Post frontera. (XXIII)

País de llegada: remesas. (III)

Otro factor importante que arremete contra el estira y encoge de las remesas es que el emigrado indocumentado se siente culpable por ser en parte el causante de que la familia no esté completa. Aqueja mucho a los padres que dejan a los hijos con sus cónyuges o a cargo de familiares. Es un peso que los abate, una desolación y una tristeza tan profunda que los hace pensar que cumpliéndoles cualquier antojo están llenando los vacíos que han dejado sus ausencias.
Entre el desconcierto de lo desconocido también hay cierta dosis de fascinación y es que enviando las remesas, en el país de origen logran comprar cosas materiales que ni en toda una vida de trabajo hubieran logrado. Es así como las personas se aglomeran en los trabajos donde los explotan el doble por ser recién llegados, por el desconocimiento del lugar, del sistema y la necesidad urgente de tapar los agujeros como goteras que han dejado en el país: préstamos bancarios, deudas familiares, gastos de manutención, gastos de medicina…
El sacrificio está en todo momento en la mayoría de quien emprende la migración forzada, el único cometido es enviar dinero para que los suyos estén bien y puedan tener acceso a las oportunidades de desarrollo, pero no termina ahí porque la culpa crece, porque el vacío se vuelve un abismo, porque todo se complica cuando el que se quedó comienza a manipular. ¡Desgracia, amigo! Diría mi abuelo Lilo.
¿Cómo es la dinámica de las remesas? Por ser los latinoamericanos tan unidos a la familia, lo tengo comprobado en este país de multiculturas, los más apegados a la familia somos los latinos, por tener esa peculiaridad también somos los más chantajeados, porque el corazón de pollo no nos deja reaccionar a tiempo.
Somos quienes más enviamos prácticamente el salario completo. En el país de llegada me sucedió así, repartir el dinero entre la deuda de travesía, gastos del día a día y las remesas, en ocasiones diez dólares me sobraran, por decir que me sobraban y me los gastaba en tarjetas telefónicas porque mi cuerpo estaba aquí pero todo mi amor y mis pensamientos habitaban en Guatemala, fueron largos años viviendo así, algo insoportable y desgastante. Escuchar la voz de mi amigos en Guatemala era como un remanso, como el agua que calmaba mi sed, me ponían al día de cómo iban sus vidas, y cuando me tocaba hablar les decía la verdad de lo que estaba viviendo aquí, me decían ¡Regresáte Negra, aquí comemos aunque sea tortilla con sal! No le tenía miedo a las tortillas con sal pero sí quería demostrarle a mi mamá que no iba a regresar fracasada.
En ese tiempo para mí el significado de fracaso era llegar sin ni un len. ¡Qué pensamiento tan retrogrado! Me estaba muriendo de añoranza por mi país pero a la vez no quería bajar la cabeza y retornar miserable como emigré. Hoy mi pensamiento es otro, y sigo sin ni un len, que al final de cuentas es lo de menos. ¿El fracaso? No existe, realmente he aprendido a verlo como un escalón más por subir, una caída de la que hay que levantarse y que entre más uno se caiga más se de fortifican los músculos, se coordinan mejor los movimientos…
El asunto de las remesas desató grandes conflictos entre mi hermana y yo. Yo exigía que mi padres se hicieran cargo por lo menos de los últimos años de estudio de sus dos hijos pequeños. Nuestra pobreza por decirlo de alguna manera pudo no ser tan mala si mi padre en lugar de andar de fanfarrón invitando a sus amigos a comer y a beber hubiera pensado en que tenía cuatro hijos ( con mi mamá porque el descarado tiene 8 hijos fuera del matrimonio y a todos los niega). El típico piloto de tráiler que llega a un área de descanso para conductores de transporte pesado y se para en la puerta del restaurante y dice: ¡llegó menganito, yo invito los almuerzos y las cervezas! Pues todos felices porque don fanfarrón se gastaba el sueldo llenándoles el buche.
Mi papá siempre ha aparentado ser otra persona, mal de familia y de sociedad, no es el único y no lo lapido tampoco, solo estoy exponiendo la realidad de mi familia que es la de miles. Bueno, el hombre siempre fue piloto de cabezal y decía que él era el dueño, sus amigos le seguían la corriente y más lo ensalzaban y como dueño de cabezal le tocaba fingir tener más dinero que los otros y aquellos bien gracias aprovechaban la tontera de mi padre y lo dejaban hasta pidiendo fiadas las botellas de licor. ¿Y sus hijos? Bien gracias, las dos mayores vendían helados y su esposa vendía leña, de ahí que sacaran para comer.
¿Cuántos hombres hay así? Puños, no los convierte en desgraciados, es que así crecieron y es lo normal para ellos, lo anormal es lo que estoy haciendo yo, sacando los trapitos al sol y arreando con todos parejo, pidiendo que esta realidad cambie, que sea un trabajo de todos, sin andar en fumadas de machismos ni feminismos, sin etiquetarnos. Viéndonos con equidad sin ningún género que sea división de la raza humana.
Nosotras con mi hermana mayor nos encargamos de cambiar los patrones de crianza en la casa, con los cumes no dejamos que sucediera lo que con nosotras, no hay divisiones entre ellos, son uña y mugre. Y zapatos nuevos se compraban para el varón también para la mujer, una playera usada para él, otra para usada para ella, un dulce para cada uno, una chamarra para él y chamarra para ella. Las tareas repartidas por igual, ninguno creció con privilegios ante el otro. Al varón no le valió tener coyoles para crecer machista , igual lavaba trastos, torteaba, hacía limpieza en la casa y yo lo mandaba a comprarme las toallas sanitarias a la tienda. Mi mamá pegaba el grito en el cielo y más mi papá pero en eso – y me enorgullece tanto- mi hermana y yo pusimos el pecho y no dejamos que ningún patrón de crianza mal habido, les hiciera pozoles la infancia, por lo menos en lo que nosotras como hermanas pudimos aportar. No todo se logra y no todo es perfecto.
Continúa.
Ilka Oliva Corado.
Junio 09 de 2014.
Estados Unidos.

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