Post frontera. (VII)


País de llegada: la frustración. Segunda parte.

Crecí sin ningún tipo de autoestima, mi mamá no es mujer de dar abrazos ni de palabras dulces, y no se lo reprocho porque es algo que no conoció, en cambio es arrecha para el trabajo porque desde los cinco años de edad le tocó madurar de golpe, si yo tuve instantes de felicidad en la infancia, ella no tuvo ninguno. Y qué decir de mi papá que se crió durmiendo en las calles, sin padre ni madre. De dicha se logró. Ese remedo de familia que somos es para ellos la idea de hogar que formaron a como pudieron en sus carencias también afectivas. Cuando llamo por teléfono y hablo con ellos y les digo que los quiero a los tres se nos quiebra la voz, porque la palabras que demuestran afecto son brasa viva para los tres corazones en desahucio.
Crecí sintiendo culpa de todo, sentía que yo no merecía las cosas buenas que vivía, por ejemplo que fueran docenas de personas a ver mis juegos de fútbol callejero, que fueran por mí, para ver a la niña cuando anotaba goles de chilena y cuando hacía la finta de la bicicleta. Para ver a la adolescente ser la máxima goleadora del torneo. Recuerdo que mi hermana-mamá se llevaba a mis hermanos y nunca faltó a un solo juego, y lloraba emocionada cuando la gente coreaba mi nombre, para mí era algo sin importancia porque nunca fui capaz de percibir que mi habilidad y destreza para el fútbol eran excepcionales. Jamás tuve una tarjeta amarilla y mucho menos roja, mi carrera deportiva fue intachable, porque el juego limpio es el deporte como en la vida misma. Eso yo lo supe antes de aprender a leer y a escribir.
Memoricé que era una buena para nada, que era el desastre de la familia y que nunca estaría a la altura de mi hermana mayor como para agradar a mi mamá. Jamás intenté ser como ella, yo defendí mi individualidad con mi cuero curtido. El fútbol era la adrenalina y el oxígeno que no me dejaba caer al fondo del abismo. ¡Cuánto le debo al balompié!
Me costaba mucho cuando alguien me decía que me quería, no le creía, porque yo decía que si no me quería mi mamá que me había parido mucho menos alguien más en la calle, y cuando eso sucedía salía corriendo y escapaba lo más pronto posible. Por era razón nunca fui de relaciones formales, lo mío han sido aventuras pasajeras donde no se involucra el corazón. Tan solo una vez en mi vida tuve un novio formal y con él pensé formar un hogar, porque no sé cómo le hizo pero con toda la paciencia del mundo pudo entrar en mi corazón sin que yo me diera cuenta, ni me dio tiempo de oponerme.
Este novio en lugar de anillo de compromiso me regaló una pelota de fútbol, la primera que tuve en mi vida, eso cuando yo tenía 22 años de edad. Decía que cómo era posible que una jugadora de fútbol profesional no tuviera un balón. Nunca tuve uno hasta que él me lo regaló, así de particular era nuestra relación, él entendió a cabalidad mi alma silvestre e indomable. Es veinte años mayor que yo y su presencia en mi vida no tiene fecha de caducidad, porque fuimos amigos antes que amantes, eso le da vigencia vitalicia. Me sucede regularmente eso de las corazonadas, un día le dije: sos el hombre de mi vida pero no sé por qué razón pero tengo muy claro que lo nuestro no va a durar y que no seremos esa pareja que se case y que tenga hijos así es que vivamos los instantes intensamente. Él se sorprendió y me dijo que no podía predecir el futuro. Pero acordamos vivir con intensidad cada segundo juntos y fue tal y como yo lo presentí: emigré y dejé atrás todo, también a la única persona con la que había aprendido a pronunciar la palabra te quiero, antes de él mi vida había transcurrido en absoluto silencio debido a mi inexpresión verbal.
