Post frontera. (XIV)

País de llegada: los mil oficios. Tercera parte.
El trabajo que tenía en casa de la familia coreana era de medio tiempo y no alcanzaba ni para la gasolina, pero por no hablar inglés no podía conseguir en otro lugar para llenar la semana, al año salió uno de medio tiempo, con una familia filipina –me persiguen las familias asiáticas- tenía que cuidar tres niños y hacer limpieza en la casa.
Dos hermanos filipinos, un hombre y una mujer, el hermano tenía dos niños: uno de cinco y una de un añito, la hermana tenía una niña de dos años. Se arreglaron para que la hermana llegara a dejar a la niña a la casa del hermano así yo los cuidara a los tres. No solo cuidarlos sino limpiar y cocinar. Aun no hablaba inglés, apenas entendía palabras muy básicas, no quería nada de este país, todo lo aborrecía, lo comparaba con Guatemala, con mi vida de maestra, con los juegos callejeros, con las lluvias de mayo y la melancolía me estaba matando. Todo aquí lo sentí plástico – y mucho lo es-. Mi cuerpo estaba en Estados Unidos pero mis cinco sentidos estaban en Guatemala.
El pago era bajo como lo sigue siendo porque sin documentos no hay cacha alguna de un salario justo. El problema era que quedaba en el otro extremo del sector donde vivíamos y también de donde trabajábamos. Mi hermana me iba a dejar con una hora de anticipación y me quedaba matando el tiempo en una gasolinera y de ahí me iba caminando, la casa quedaba a media hora, si llevaba el paso con ritmo sin caer en trote. Ahí no tenía que manejar, solo sacar los niños al parque de la colonia. Algunas personas prefieren limpiar casas que trabajar con niños porque dicen que es muy delicado. Sí lo es, pero trabajar con niños es un privilegio que no merece quien no los ve como seres humanos que necesitan amor, cuidado, entendimiento y un guía. Si no pueden dar eso entonces sí, que mejor trabajen limpiando baños.
En esa casa trabajé tres días por semana y me tocó trabajar dos con la familia coreana, mi hermana trabajó el día restante para que yo no perdiera el trabajo y así ambas completar la semana. Aun así trabajando cinco días mi pago no alcanzaba ni para la mitad de la renta del apartamento, sin inglés hay que decir sí a cualquier trabajo porque de otra manera no se sobrevive y toca pues, tragarse la cólera y la frustración de no contar con ninguna prestación laboral. Aguantar agravios algunos muy sutiles y otros feroces y racistas.
Estos jefes filipinos me dejaban en claro cada vez que podían que la empleada doméstica de la casa era yo. Estaban más al tanto de la limpieza que del cuidado que yo daba a sus hijos. Mi prioridad siempre fue el trío de pollitos pelucos, eran mi adoración. Siempre lo he tenido claro, no hay mejores maestros que los niños.
Vaya si aprendí inglés con ellos. Están al tanto de la pronunciación y lo corrigen a uno al centavo y sin ninguna ínfula, el enojo es real así como el amor. Ellos no distinguen de culturas, color de piel, país de origen, ellos cuando aman el sentimiento es real, así como las pataletas que los padres aquí se lavan las manos diciéndoles que se vayan a sus habitaciones a pensar porque están castigados. El famoso time out. Con el que no estoy de acuerdo en absoluto, fácil mandarlos a que se traguen el enojo solitos para no tener que enfrentar el momento de ser Tatas y preguntarles por qué están molestos, qué les causó el enojo, por qué reaccionan así, hay algo que se pueda hacer para que se sientan mejor. Eso de las conversaciones con los hijos es fumada de terapia escolar cuando los niños tocaron fondo y pocas veces son rescatables los lazos familiares.
A lo largo de estos años trabajando como niñera es lo que me dicen los Tatas: si hace berrinche mándalo cinco minutos a time out y que no salga de su cuarto. Y ellos siguen con sus conversaciones telefónicas en las que hacen planes para ir al gimnasio, club, centro comercial, partidos de golf, todo es más importante que la estabilidad emocional de sus hijos.
