Los Tigres del Norte, una voz.

Cuando vivía en Guatemala siempre pensé que para una persona indocumentada presenciar un concierto de Los Tigres del Norte, en territorio estadounidense debía ser algo explosivo, algo así como un golpe certero en el centro del corazón. ¿Qué sentirán los que viven al otro lado? Me preguntaba constantemente cuando escuchaba Tres Veces Mojado, La Jaula de Oro, De Paisano a Paisano, El Mojado Acaudalado, Pedro y Pablo.
Los Tigres del Norte son desde siempre mis consentidos, crecí escuchando su música prácticamente en cada casa de mi periferia y no digamos en mi natal Comapa, que era la música predilecta para los chiniques de la feria patronal, o en el salón comunal.
Aunque no soy de su generación pero gracias al gusto campirano de mis padres crecí escuchando la música de Los Cadetes de Linares, Ramón Ayala, don Antonio Aguilar, Chelo Silva, Las Jilguerillas, Cuco Sánchez, Cornelio Reyna, entre otros de esa camada. Música que escuchaban desde muy jóvenes cuando trabajaban cortando algodón en la finca La Pangola, en el sur guatemalteco. Cuenta mi mamá que entre todos juntaban para comprar baterías que le ponían a un radio Philips, y lo colgaban de uno de los horcones de la galera, sintonizaban entonces alguna emisora de música ranchera y entre canciones y suspiros le llegaba la madrugada a aquella percha de jornaleros que soñaba con salir de aquella realidad que también era una cárcel. Una cárcel que aun existe en el mundo entero, ¿para cuándo se terminará la explotación del peón?
Mismas canciones que yo escuché décadas después, en un radio similar, colocado sobre una piedra, entre los surcos, cuando trabajaba cortando fresas en la finca La Fresera, en San Lucas Sacatepéquez. Canciones que acompañaban a la parvada de niños, adolescentes y adultos que en los primeros años de la recién nacida Ciudad Peronia, se perdían entre las montañas verde botella que nos brindaban, agua pura de riachuelos y nacimientos, sombra, olor a pino blanco y a montarral y múltiples atajos para llegar a la Fresera y a la aldea Sorsoyá, donde estaba la finca La Aguacatera, donde también muchos trabajaron el jornal. En mi vida he probado aguacates tan deliciosos como aquellos.
Esa música ha estado desde siempre en mi vida, me sé de memoria las canciones y siguen causando los mismos estragos en mi ser porque la realidad aun no cambia para millones en el mundo entero. Porque cada vez que la escucho viajo en el tiempo, y de pronto la nostalgia coloca frente a mis ojos los surcos de algodón y de fresas, los cafetales, las meloneras, las hojas de tabaco a medio orear colgadas sobre tapescos, los peones cambiando el cauce de los ríos y convirtiéndolos en tomas de agua para regar las sandilleras del patrón adinerado. Y ahí en ese trajín hay un radio de baterías tocando las canciones hacen languidecer el corazón y que a la vez lo llenan de esperanza. ¡Loor a la música que escucha el jornalero! ¡Qué escuchamos los obreros! Insignificante y ruidosa para quien nunca ha sentido una astilla en las manos, y tiene refinado el deleite, pero es vida para quien se curte el lomo trabajando de sol a sol.
¿Qué sentirán los que viven en la jaula de oro? ¿Cuántas historias de Pedros y Pablos habrá en el camino de la migración y del retorno? ¿Existirá realmente un mojado acaudalo? Personalmente no creo que exista un solo mojado acaudalado, siempre se pierde más de lo que se gana, el dinero no es nada.
La música de Los Tigres del Norte nos hacía llorar en el arrabal, la bailábamos en los toques de la cuadra, y la sentíamos tanto cuando la juventud comenzó a emigrar, uno a uno se fueron yendo: mareros, huele pega, roba carros, putas, maquiladoras, amas de casa, madres solteras, padres primerizos, vendedores ambulantes, ayudantes de camioneta, aldeanos, invasores, emigrados del interior del país. Uno a uno, después de cinco en cinco, hasta que hoy en día emigran cientos, y cientos siguen llegando buscando en aquel arrabal, un techo dónde pasar los embistes del temporal perenne, del día a día en un país que no ofrece oportunidades de desarrollo.