Fue como aprender a hablar con el proceso de balbucear, la palabra te quiero se me quedaba siempre en la garganta y no salía de mis labios hasta que él tuvo la delicadeza de entrar en mi alma y un día lo sorprendí cuando le dije: ¡te quiero! Estábamos cenando en un restaurante y por poco se atragantó con la comida, le dio por llorar de la emoción, desde aquel instante se lo repetí las veces necesarias para que no lo olvidara nunca.
Para cuando emigré la fama en el mundo del deporte hacía que las personas me detuvieran en la calle y me pidieran autógrafos y fotografías, era la mujer que estaba haciendo historia en el mundo del arbitraje del fútbol. Era inverosímil que una mujer tuviera la capacidad de entender y aplicar el reglamento de fútbol de manera tan profesional, para el mundo del machismo y del patriarcado aquello me hacía una mujer insólita. Poco a poco había cambiado el trato que me dieron en los inicios árbitros, entrenadores, jugadores, público, directivos y periodistas deportivos. En mis comienzos nadie creía en mí, los compañeros se hacían la vida de cuadritos porque tuve la osadía de entrar en un mundo de hombres, era la única mujer y el peculiar defecto de ser prácticamente una adolescente, recién cumplidos los 18 años de edad. Tuve que demostrar de qué estaba hecha y lo que a mis compañeros les era otorgado en bandeja de plata y sin esfuerzo alguno, a mí me costaba el triple, con todo en contra.
En los juegos me gritaban todo tipo de insultos, jugadores, entrenadores y público en general, pero con el reglamento en la mano y a punta de tarjetas les enseñé a respetar el espíritu deportivo, a sus adversarios y a la autoridad arbitral. El carácter me sobra y haber crecido rodeada de hombres me facilitó la forma de dirigirme a ellos.
Cinco años después, los mismos jugadores y entrenadores me buscaban en los vestidores para que les firmara autógrafos y permitiera que se tomaran fotografías conmigo. Llovían las invitaciones de jugadores, árbitros y periodistas deportivos que querían salir conmigo, con eso de ir a cenar y después disfrutar el postre. Con ninguno salí. El privilegio de estar con la única mujer árbitro central de Guatemala no se lo iba a dar a cualquiera. La fama es traicionera y es tan fácil resbalarse. Hacían apuestas a ver quién lograba salir conmigo. Se quedaron esperando.
Mi hermana-mamá se sentía orgullosa cuando sus compañeros de trabajo le hablaban de mí, de que había escuchado mis entrevistas o le llevaban los recortes de las que salían en los periódicos, veían los juegos televisados también. Para mi papá y mi mamá era la loca que estaba metida en el mundo de los hombres, la necia que gustaba de nadar contra la corriente.
Cuando la fama llegó la gente decía: “ve, la heladera sale en televisión y en los periódicos”. Gozaba tanto cuando me veían en el bus cuando iba a visitar a mis amigos y a mis tías y decían cuando me miraban: “ve, esa es la heladera que vendía en el mercado, la que salió en la entrevista”, lo murmuraban pero nunca me dijeron nada. En cambio Los 16 Hombres de mi Vida, las vecinas de la cuadra y los vendedores del mercado coleccionaban las entrevistas y las pegaban en las paredes de las salas de sus casas y los puestos del mercado con el orgullo de que yo había salido de ahí y de la calle Éufrates, cuando llegaba a la colonia a supervisar el proyecto de la liga femenina de fútbol un mundo de gente salía a mi encuentro y coreaba: ¡Negra, Negra, Negra! Con ellos yo podía ser, eran mi cuerpo y mi sangre yo había salido de ahí y no había lugar en el mundo en el que estuviera más a gusto y protegida.