Cuando no se habla inglés toca quedarse callado, porque aunque uno entiende no hay cómo expresar, y el trabajo está de por medio. Así como lo contratan a uno lo despiden y sin pensarlo dos veces. Vaya, y cuando las cargas familiares están en el país de origen, se tiene la presión de las remesas.
Se supone que mínimo cuando lo despiden a uno deben avisar con un mes de anticipación, en esta casa me despidieron de un día para otro, porque la señora se quedó sin trabajo, pero a ella sí le dieron su tiempo, todas las prestaciones laborales, cosa que ella no hizo conmigo. Creo que hay una parte humana que no tiene que ser regida por estatutos ni firmas, se llama conciencia. Es como en una relación de pareja, aunque se firme un papel de matrimonio, no está basada en éste sino en el compromiso moral y afectivo. Lo mismo debe suceder con los trabajadores, quien es justo paga el salario adecuado y otorga los beneficios que competen. ¿Pero qué es justo en esta vida?
Un año trabajé con la familia filipina, y también a los tres pollitos pelucos los anduve enseñándoles a comer hojas de tréboles que crecen entre el monte, con sabor a limón, también a comer manzanas silvestres de los árboles que hay en los parques. Aprendí algunas palabras en filipino y a cocinar también comida de por allá, me volví adicta al adobo. De la familia coreana aun conservo la sopa de hoja de algas marinas y el kimchi con arroz blanco.
No hay feriados, llevo 10 años viviendo en Estados Unidos y jamás he descansado un día feriado, es más son los más ocupados, no nos dejan respirar porque la casa tiene que estar impecable para la visita. Aquí no existen navidades para los indocumentados.
Si se es niñera hay que cuidar los niños de las visitas. El jardinero atento para sacar las bolsas de basura y ayudar con las cajas de comida y platos y todo recurso para la fiesta. Aunque somos quienes mantenemos todo andando sobre ruedas no hay siquiera un vaso de agua gratis, mucho menos un plato de comida exclusiva del festín. No existen las vacaciones. Hay excepciones claro está, yo no estoy generalizando la experiencia de todos en la mía, cada historia es distinta.
El primer año iba con mi hermana a limpiar el estacionamiento de un centro comercial enorme, enorme. Teníamos que recoger la basura de todos los recipientes colocados en callejones, arriates, baños, y también la que dejaban tirada en suelo del estacionamiento. Recogiendo basura la ropa se impregna de ese olor, el cabello, queda en la piel. Tomábamos dos tipo pinzas largas y nos colocábamos guantes y en una bolsa negra que llenábamos cada diez minutos echábamos la basura y nos íbamos a lanzarla al recipiente grande que hay atrás de los centros comerciales.
Entrábamos a las cinco de la mañana y salíamos en la tarde, con el rostro quemado por el frío porque fue en invierno, después quemado por el sol en primavera y verano. Yo le decía a mi hermana que compráramos una cámara desechable para tomarnos una foto y que nos quedara de recuerdo, además mandarla a la casa para que la familia cómo se hacían las remesas en Estados Unidos, pero ella se negó porque dijo que no quería recuerdos de esos días recogiendo basura. Yo sin un centavo en la bolsa ni cachas de comprar un dulce tenía, contimás una cámara desechable. ¿Qué hace uno, si está de arrimado?
Porque esa es la realidad cuando uno no tiene un centavo para moverse no hay independencia alguna, uno es un arrimado aunque no lo llamen así.
Ella me mandaba a un sector del estacionamiento y desde allá yo le hablaba que para qué putas estábamos comiendo mierda que mejor nos regresáramos a Guatemala, pero ella me recordaba que tenía una deuda por pagar y que no me podía mover sin solventarla, que había que darle escuela a los patojos en la casa y ya después podía hacer lo que quisiera.