En la década de los 90, Tres Veces Mojado la cantábamos a todo pulmón y bridábamos con cerveza, agua ardiente – y algunos con alcohol y agua oxigenada- por los que estaban del otro lado, para que les fuera bien, para que la ausencia y la distancia no les amargara el alma. La Jaula de Oro, hasta la pedíamos tres o cuatro veces en una noche, la cantaban las esposas que tenían a sus compañeros viviendo en Estados Unidos, también los hijos de padres emigrados, la cantábamos en coro e imaginábamos lo que podía ser la vida lejos del arrabal. ¿Qué vida podía existir lejos de aquella hermosa alcantarilla? No nos daba la imaginación ni el sentimiento, porque nuestra periferia aun en la pobreza era nuestra ilusión.
Nunca estuvo en mis planes ni siquiera en el tercer día de goma, salir de Guatemala para vivir en otro país, mucho menos irme de mojada, ni de loca que el destino fuera Estados Unidos. No quería viajar a ese país que se llevaba a mis amigos del alma, a los niños que recogían basura en los alrededores del mercado, a los que vendían licuados de frutas, a los que lustraban zapatos, ellos eran mis amigos y Estados Unidos se los llevó y nunca más los regresó al arrabal, muchos quedaron en el camino, los que llegaron algunos perdieron el alma, otros la voz, a otros los deportaron y más desgraciados regresaron, yo no quería viajar a un país que me transformara la vida así de esa manera. -Y aquí estoy, con mis once ovejas-.
Y cantábamos y bailábamos y bebíamos en nombre de la felicidad y la tristeza del arrabal, por la ausencia de los que nunca regresaron, por los deportados y por los que estaban ya arreglando maletas para emprender la travesía. Siempre los despedimos con un toque en la cuadra, licor, una limpia por la bruja de la periferia, una chilqueada con siete montes, y el abrazo esperanzado y agónico de quienes nos quedábamos esperando la notica de que habían logrado cruzar, para luego sentarnos en las gradas de la cantina Las Galaxias, a esperar el retorno de la legión. –A la que pertenezco hoy en día-.
Cuando se está en el país de origen y se ve emigrar a tantos seres queridos de los que regresan muy pocos, las canciones de Los Tigres del Norte son como las cartas que ellos envían contando la realidad que se vive al otro lado de la frontera. La letra de las canciones es clara, específica, cruda, real, dolorosa, elocuente, sincera. No hay otro grupo que pueda proyectar de tal manera la realidad que vivimos los indocumentados. Es que ellos emigraron también de indocumentados saben perfectamente qué se siente cruzar la frontera y vivir dentro de un país que obliga a tanto y que quita para jamás devolver, lo del mojado acaudalado es un ensueño porque aunque alguien regrese millonario a su país de origen, lo que este país le quitó en vida: energía, añoranza, pérdidas de seres queridos, rupturas familiares, jamás será compensado por dinero así sea la cantidad infinita.
Ha de ser porque uno de los autores principales de sus canciones es analfabeta y trabajó de jornalero en los campos de California, ha escrito desde su experiencia que es la millones, por eso las canciones llegan tanto al alma. Son Los Tigres del Norte, una voz al unísono de multitudes. Sus canciones no solo tratan de temas de migración sino de injusticias sociales. Letra muy básica pero que dice tanto.
Hace unas semanas estuvieron en esta ciudad, ofrecieron un concierto al que asistió el pueblo raso, los de botas y sombrero y camisas a cuadros y pantalón de lona. Los pueblerinos y aldeanos. Mexicanos y centroamericanos. En su mayoría indocumentados que trabajan en los mil oficios. Podía ver sus rostros cansados, muchos se fueron directamente saliendo del trabajo para el lugar donde sería el concierto, con todo y ropa de la fábrica, otros perdieron de ir a trabajar para vestirse con sus mejores galas, no era cualquier grupo, ¡eran Los Tigres del Norte! La mitad del concierto estaba a cargo de ellos y la otra de Joan Sebastian, que también llegó de indocumentada y trabajó en los mil oficios precisamente en esta ciudad.
Cuando los vi a parecer en el escenario los ojos se me llenaron de agua, estaban ahí mis adorados desde siempre, Los Tigres del Norte. En vivo, frente a mis narices y un mar de nostalgias me llenó de sal la garganta, por instantes mi mirada se perdió entre la multitud que los aplaudía, pensé entonces en mi arrabal y los bailes callejeros, en los que emigraron, en los que nunca regresaron, en las alfombras de pino sobre el tierrero y en las madres solteras, en los hijos que se quedaron, en los padres y su eterna espera, en los puños que se llevó la limpieza social, en las botellas de cerveza que pasábamos de boca en boca.