Pero ni la fama puso conmigo, aunque lo intentó en muchas ocasiones no me hizo despegar los pies del suelo. Cuando emigré y en Guatemala se supo que trabajaba limpiado casas la gente decía: “ve, la heladera terminó limpiando casas en los Estados, qué más se podía esperar de ella.” Los falsos amigos, los galantes pretendientes, los amantes feroces que me rodeaban jadeantes en un intento por tener mi cuerpo aplaudieron cuando supieron que limpiaba baños, el orgullo herido de machos fornicadores les hacía celebrar mi derrota. Los periodistas dijeron en programas radiales que el rostro femenino del arbitraje de fútbol estaba en Estados Unidos limpiando casas. Los compañeros que intentaron todo el tiempo doblegarme celebraban que la arrogante que jamás dejó que la tocaran estaba comiendo mierda en Estados Unidos.
Emigrar fue una especie de colador, los contados compañeros honestos desde que me vieron por primera vez son los que siguen al lado mío y soy –aunque ya no ejerza la profesión- a pesar del tiempo y la distancia el orgullo que les hace sonreír cuando van a dirigir y entrenadores y jugadores me mencionan como una de los mejores árbitros que han pasado por canchas. Y esa es mi honra, el haber hecho mi trabajo honestamente y de forma profesional y ética, ante todo justa que, la gente no lo olvida. ¿La fama? Pasó cuando cambié el silbato por un cepillo de lavar baños. ¿Fui feliz con la fama? No. Por supuesto que era alegre que la gente reconociera mi trabajo y que me alagaran con la intención de tomarse fotografías conmigo, pero internamente mi frustración crecía porque lo que yo quería, o que yo soñaba era un imposible que no estaba en mi manos. Vi compañeros que sin esfuerzo alguno subieron como la espuma, desfilaron en liga nacional y pronto se hicieron internacionales, sin la capacidad, seriedad, profesionalismo y ante todo conocimiento del reglamento, estaban ahí por compadrazgos.
La decisión de emigrar unió todo, dejar el arbitraje porque estaba claro que si no accedía a favores sexuales jamás tendría una oportunidad y no podía vivir tan cerca de lo que me causaba tanta rabia y desasosiego, con esa decisión fallé a la promesa que le hice a la niña de 12 años que fui, de graduarme de la universidad, el grado de alcoholismo y frustración en mi vida eran profundos, yo ya estaba en cayendo en un abismo cuando emigré.
Cuando llegué a Estados Unidos y me topé con que era una cárcel, la forma en que me desplomé fue aparatosa. Venía buscando aliento y me encontré con que era una pocilga infestada de inmundicia. Falsedad, racismo, explotación. ¿Lugar donde todos los sueños se hacen realidad? Para nada. ¿Oportunidad de desarrollo para un indocumentado? No existe. Quien no tiene documentos no existe más que para la explotación laboral.
Trabajar limpiando baños me recordaba constantemente las palabras de mi mamá: “hija de la gran puta pero ya vas a ver que limpiando baños vas a terminar.” “Maldita la hora en que te tuve por qué no te moriste.” “Mejor te hubiera dejado morir en La Pangola pero pensé que ibas a valer la pena.” En la finca algodonera sucedía que cada invierno morían docenas de niños menores de dos años porque los atacaba el dengue, las diarreas y los infecciones provocadas por el mal cuidado de las letrinas utilizadas por las cuadrillas de trabajadores, no había centro de salud y los padres resignaban a verlos morir y ahí entre los surcos los enterraban. Yo sobreviví a un ataque feroz de una de esas infecciones de invierno. Tenía un año de edad y me daban por muerta, el médico que llegó a la finca dijo que me quedaban días de vida y que era imposible que me lograra. Canción que me repite mi mamá cuando la saco de quicio. ¡Mejor te hubiera dejado morir en La Pangola! Limpiar baños más que frustración personal fue como haberle dado la razón a mi mamá, terminé haciendo lo que ella dijo porque le había demostrado con hechos que era una buena para nada.
En el país de llegada el panorama era oscuro, buscaba luz y lo que encontré fue un túnel abandonado en donde entré y me perdí en mi soledad, mi cólera y mi desesperanza. Por más que había luchado dignamente en la vida no había alcanzado nada.