“¿Qué pensás que como eras maestra aquí ibas a venir a trabajar de niña bonita?” me decía molesta, “¿qué porque allá firmabas autógrafos aquí también?” No Ilka, aquí veniste a limpiar baños.
Me mencionaba baños y yo explotaba y le gritaba, ¡ya estuvo bueno de estar manteniendo hijos que no parimos y que no agradecen ni mierda! ¡Toda la puta vida trabajando para otros y no hemos comprado ni un para de zapatos para nosotras! ¡Estoy harta, de vos, de mi familia, de esta vida de mierda! Y ella me decía: pues hacéle mamaíta porque no hay de otra. Y yo: ¡claro que sí hay de otra, ya es tiempo que dejen de vivir a costillas nuestras!
Ella: Mirá Ilka, te me callás la boca pero ya porque yo no te traje a Estados Unidos para que estés renegando? Yo: A bueno, ¿ o sea que vos me trajiste, a tuto, a mecapal, o cómo putas fue? Decime porque yo no te vi en la frontera. Ella: mal agradecida, muchos quisieran estar aquí y vos renegando. Yo: ¿estar aquí, comiendo mierda, decís? Nadie quisiera estar aquí si tuviera oportunidades para salir adelante en su país.
Ella: pero vos te veniste por antisocial e insoportable porque bien estabas en Guatemala. Muerta de hambre no eras. Yo: muerta de hambre estoy ahora porque aparte que te debo todo ese pisto, me toca ver de dónde putas saco para mantener hermanos que jamás van a agradecer la ayuda que les estamos dando, ¡ y te acordarás de mis palabras! Ella: pues no hacemos las cosas para que las agradezcan sino porque toca. Yo: ¡toca la gran puta! Ella: ya calláte el hocico, razón tiene mi mamá, sos insoportable, ojalá encontrés marido que te aguante. Yo: ¿ y para qué putas me quieren casar? Ella: porque nadie de nosotros se hará cargo de una hermana loca cuando esté vieja. Yo: ¿en la espalda me tenés pues, decime y me voy a la mierda? Ella: ajá, aquí no estás en Guatemala Ilka. Aquí te toca pagar todo lo mal educada que fuiste con mi mamá.
Yo : A bueno, ¿mal educada yo, solo por no ser como ustedes quieren que sea? Cómo se nota que a vos no te afectó para nada tener una mamá como la que yo tuve. Ella: es la misma de las dos. Yo: sí pero a vos jamás te tocó un pelo, ni te maldijo, ni te insultó, ni de hizo sentir una porquería, como me pasó a mí. Ella: ya pasó Ilka, dejálo ir, solo te amargás. Yo: como no fue a vos, va.
Y así nos íbamos en todo el estacionamiento solitario, aguantando frío porque no teníamos ropa adecuada para esas temperaturas gélidas, algunas mudas nos las habían regalado y otras las habíamos comprado en una tienda de ropa usada. Cuando mis silencios eran sepulcrales porque mi cabeza estaba en algún lugar de la frontera o de los recuerdos de las peleas en la casa con mi mamá, ella me decía que prefería que alegáramos a verme callada. ¡Maltratáme siquiera pero no te quedés callada por que me asustás, pareces de esas locas que se van a matar! Mi hermana temía dejarme sola porque sentía que al regreso no me iba a encontrar con vida. Entre que ebria, con pesadillas, psicosis, delirio de persecución.
Entonces yo la volteaba a ver y seguía en silencio con la mirada perdida, pensaba en mis adentros en los intentos de suicidio ya había vivido en Guatemala, también en la lóbrega soledad, y me decía mientras veía a través de la ventaba del automóvil, la nieve acumulada de aquel primer invierno en el extranjero: ay, Pelu, si supieras…
Continúa.
Ilka Oliva Corado.
Mayo 26 de 2014.
Estados Unidos.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.