Post frontera. (XXI)

País de llegada: remesas (I)

El asunto de las remesas es puramente dato estadístico para el país de origen, traslado y llegada. Nada tienen de sentimental. Pensarán que no son seres humanos quienes las envían si no máquinas que trabajan recargándose con gasolina o baterías, pero de lealtad, firmeza, añoranza, y amor puro, nada tienen ni para los noticieros ni para los letrados que realizan investigaciones para ponencias en salones de universidades. Pensar en el indocumentado como un ser humano es tarea de las personas conscientes, la mayoría solo suma y resta. Más que todo suma y multiplica.
La situación es que no solo es cosa de letrados, noticieros y transacciones bancarias, por desgracia la propia familia que se queda en el país de origen también nos ve de la misma forma, como una máquina de hacer dinero, y aprovechándose de nuestra melancolía y culpa –porque sí se llega a sentir culpa, más los padres de familia que dejaron a sus conyugues e hijos- les aflora el descaro y se inventan enfermedades terminales, emergencias familiares, asaltos, secuestros y extrañas muertes que después del entierro los difuntos terminan en festejo de resucitado.
Las remesas son un negocio redondo para los bancarios y para los familiares que se quedan, son las mismas que terminan desahuciando a quien emigró, porque vive en los puros huesos con tal de enviar hasta el último centavo, quiere que quienes se quedaron tengan lo que él no tuvo, que estén bien, que no lo extrañen tanto, trata erróneamente de llenar el vacío de su ausencia con regalos que se envían por medio de encomiendas de las cuales se benefician grandemente los dueños de esos negocios que terminan como millonarios.
Mi experiencia con las remesas también es la de millones alrededor del mundo. En Estados Unidos, la comunidad latinoamericana es la que más envía remesas, dejamos de vivir para que los que se quedaron disfruten la vida por nosotros, error garrafal que uno paga muy caro con el tiempo porque cuando nos enfermamos, nos quedamos sin trabajo, y necesitamos ayuda por lo menos moral, ni una llamada de consuelo llega, mucho menos una encomienda que traiga la comida favorita, una tarjeta con palabras cariñosas o las tan ansiadas fotografías. El amor se mide dependiendo la cantidad de dinero que se envíe en las remesas. Con un atraso de días llega la llamada donde exigen inmediatamente el envío, no preguntan las razones del atraso, si la persona que emigró está bien de salud física y emocional, si los extraña.
No preguntan cómo es la rutina de trabajo, el ambiente, lo único por lo que preguntan es por el dinero. El afecto se convierte en dinero, en un simple papel. Si pasa una fecha de cumpleaños y no se envía un regalo o un depósito monetario, piensan que no se les quiere, pero ellos jamás envían una encomienda con un paquete de dulces por lo menos, ni para el cumpleaños ni nunca y si la envían la cobran. Cobran lo del bus hasta las hojas de los tamales. Las propias madres o conyugues ofrecen enviar la remesa pero si se le paga por hacer los chuchitos, por ir a comprar el queso, por empacar la libra de café, encima es uno desde aquí quien paga la encomienda, porque de ellos no nace. Me ha sucedido y lo he visto en cientos de personas, la misma situación en diferente idioma y país de origen. Lo mal agradecido no respeta de fronteras. La imbecilidad de seguir enviando remesas, tampoco.
Se vuelve un juego de codependencia, el que emigra porque añora y el que se que se queda porque se acostumbra a pedir. Hay muchos factores en juego porque es más difícil irse que quedarse, quien se queda es quien recibe las remesas sin mayor esfuerzo que ir al banco o a la casa de cambio, quien se va tiene que lidiar con la añoranza, la asimilación de vivir en tierra extranjera, aguantar agravios, ser discriminado, una tormenta emocional bárbara.
Y claro que hay vestigios emocionales para quien se queda porque aunque tenga lo necesario gracias a quien emigró existe el vacío que nada ni nadie puede llenar, los hijos crecen al lado de abuelos, tías, con la madre solamente porque el papá emigró, sin la madre que era mamá soltera. De los dos lados se pierde pero siempre, siempre pierde más quien emigra. ¿Por qué? Porque sale de su zona de confort a bregar en situaciones, circunstancias y realidades desconocidas que le toca enfrentar, para aprender a sobrevivir y por si fuera poco ser soporte de toda una familia. Es esa la realidad del emigrante que sin documentos no es nada.
Mi postura es desde la vida indocumentada que es muy distinta de quien emigra con papeles que le acrediten el tránsito y la estadía legal. Hay años luz de diferencia. El trato hacia una persona sin documentos es mucho más letal, nosotros vivimos entre las sombras, hay muchos beneficios a los que no tenemos acceso, lugares a los que no podemos entrar, siempre en cierta forma escondiéndonos, temerosos de una deportación y que con ello se acabe la ilusión por la que emigraron que en la mayoría de casos es poder brindarle a la familia un mejor porvenir.
La migración forzada es tan distinta del viaje que se hace con gusto y gana, por aventurar, por conocer otros lugares, por estudio, trabajo muy bien remunerado, la que es obligada destroza familias desde el inicio. Lo mismo que las destrozan las remesas, por incongruente que parezca.