¿En dónde están? Pensé, quiero que estén aquí conmigo, vengan a mí, ¡vengan a mí, Memorias de mi Infancia! ¡Vengan a mí Los 16 Hombres de mi Vida! ¡Vení a mí, mi amada Ciudad Peronia! ¡Venía a mí, amada Comapa! Y de aquel recinto fueron desapareciendo las paredes, el techo y la multitud, para convertirse lentamente en una de las tantas calles de mi arrabal, y de los chiniques de mi pueblo natal, ahí junto a las bocinas, el pino, y el tropel de alcantarilla cantaron los incomparables Los Tigres del Norte, yo estaba en ese recinto estadounidense sino en mi arrabal en la década de los 90, junto a los amores de mi vida, en las polvaredas, en la calamidad económica, con toda la leche de la adolescencia y con todo el dolor que dejan en el alma quienes se van. Estaba en la feria patronal del terruño que me parió.
Bailando con los huele pega, las putas, los marimachos, los roba carros, los vendedores de mercado, los aldeanos y los mozos, ¡bailando con mi gente! Con la clase de donde vengo.
Siempre pensé que el día que escuchara a Los Tigres del Norte en concierto, en Estados Unidos se me detendría el corazón por la emoción que no podría controlar, porque escuchar y cantar La Jaula de Oro estando dentro de la misma tendría otra sensación, como también Tres Veces Mojado, sí pega fuerte para un indocumentado, pueblerino y de arrabal, para el jornalero, el de pies descalzos, el de los mil oficios y el por siempre marginado.
Pero ninguna explosión reventó mi corazón en mil pedazos cuando cantaron las indelebles, lo que sí es que el nudo de sal en la garganta se fue disolviendo poco a poco, entre la nostalgia de aquella década que marcó mi vida, entre las sonrisas de los enamorados que aprovechaban esa música para bailar más juntitos sobre la polvareda o bajo el aguacero.
Por el dolor de quienes se quedaron esperando noticias de los que nunca lograron cruzar la frontera, por la desilusión de los deportados, por la dicha de haber crecido callejera y montuna y haber tenido la oportunidad de nacer en un pueblo tan yermo que solo la bulla de la feria patronal hace que los aldeanos y los mozos encuentren en el baile un desahogo a tanta pena y miseria, es para el tiempo de la feria que indudablemente llegan los chiniques en los que las canciones de Los Tigres del Norte son lo primordial, los labriegos logran subir al pueblo y vestir su única mudada sin remiendo y usar zapatos que guardan para otra ocasión especial porque el resto del año andan descalzos. Y cantan y bailan alegrando el alma, tratando de hacerla olvidar por unos minutos la amargura de la marginación y la opresión. También ellos se han quedado esperando el regreso de quienes se fueron, esperando quizá que regrese tal y como lo dice la canción: el mojado acaudalado.
No es lo mismo escuchar a Los Tigres del Norte en territorio estadounidense, la bomba de tiempo jamás llega a explotar, porque el embrujo de la nostalgia con sus variados embelesos hace que los amores sinceros se vuelvan a reunir en un sitio donde no cabe racionalidad alguna, donde el presente es tan solo un instante, donde lo imperecedero hace de la memoria una acogedora estancia y de los recuerdos una grata compañía.
Antes me preguntaba, ¿qué será de los que se fueron? ¿Qué se sentirá vivir en la jaula de oro? ¿Ser tres veces mojado? Ahora que lo sé, creo que el mojado acaudalado no es el que se vuelve adinerado, sino el que logra mantener intactos los recuerdos del lugar que lo vio nacer y crecer y con esto no perder el rumbo en un país tan trivial.
Para: los mojados acaudalados que dignifican el terruño que los parió. Para los que no lograron llegar a la jaula de oro. Para los que se quedaron esperando el regreso y para quienes encuentran en las canciones de mis adorados Los Tigres del Norte, una denuncia social, sosiego, comprensión y voz. Para quienes como yo, regresan al lugar de sus amores donde la agobiada vida siempre buscó la sombra de un pino blanco para descansar.
Ilka Oliva Corado.
Junio 07 de 2014.
Estados Unidos.

5 comentarios

  1. Plasmaste a la perfección mis sentimientos! Qué bello relato!

  2. La realidad de ayer y hoy, lo valioso que rescatas es que las personas no pierdan su esencia, su origen, sus valores humanos, sueño con el día que no haya que emigrar por necesidad extrema sino por puro gusto

  3. Profundamente hermoso.Gracias Lika;vos sos de las de siempre!!!!!!!!!

  4. Ilka linda: Un texto escrito con el alma en hilo. Un beso, Chentof

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