La limpiadora de casas es un objeto más, invisible dentro de una mansión, creen que no sentimos, que nos pensamos, que no somos seres humanos, nos degradan: “no te preocupes que la housekeeper limpia el vómito para eso se le paga.” “No recojas las toallas sanitarias porque la maid lo hace, para eso se le paga.” “Es ella la que saca la basura no te ensucies, deja todo ahí que para eso se le paga.”
Ni los platos en los que comen levantan porque es la sirvienta quien lo hace, la que no tiene derecho de comer en el comedor ni de agarrar ni un vaso de agua en la casa de la patrona. La que es puesta a prueba constantemente para comprobar que es una ladrona. La que nunca se cansa y siempre está y dice: yes, ma’am. La que trabaja tiempo extra y no se le remunera. La que no tiene derecho a vacaciones, ni a ningún beneficio laboral. De ser persona sin auto-estima pasé a ser un objeto.
Las pesadillas de lo vivido en la frontera, la ansiedad, la paranoia, mi desesperanza, la frustración y sobre todo la forma de victimizarme hicieron que cayera al culo del abismo y me perdiera en el vicio del licor. Ésa era mi terapia, beber para olvidar por momentos: el engaño de lo que era Estados Unidos y la frustración de haber arriesgado la vida por algo que no valía la pena.
Estados Unidos no merece el esfuerzo de cruzar la frontera sin documentos y mucho menos arriesgar la vida.
No sabía que me victimizaba porque no podia identificar la señales eso sucedió hasta el año pasado. Mi proceso de recuperación ha sido lento. Pasé cinco años sin dormir más de dos horas, porque cuando el cansancio me vencía las pesadillas aparecían y me hacían despertar de golpe y saltar de la cama, bañada en sudor. Buscaba insistentemente el cuerpo de mi hermana-mamá y me sentía segura cuando encotraba sus pies y metía los míos entre los suyos. Solo así dejaba de temblar pensando en la frontera.
Ninguna oportunidad de desarrollo en este país, sin documentos un persona no vale nada en Estados Unidos pierde sus derechos humanos y cualquiera la ofende, la agrede, la utiliza y explota. ¿Eso era el sueño americano? En realidad es una pesadilla con la que nos topamos todos los que entramos en este país sin documentos.
Explotan en los mil oficios que desempeñamos los indocumentados. Explota el gringo, el asiático, el europeo, el africano, y el más explotador de todos es el mismo latino o el hijo de latino nacido aquí.
Cinco años duró mi silencio sepulcral y mi estadía en el culo del abismo, rodeada de: frutración, pesadillas, cólera y licor. No fui la única es algo que le sucede a la mayoría que llega a este país y que cruzó las fronteras de la muerte. Realmente la odisea del indocumentado es sobrevivir en este sistema y no en la frontera. Este país es una carrera de resistencia mientras que la frontera es de velocidad. Esto es cosa de años y la frontera de horas y de días.
Hoy puedo describir con claridad lo que viví en aquellos años gracias a que sé que me victimizaba y es algo que le debo a una nube que bajó a mi ladera convertida en niebla de aguacero de mayo. Sola jamás lo hubiera descubierto. Las nubes no solo transforman la humedad en lluvia sino también el badío en un jardín que tiene la audacia de atreverse a florear.
Continúa.

Ilka Oliva Corado.
Mayo 09 de 2014.
Estados Unidos.

4 comentarios

  1. Tu narración siempre me envuelve, y quiero continuar con el siguiente capítulo. Saludos, Ilka

  2. Hola Ilka, puede que no te recuerdes de mi, pero yo si te recuerdo soy Pablo cursamos los basicos en el colegio Ave Maria en Peronia he leido un poco de tu pagina y me ha gustado, yo no habla con la mayoria de los compañeros e igual contigo pero te recuerdo que eras una persona sensible y lo puedo ver en tus palabras te recuerdo que llorastes cuando salimos de tercero saludos, te escribo luego.

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