proveerla durante una semana, y era tratamiento de años. Con el dinero que les dieron por la que fue nuestra casa en Ciudad Peronia engancharon un tráiler y se debía pagar puntual cada mensualidad. Hicimos un reajuste y el salario de mi hermana se utilizaba para pagar el alquiler de la casa y el colegio de los cumes. El mío para la medicina de mi papá. Agua se nos hacía el dinero.
Yo estaba tan enojada porque toda su vida se malgastó el dinero invitando a gente ajena a tragos, burdeles, peleas de gallos y debido a su accidente y sin un len ahorrado, nos ponía a la familia en una situación tan precaria que ya de por sí.
Yo estaba enojada con mi padre porque recién nos había hecho una trastada a toda la familia, trabajando en un camión en las montañas de Petén junto a un primo de mi mamá, ambos habían dejado de enviar para la comida, teníamos tres meses sin saber de ellos, hasta que una señora de un restaurante a donde ellos iban a comer llamó a mi mamá por teléfono, hizo magia para conseguir el número, y le dijo que ambos estaban comprometidos en casamiento con dos adolescentes de la aldea y que la bodas estaban a solo días de ser realizadas, la novia de mi papá tenía por ahí de 19 años (casi mi edad) y la del primo era menor de edad. Habían dicho que eran solteros y que ninguno tenía hijos. Mientras que la esposa del primo de mi mamá estaba refundida en una aldea de Jalpatagua con su marimbita de hijos, esperando que el descarado enviara para la comida y ni enterada de la perversidad de esposo que tenía. Y nosotros tampoco del nefasto Tata y del argeñado esposo que tenía mi mamá.
Mi hermana mayor y mi mamá hicieron acto de presencia en la aldea y llevaron actas de nacimiento, acta matrimonial y así les hicieron ver a las entristecidas novias que se quedarían vestidas y alborotadas porque los rabos verdes ya tenían responsabilidades. Yo quería ir pero mi mamá decidió que me quedara porque no quería que terminara en la cárcel. Desde ese día cambió para siempre la relación entre mi papá y yo, me sentí traicionada y desvalorizada como hija, y la traición que le hizo a mi madre la sentimos todos los hijos como propia. Soy la hija más parecida a él en todo, la que fue más cercana, la que le heredó la pasión por el futbol y el ciclismo, la única que puede silbar como él, el amor a las letras y a las manualidades e inconfundiblemente el alma montuna, y soy también la única hija que levantó una muralla de silencio que ni la nostalgia ha podido con ella. Los hijos se deben de respetar, punto.
Llegó pues el accidente de mi padre. Y no le dio tiempo de amarrarse los pantalones y ser por primera vez en su vida el proveedor responsable. La venia no me permitió encararlo y sacar todo mi frustración, porque cuando estaba decidida a hacerlo resultó que un accidente no me lo permitió.
De sus incontables amigos ( a los que les llenó el buche y los invitó a bares) ninguno se apareció y mucho menos prestar dinero para la medicina. Y varios de ellos eran los famosos adinerados que tenían casas vacaciones fuera del país.
Yo lo miraba en la cama postrado y mientras el resto de la familia le agradecía a Dios que estuviera a vivo, yo le decía: pensaste que esto nunca iba a pasar y mirá, ¿cuál de tus amigos ha venido a verte? ¿De tus compañeros traileros? ¿De tus amigos adinerados? Ninguno, te dejaron solo. No entendía lo que yo le decía porque su estado de salud no se lo permitía.
Por más que intentamos las deudas nos sobrepasaron, y mi hermana se vio forzada a emigrar, ya tenía visa y dos meses después del accidente emigró. Toda la familia la fue a dejar al aeropuerto, se iba la Nana y Tata de todos: tías, abuelos, primos, padres, de todos. A ella sí la obligó a emigrar la necesidad de enviar urgentemente las remesas, para los gastos de medicina de mi papá. Yo me vi obligada a dejar la universidad ese año y trabajar en el arbitraje en donde consiguiera juegos entre semana. Recuerdo que pregunté a algunos árbitros internacionales que estaban encargados de ligas y ninguno me quiso ayudar, pusieron los eternos pretextos cuando no creen en la capacidad de una mujer -pero sí se mueren porque ésta abra las piernas- se acercaron dos árbitros de Amatitlán que entre semana eran albañiles, y me dijeron que supieron lo que le había pasado a mi papá (salió en las noticias lo de su accidente) y que ellos estaban a cargo de unas ligas en Amatitlán y que con gusto me darían la mayor cantidad de juegos posibles para que me ayudara.
Y así lo hicieron, cuando no me tocaba entreno con el grupo arbitral me iba a dirigir unos juegos a Amatitlán, pero tampoco fue suficiente mi esfuerzo para mi madre, en nada se comparaba mi aporte con las remesas que enviaba mi hermana, pero mi hermana tampoco nunca fue capaz de contar en qué trabajaba, cómo vivía, dónde dormía, todo para que allá pensaran que estaba bien, porque no quería agobiar a mi mamá: mal hecho.
Cuando mi hermana se fue la situación entre mi mamá y yo se complicó tanto, antes era mi hermana la intermediaria pero solas nos tocaba cada encontronazo y como siempre yo terminaba siendo la perra mal habida. Nada de lo que hacía le parecía, ni mi esfuerzo de haber dejado la universidad, ni darle todo el dinero. Para mientras yo hablaba con mi hermana por teléfono y le decía cómo estaban las cosas en la casa, pero la palabra que valía era la de mi mamá. Como siempre.
Nunca supe el monto de las remesas porque era secreto de estado entre ellas dos. Pero sí ayudó mucho con lo de la medicina de mi papá. Postrado mi papá en una cama escuchaba a mi mamá maldecir su suerte, porque no solo había tenido un esposo tan mujeriego y fanfarrón sino que en ese estado le tocaba cuidarlo a ella, ¡qué castigo! Mi mamá recordaba cada vez que lo miraba que, cuando ella nos parió él ni se asomó, cuando mi hermana mayor nació ni la fue a recoger al hospital sino que a los días las vio, cuando yo nací al mes la fue a ver, nunca le llevó ni siquiera un vaso de agua, ¿por qué tenía que cuidarlo ella entonces? Y razón tenía.
Algunos maestros de la universidad me llevaban de vez en cuando para insistirme que por favor no dejara de estudiar y que el siguiente año esperaban verme, y sí regresé el siguiente año, en el 2003 pero tampoco lo terminé porque emigré. Lo que me dolió dejar la universidad, ése fue un martirio de varios años en Estados Unidos.
Para cuando emigré la situación médica de mi padre ya había mejorado mucho, por supuesto que habían cuestiones irreversibles y pesan para una persona normal pero mucho más para un jactancioso y sobre todo si se cree que es un toro de lidia. El no trabajó durante los dos años siguientes mientras se recuperaba. Entonces la obligación de las remesas era la responsabilidad de mantener la casa, sus gastos médicos, incluidas sus terapias, y el estudio de los cumes. Con mi mísero salario de recién llegada que no hablaba inglés y que tampoco tenía documentos, me encargué de la escuela de los patojos y aparte enviar para los gastos de la casa, mi hermana enviaba para la medicina y otras cosas. Y cae lo de la manipulación porque debido al estado de mi papá, cualquier cosita era una llamada de vida o muerte para que enviáramos más dinero porque tal cosa pasó y es urgente comprarla, los exámenes, la cita con el doctor…
Continúa.
Ilka Oliva Corado.
Junio 10 de 2014.
Estados Unidos.

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