Hay casos muy contados en los que la familia que se queda valora el esfuerzo de quien se fue y ahorra e invierte el dinero y no pasa mucho tiempo para que el que emigró regrese, eso es unidad pero ha llegado al colmo de ser un privilegio el de pertenecer a una familia así, la conciencia no la tienen muchos. Valorar afectivamente una remesa ya es cuestión extinta.
He visto casos de casos, he visto llorar mares en total desolación a tantas personas que se sienten frustradas, de la misma forma en que me ha sucedido a mí. Porque a la mayoría nos sucede, aunque también esa mayoría trate de ocultarlo ante los demás porque es vergonzoso, porque es mejor aparentar estar bien y contar con que allá la familia valora.
Están los padres que con tal de hacer más corta la distancia aquí piden prestado para que la niña que dejó de dos años de edad y que está por cumplir quince tenga la mejor fiesta del pueblo o de la colonia y que todos sientan envidia del privilegio de tener un padre en el extranjero, de verdad así sucede y lo he visto tanto. A nosotras mismas nos sucedió con mi hermanita, en mi caso no por aparentar porque no vivo de apariencias y jamás he negado quién soy ni de dónde vengo, pero sí porque la idea era que ella tuviera mejores cosas que nosotras, pasado el tiempo me preguntan por una fiesta de quince años y creo que es un desperdicio, una tradición tan parca, pero claro eso lo he aprendido con el tiempo, en su momento enloquecí con la idea de que ella tuviera una fiesta bonita.
Mis padres no asistieron porque le valió más irse a trabajar en el tráiler que mi papá manejaba, todos los gastos corrieron de nuestra bolsa aunque siempre mi hermana mayor da más, pero son fumadas suyas de madre mártir, cosas innecesarias que a la larga han amañado a más de uno en el país de origen y ha creado grandes conflictos entre nosotras aquí. Ellos decidieron perderse la fiesta de su niña cume y yo no les voy a perdonar nunca tan grande agravio, ella no sé qué sentirá lo que sí sé es que mis padres tienen que rendirles cuentas a cada uno de sus hijos, porque así como exigen que un hijo honre a un padre deberían ellos aprender a respetar a sus hijos, es ley de vida y no necesita ser explicado con manzanas.
Pero no lo han hecho solo mis padres, esto es como una plaga, una plaga desgraciada.
Supe de un padre que enojado porque el hijo que estaba aquí no le envió dinero para comprar un carro pero sí para la fiesta del casamiento de su hermana, éste arremetió en la fiesta y disparó a diestra y siniestra matando a varios y suicidándose él.
Generalmente quienes estamos aquí somos los que cargamos con los gastos de las fiestas familiares, yo apoyé durante un tiempo, en el país de llegada pero en el país de residencia me avivé. Al final nadie, absolutamente nadie agradece.
Y ahí está uno de imbécil esperando por lo menos las fotografías y ni eso mandan y eso que uno ha enviado de regalo la cámara fotográfica y la video grabadora, y si mandan un sobre están pidiendo el dinero para irlo a poner al correo, que bueno fuera que utilizaran el servicio del transporte público pero se van en taxi.
Sucede con las medicinas que uno envía a pedir porque aquí nada se vende sin receta, lo básico nomás, ¿y qué indocumentado tiene dinero para ir a una clínica privada? En las públicas existe el temor de que llega la migra. Pues los familiares en el país de origen hacen muy bien su tamal, que cada pastilla si costaba un dólar dicen que costó cuatro y así de pastilla en pastilla y de jarabe en jarabe ajustan para comprarse cualquier antojo a costillas del que se está muriendo aquí. Me ha pasado y lo he visto. Cobran hasta las bolsas plásticas en que envían la medicina que al final con tanta bilis que uno ha derramado ya, resulta siendo veneno.
Todo se distorsiona desde que se envía la primera remesa, porque el cambio de un dólar a lo equivalente en la moneda nacional del país de origen, se multiplica obviamente y creen que aquí uno gana dinerales pero no saben que hay días que uno se acuesta hasta sin comer porque prefiere mandar la remesa para que allá no aguanten hambre. Allá comienzan a construiste las casas de dos y tres niveles, (si es que piensan y si no se lo fuman, se lo comen y se lo chupan) se compran automóviles, ropa cara, van a comer a restaurantes por lo menos una vez por semana, pero aquí, aquí quien envía la remesa comparte el apartamento por lo menos con 30 personas más, lo he visto, nadie me lo ha contado, yo lo he visto.
¿Cómo es la convivencia, el día a día de 30 personas viviendo en un apartamento de una habitación? ¿Vale la pena enviar la totalidad del salario en las tan codiciadas remesas? ¿Vale la pena dejar de vivir para que otros disfruten? Todo esto cambia en la transición del país de llegada al de residencia, algunos nos avivamos pero otros siguen igual en su codependencia y excelente interpretación de mártires que también tiene su razón de ser, los desgraciados patrones de crianza, ésas cadenas que distorsionan tantas vidas.
Continúa.
Ilka Oliva Corado.
Junio 05 de 2014.
Estados Unidos.

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